blaze.huel
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Aún recuerdas aquel anuncio que venía en este periódico, si no todos los días, casi todos, animando a cultivar setas y a ganar mucho dinero con ese cultivo. Tú entonces no te fiabas más que de los gurumelos –níscalos– del pinar de la tribu y, si sabías qué mano los había cogido, de los faisanes –un riquísimo boletus– que conociste en Las Navas de la Concepción. Te costó entrar en los gallipiernos que servía, con el esmero que lo servía todo, el exquisito José Vicente, en Aracena. Algo más allá, en Almonaster la Real, fue cuando te ganaron dos setas sabrosísimas, cada una a su manera, dos amanitas, la cesárea –la llamada tana– y la ponderosa –el llamado gurumelo–, una de otoño y la otra de primavera. Dos locuras, si están bien cocinadas. Tanas en Almonaster –en El Camino– saben a gloria cuando Pepín las acerca para celebrar a los amigos, como hace con los gurumelos. Pero para ti tienen algo muy especial los níscalos, los llamados en Huelva pinateles. La alegría que te supone ver un níscalo no tiene igual en toda la amplísima gama micológica. El níscalo es único para ti.Aunque cultiven setas, estas se dan en el capricho de la tierra. No hay que sembrarlas, y son siempre especiales, dependen nunca sabemos bien de cuánta lluvia, de cuánto sol, de cuánto frío, de cuánta sombría humedad. Hablabas de níscalos. Aún no has salido a buscarlos al pinar de la tribu, que ya los hay, pero sentiste pena cuando los viste en el mercado y había muchos del tamaño de un botón de chaqueta. «No los dejan crecer», te dicen en la tribu. Es verdad. Nunca viste a un hombre del pinar con níscalos tan pequeños. El buen buscador de níscalos los ve así de pequeños y no los corta, los deja –puede incluso taparlos– y a los dos días va a cortarlos, ya medianos. Los viste así en el gran mercado y pensaste que por qué las autoridades son tan severas con el pescado alevín y no –que tú sepas– con las setas. El campo es generoso, pero hay que dejarlo que desarrolle sus frutos, no arrancárselos antes de tiempo. Y el buscador, con tal de coger y vender, y el comerciante, con tal de adelantarse a otros puestos, acaban uno cortando y otro ofreciéndolos caros, a 24 euros el kilo, por cierto. Tendrían que actuar contra esta práctica. Los que viste en el mercado habían sido cortados a navaja, no recolectados avariciosamente a rastrillo, esa otra canallada. Al campo, palos. Siempre. Si no unos, otros.
Antonio García Barbeito: Setas
Nunca viste a un hombre del pinar con níscalos pequeños, los deja e incluso los tapa
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