Sevilla, ciudad de Dios

Sebastian_Terry

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La extraordinaria procesión de clausura del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular que acogerá Sevilla el día 8 de diciembre a iniciativa de su Arzobispado, abrochará solemnemente unos actos únicos no solo en la historia reciente de la ciudad, sino en el devenir histórico de su tejido asociativo de carácter religioso. Un acontecimiento eclesial de primer nivel devocional que viene a situar a Sevilla durante unos días y por la amplia dimensión evangelizadora de su religiosidad popular en epicentro nacional de la fe. La Archidiócesis hispalense no ha vacilado un solo instante ante una oportunidad única para irradiar y transmitir fe en medio del retroceso espiritual y la clara secularización social que vivimos, presentando a las hermandades y cofradías no solo como núcleos aglutinadores de valores cristianos propicios a una Nueva Evangelización necesaria en tiempos de indiferencia, sino como un movimiento de la Iglesia indispensable para la transmisión de la doctrina católica. Y es que desde hace más de quinientos años las hermandades y cofradías sevillanas fundamentan claramente el soporte sobre el que se asienta la asombrosa expresión de su Piedad Popular. Unas prácticas devocionales apreciadas desde primas multidisciplinares que trascienden lo meramente religioso y que se extienden a lo histórico, artístico, social o antropológico, con un impacto turístico experiencial, basado en las emociones, indisolublemente ligado a unas formas de expresión, tanto letíficas como penitenciales, reconocidas internacionalmente.La extraordinaria procesión de clausura de este II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, además de pasar a los anales históricos de la ciudad por su carácter significativamente inédito, volverá a poner de manifiesto esa gran oración que el pueblo hispalense eleva a Dios mediante el culto a las imágenes sagradas siguiendo los postulados tridentinos. Así, la presencia en la magna procesión de las más preclaras e históricas devociones marianas, no solo de la ciudad sino de su Archidiócesis, como la Virgen de Valme, patrona de Dos Hermanas; la Virgen de Setefilla, patrona de Lora del Río; o la Virgen de Consolación, patrona de Utrera, además de ser un acontecimiento de insólita notoriedad en la historia de la religiosidad popular sevillana, será por encima de otras consideraciones y en lo que a espiritualidad se refiere, todo un canto a la beldad y la perfección, que pregonará con la liturgia atemporal de la devoción, la luz, los aromas embriagadores, la música y la estética, que Sevilla sigue siendo una de las grandes reservas espirituales de Occidente.Sevilla se sabe desde hace siglos ciudad de Dios. Aquí, el rey del espacio y el tiempo sigue eternamente «Caminando en Esperanza», fiel al título del congreso. En Sevilla, el Altísimo tiene consagrada su morada desde tiempos inmemoriales. Sus calles y plazas saben más que ninguna de contemplaciones duales. La ciudad de Dios conoce como pocas la delgada línea que separa lo tangible de lo intangible, lo físico de lo metafísico, lo perceptible de lo imperceptible. La ciudad de Dios sabe de primera mano lo cerca que los sentidos acarician el sinsentido, lo fácilmente que llega a confundirse la conciencia con el embeleso y la obnubilación.Teniendo a Dios en medio y alejada de autosatisfacciones personales, esta magna procesión extraordinaria, sin género de duda, servirá para actualizar de nuevo el estado de la cuestión de la religiosidad popular hispalense, proyectando al mismo tiempo el compromiso cristiano con la sociedad que manifiestan constantemente sus hermandades y cofradías, que con su rico y variado lenguaje devocional, incardinado desde hace siglos en el acervo cultural del pueblo andaluz y siempre al servicio de la Iglesia, siguen testimoniando desde su vertiente más espectacular, cómo el Dios invisible en el que creemos, en Sevilla se hace visible.Asidos al ancla de esa Esperanza que en Sevilla siempre alarga su mano para que nos agarremos fuertemente cuando las inquietudes diarias nos hacen zozobrar, cabe desear que esta procesión de clausura sea recordada como un gran acto de comunión con el pasado histórico y festivo de la ciudad, como una exaltación iconográfica deslumbrante de la belleza de la fe, como un rayo de luz entre las sombras mundanas que ensombrecen nuestro día a día y como un anticipo solemne y ritual de esos jubilosos, subyugantes y anhelados días de primavera que están por llegar.SOBRE EL AUTOR pablo borrallo Doctor en Historia

 

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