Sevilla, divino broche de oro

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27 Sep 2024
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HUBO una vez una ciudad surrealista donde un tabernero o un sacristán tenían más notoriedad que el dueño de la Fasa Renault. Una Sevilla donde la fama la tenían Vicente el del Canasto y la Esmeralda. Aquella galería de personajes populares eran elementos consuetudinarios del paisaje. Una mano en los ojos al esquivar un coche, una voz aguardentosa y un traje de flamenca, un trovador con bigote y coleta, el silbido de 'Amarguras' o un simple tambor rufando conectaban con lo más profundo de la memoria colectiva. Aquella ciudad se nos está yendo por el camino más corto para herirnos como pueblo por la pérdida de identidad. Viendo a Antoñito 'Procesiones' alrededor de los pasos con la melodía de Font de Anta creció toda una generación. La misma que se rompía la camisa con la voz de tenor de un tabernero que le reñía a los Cristos para quitarnos los pesares con el mismo amor con el que servía el morcón en papel de estraza por el Rialto. Ayer se subió a los balcones del cielo El Sacri, junto a Pepe Peregil, para cantarle a Sevilla la saeta que le pone el divino broche de oro que cierra su idiosincrasia más popular. Un sacristán humilde, criado en el Cerro del Águila, con más clase que un colegio, que quebró el silencio de la Madrugada cuando el Gran Poder alargaba el izquierdo por la calle Gravina. Fue su mejor saeta. Y la primera, a la Macarena por la Avenida. El quejío del Sacri al son de los guardabrisas de Gracia y Esperanza cada Domingo de Ramos al pasar rozando los blancos muros de Caballerizas era tan clásico como el propio azulejo con los versos de Rodríguez Buzón. O su Padrenuestro al Cristo de Burgos en la oscuridad de la plaza cuando ya el reloj cambiaba la fecha al Jueves Santo. Un Viernes bajando la Costanilla de San Isidoro y un Sábado ya de Resurrección en San Lorenzo. Con la felicitación de la Pascua, tras el concierto de grillos y la pelea por ser la última, aparecía en el balcón, enjuto, de orilla a orilla de la Soledad, para poner el colofón antes de tocar la puerta y pedir salud y hasta el año que viene: «Eres la paloma blanca y divino broche de oro que cierra la Semana Santa».El Sacri fue a Sevilla lo que el Mudo de Santa Ana a Triana. Los dos fueron sacristanes, y los dos cantaban a las Vírgenes. José, con la voz rotunda que aprendió escuchando a Centeno y Caracol. Paco, con su «pipipí pipipí», un 'aesta es' para levantar al cielo a la Esperanza y una letra de «guapa y guapa» en la esquina del Berrinche que toda Sevilla entendía. Porque allí los ciegos veían a Dios y los mudos hablaban, como reza el azulejo de la calle Evangelista. Con El Sacri se nos va inexorablemente aquella Sevilla nuestra que aprendimos con otra voz, la de José Luis Garrido Bustamante, que también le ha dado la mano al Calvario esta misma semana. Narró la vida en siete días, nos leyó el Evangelio ante el Beso de Judas y nos cantó los versos de Florencio Quintero a su Piedad en la tarde. Hoy se apaga otra vela más de la candelería de Sevilla, que ya viene de vuelta.

 

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