schowalter.jennie
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Enviamos naves a la Luna, escribimos novelas, componemos conciertos para violín y descubrimos el bosón de Higgs, pero, en el fondo, toda nuestra voluntad emerge de un azar inmemorial orquestado por las leyes de la biología. Si, por ejemplo, contamos el dinero en decenas, centenas y millares de monedas, es porque tenemos 10 dedos en las manos.
Además de definir el sistema de numeración, nuestra naturaleza material, sujeta a la evolución y matizada por las condiciones de un planeta singular, ha dado lugar a una acumulación de pequeñas eventualidades que han moldeado los grandes —y también los insignificantes— acontecimientos de la historia. Esta es la tesis que, con todo lujo de detalles y argumentos, despliega el biólogo británico Lewis Dartnell en Ser humano. ¿Cómo surgió la religión? ¿Por qué la Armada británica ganó la batalla de Trafalgar? ¿Cuál es el origen de la Mafia siciliana? “¡Es la biología, estúpidos!”, vendría a ser la respuesta del autor.
La evolución, cuenta Dartnell, ha tendido a favorecer a los grupos humanos en los que los individuos colaboran unos con otros. Igual que se observa en bonobos y chimpancés, un grupo formado por individuos generosos progresa mejor. Esto significa que, tal como sugería el primatólogo Frans de Waal, nuestra tendencia al altruismo está inscrita en lo más profundo de nuestros genes: los principios morales no derivarían de la razón a la manera de Kant, sino de nuestra naturaleza simiesca. Es con posterioridad que se habrían concretado en forma de códigos éticos o religiosos.
Tal como decía el Nobel François Jacob, la naturaleza no es una artífice divina, sino más bien una chapucera magnífica. A lo largo de nuestra historia, argumenta Dartnell, hemos comido una amplia variedad de plantas que nos han proporcionado todos los nutrientes que necesitamos, con lo cual algunas mutaciones —o chapuzas— que imposibilitan la síntesis de ciertas vitaminas habrían pasado inadvertidas. Es el caso de la mutación que impide que sinteticemos una molécula indispensable como la vitamina C. Mientras se adquiera dicha vitamina comiendo frutas y verduras frescas, la mutación no tiene efecto. Pero si, tal como sucedió desde finales del siglo XV, se emprenden largos viajes marítimos con, únicamente, carne salada y galletas en la despensa, el déficit de vitamina C degenera en el temible escorbuto. Los ingleses fueron los primeros en descubrir cómo prevenirlo a base de zumo de cítricos y, gracias a la buena salud de sus soldados, en 1805 el almirante Nelson ganó en Trafalgar contra unas tropas francesas y españolas diezmadas por la enfermedad. Después del descubrimiento, Nelson convirtió Sicilia en un campo de limoneros. El aumento del valor de los cítricos en una isla sin ley fomentó la proliferación de agentes de seguridad privada que prevenían los hurtos, pero que no tardaron en extorsionar y amenazar a los agricultores que se negaban a pagar. Así nació la Mafia siciliana, cuyos ficticios descendientes quedaron inmortalizados en obras maestras como El padrino. Dartnell aborda, entre cosas, la Revolución rusa, la expansión del cristianismo o la construcción de EE UU. Aunque en alguna ocasión tensa ligeramente las relaciones de causalidad, ha escrito un libro sugerente e ilustrativo que ilumina con una nueva luz algunos de los acontecimientos clave de nuestra historia.
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Además de definir el sistema de numeración, nuestra naturaleza material, sujeta a la evolución y matizada por las condiciones de un planeta singular, ha dado lugar a una acumulación de pequeñas eventualidades que han moldeado los grandes —y también los insignificantes— acontecimientos de la historia. Esta es la tesis que, con todo lujo de detalles y argumentos, despliega el biólogo británico Lewis Dartnell en Ser humano. ¿Cómo surgió la religión? ¿Por qué la Armada británica ganó la batalla de Trafalgar? ¿Cuál es el origen de la Mafia siciliana? “¡Es la biología, estúpidos!”, vendría a ser la respuesta del autor.
La evolución, cuenta Dartnell, ha tendido a favorecer a los grupos humanos en los que los individuos colaboran unos con otros. Igual que se observa en bonobos y chimpancés, un grupo formado por individuos generosos progresa mejor. Esto significa que, tal como sugería el primatólogo Frans de Waal, nuestra tendencia al altruismo está inscrita en lo más profundo de nuestros genes: los principios morales no derivarían de la razón a la manera de Kant, sino de nuestra naturaleza simiesca. Es con posterioridad que se habrían concretado en forma de códigos éticos o religiosos.
Tal como decía el Nobel François Jacob, la naturaleza no es una artífice divina, sino más bien una chapucera magnífica. A lo largo de nuestra historia, argumenta Dartnell, hemos comido una amplia variedad de plantas que nos han proporcionado todos los nutrientes que necesitamos, con lo cual algunas mutaciones —o chapuzas— que imposibilitan la síntesis de ciertas vitaminas habrían pasado inadvertidas. Es el caso de la mutación que impide que sinteticemos una molécula indispensable como la vitamina C. Mientras se adquiera dicha vitamina comiendo frutas y verduras frescas, la mutación no tiene efecto. Pero si, tal como sucedió desde finales del siglo XV, se emprenden largos viajes marítimos con, únicamente, carne salada y galletas en la despensa, el déficit de vitamina C degenera en el temible escorbuto. Los ingleses fueron los primeros en descubrir cómo prevenirlo a base de zumo de cítricos y, gracias a la buena salud de sus soldados, en 1805 el almirante Nelson ganó en Trafalgar contra unas tropas francesas y españolas diezmadas por la enfermedad. Después del descubrimiento, Nelson convirtió Sicilia en un campo de limoneros. El aumento del valor de los cítricos en una isla sin ley fomentó la proliferación de agentes de seguridad privada que prevenían los hurtos, pero que no tardaron en extorsionar y amenazar a los agricultores que se negaban a pagar. Así nació la Mafia siciliana, cuyos ficticios descendientes quedaron inmortalizados en obras maestras como El padrino. Dartnell aborda, entre cosas, la Revolución rusa, la expansión del cristianismo o la construcción de EE UU. Aunque en alguna ocasión tensa ligeramente las relaciones de causalidad, ha escrito un libro sugerente e ilustrativo que ilumina con una nueva luz algunos de los acontecimientos clave de nuestra historia.
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