Antonetta_Ryan
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Como uno sigue habitando desde la lejanía, aunque con progresiva e infinita pereza, el mundo (o lo que sea) de la información cinematográfica, soy consciente de los premios e infinitos elogios que ha recibido Segundo premio, incluida la muy graciosa certidumbre de que es la cumbre del cine musical realizado en España. Envidio la actitud orgásmica de tantos admiradores y me gustaría compartirla, pero su sensación de plenitud artística a mí me resulta marciana. Me ocurre desgraciadamente con casi todo el cine que hace Isaki Lacuesta. También me ocurrió con el capítulo que llevaba su firma en la atractiva y desigual serie titulada Apagón. Admito que es eterno buscador de un estilo propio y distinto para contar historias, pero me resulta imposible conectar mínimamente con esa estética. Supongo que es original, pero también pretencioso (nada que objetar a las excesivas pretensiones, a condición de que los resultados sean brillantes), rebuscado, experimental, vacuo.
Supongo que a los amantes incondicionales de su obra se sumarán los múltiples y selectos admiradores del grupo Los Planetas. De lo segundo no puedo opinar porque no les había escuchado nunca y si me ocurrió fui incapaz de pillar su encanto. Me sucede con casi todo lo que lleva la etiqueta indie, que nunca he sabido bien en qué consiste, ya que lo de arte independiente se presta a múltiples y prescindibles interpretaciones. Solo sé que me he tragado muchas e insoportables películas que militan en esa marca tan pura y liberadora. También literatura, abandonada después de unas cuantas páginas. Y llegué tarde, o no tengo capacidad para percibir sus dones, a la música indie. Pero no poseo referencias sobre Los Planetas.
Y después de escuchar en esta película sus canciones, de que actores como muy naturales se introduzcan en la machacada piel, la alterada cabeza, la inspiración musical y la difícil convivencia de esos músicos, sigo sin sentir nada apasionante ni por los personajes, ni por sus canciones, ni por sus conversaciones, ni por sus silencios, ni por su perpetuo deambular por garitos diurnos y nocturnos, ni por su complicidad interior ni por sus broncas, ni por la razonable sospecha de que viven o sobreviven en permanente cuelgue, especialmente el guitarrista, en continua nube de caballo. A cambio, el fogoso batería se parte de risa todo el rato. Es el único que me cae bien.
¿Y qué ocurre en su argumento? Pues todo pretende ser complejo, pero como soy muy simple, solo me resulta transparente que la bajista ha dejado el grupo por razones caprichosas o existenciales, no está claro; que grabar un disco en un estudio de Nueva York revitalizaría al grupo, que la comunicación, antes profunda, creativa y fraternal, entre el cantante y el guitarra atraviesa una crisis que parece insuperable, que hay referencias a Lorca y a su poeta en Nueva York y no sé cuántas cosas más. Y todo ello en tono oscuro, intentando crear un ambiente que respire autenticidad. Yo no la encuentro o no me importa lo más mínimo esa plasmación de la realidad. Son supervivientes que parecen rotos o a punto de explotar, con la necesidad de un disco redentor que aplaque a sus demonios. Y cuentan numerosos y enamorados exégetas que su disco Una semana en el motor de un autobús es impresionante. Pues que disfruten cantidad con Segundo premio. No es mi caso.
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Supongo que a los amantes incondicionales de su obra se sumarán los múltiples y selectos admiradores del grupo Los Planetas. De lo segundo no puedo opinar porque no les había escuchado nunca y si me ocurrió fui incapaz de pillar su encanto. Me sucede con casi todo lo que lleva la etiqueta indie, que nunca he sabido bien en qué consiste, ya que lo de arte independiente se presta a múltiples y prescindibles interpretaciones. Solo sé que me he tragado muchas e insoportables películas que militan en esa marca tan pura y liberadora. También literatura, abandonada después de unas cuantas páginas. Y llegué tarde, o no tengo capacidad para percibir sus dones, a la música indie. Pero no poseo referencias sobre Los Planetas.
Y después de escuchar en esta película sus canciones, de que actores como muy naturales se introduzcan en la machacada piel, la alterada cabeza, la inspiración musical y la difícil convivencia de esos músicos, sigo sin sentir nada apasionante ni por los personajes, ni por sus canciones, ni por sus conversaciones, ni por sus silencios, ni por su perpetuo deambular por garitos diurnos y nocturnos, ni por su complicidad interior ni por sus broncas, ni por la razonable sospecha de que viven o sobreviven en permanente cuelgue, especialmente el guitarrista, en continua nube de caballo. A cambio, el fogoso batería se parte de risa todo el rato. Es el único que me cae bien.
¿Y qué ocurre en su argumento? Pues todo pretende ser complejo, pero como soy muy simple, solo me resulta transparente que la bajista ha dejado el grupo por razones caprichosas o existenciales, no está claro; que grabar un disco en un estudio de Nueva York revitalizaría al grupo, que la comunicación, antes profunda, creativa y fraternal, entre el cantante y el guitarra atraviesa una crisis que parece insuperable, que hay referencias a Lorca y a su poeta en Nueva York y no sé cuántas cosas más. Y todo ello en tono oscuro, intentando crear un ambiente que respire autenticidad. Yo no la encuentro o no me importa lo más mínimo esa plasmación de la realidad. Son supervivientes que parecen rotos o a punto de explotar, con la necesidad de un disco redentor que aplaque a sus demonios. Y cuentan numerosos y enamorados exégetas que su disco Una semana en el motor de un autobús es impresionante. Pues que disfruten cantidad con Segundo premio. No es mi caso.
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‘Segundo premio’: ajeno a sus personajes, a su encanto musical, a su estética
Isaki Lacuesta es un eterno buscador de un estilo propio y distinto para contar historias, pero me resulta imposible conectar mínimamente con esa estética rebuscada, experimental, vacua
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