Brendan_Barrows
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Scarlet (L’envol) arranca con unas imágenes de archivo del final de la Primera Guerra Mundial. Apenas unos segundos de un viejo negativo coloreado le valen a Pietro Marcello como prólogo visual y narrativo de su nueva película, una fábula sobre el poder del trabajo manual —para superar la adversidad, para transmitir valores—. Situada en la Francia rural de entreguerras, se basa en el cuento ruso Velero rojo, de Alexander Grin, cuya cita sobre “el milagro” de las propias manos abre el filme.
Marcello, el más estimulante de los nuevos cineastas italianos junto a Alice Rohrwacher, rodó esta película después de su adaptación de la novela de Jack London Martin Eden, en la que el director, formado en Nápoles y forjado en el documental, llevaba a la ficción su romántico fervor de archivista y arqueólogo del cine y demostraba la capacidad evocadora de un lenguaje hecho de viejos retales de celuloide. Marcello dirigió poco después el documental Para Lucio, interesantísima indagación en el cantautor Lucio Dalla, para embarcarse después, ya en pandemia y en Francia, en la película que ahora se estrena tras inaugurar hace un año la Quincena de Realizadores de Cannes.
Llena de referentes literarios infantiles deconstruidos —de brujas y monstruos buenos y solitarios frente a mezquinos aldeanos al mito de La bella y la bestia o el de Caperucita Roja—, Scarlet es también un canto (literal, pues la película además tiene mucho de musical) a esa plasticidad visual del celuloide que nos niega la pulcritud digital. La historia de un padre carpintero que regresa de la guerra para encontrarse viudo con su pequeña hija se transformará poco a poco en un cuento de hadas en el que el padre, interpretado por Raphaël Thierry, es un hombre cuyo aspecto rugoso y tosco esconde su delicada naturaleza.
En sus brutas manos no solo crece una niña preciosa (encarnada ya de adulta en la magnética debutante Juliette Jouan) sino todo tipo de juguetes y artesonados capaces de reconstruir las cicatrices de una historia que arranca con los hombres volviendo del barro de la Gran Guerra.
Con un reparto que incluye a la maravillosa Noémie Lvovsky en un papel de matrona-bruja-hada, y a Louis Garrel de aviador-príncipe azul, Scarlet no logra la altura de Martin Eden pero sí irradia una reconfortante vitalidad. En su profundo humanismo, Marcello filma una y otra vez las manos de sus personajes, manos rudas, manos delicadas, manos que tocan instrumentos de trabajo o de música, que se entierran en la cara o en la tierra y que, por encima de todo, transmiten conocimiento.
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Marcello, el más estimulante de los nuevos cineastas italianos junto a Alice Rohrwacher, rodó esta película después de su adaptación de la novela de Jack London Martin Eden, en la que el director, formado en Nápoles y forjado en el documental, llevaba a la ficción su romántico fervor de archivista y arqueólogo del cine y demostraba la capacidad evocadora de un lenguaje hecho de viejos retales de celuloide. Marcello dirigió poco después el documental Para Lucio, interesantísima indagación en el cantautor Lucio Dalla, para embarcarse después, ya en pandemia y en Francia, en la película que ahora se estrena tras inaugurar hace un año la Quincena de Realizadores de Cannes.
Llena de referentes literarios infantiles deconstruidos —de brujas y monstruos buenos y solitarios frente a mezquinos aldeanos al mito de La bella y la bestia o el de Caperucita Roja—, Scarlet es también un canto (literal, pues la película además tiene mucho de musical) a esa plasticidad visual del celuloide que nos niega la pulcritud digital. La historia de un padre carpintero que regresa de la guerra para encontrarse viudo con su pequeña hija se transformará poco a poco en un cuento de hadas en el que el padre, interpretado por Raphaël Thierry, es un hombre cuyo aspecto rugoso y tosco esconde su delicada naturaleza.
En sus brutas manos no solo crece una niña preciosa (encarnada ya de adulta en la magnética debutante Juliette Jouan) sino todo tipo de juguetes y artesonados capaces de reconstruir las cicatrices de una historia que arranca con los hombres volviendo del barro de la Gran Guerra.
Con un reparto que incluye a la maravillosa Noémie Lvovsky en un papel de matrona-bruja-hada, y a Louis Garrel de aviador-príncipe azul, Scarlet no logra la altura de Martin Eden pero sí irradia una reconfortante vitalidad. En su profundo humanismo, Marcello filma una y otra vez las manos de sus personajes, manos rudas, manos delicadas, manos que tocan instrumentos de trabajo o de música, que se entierran en la cara o en la tierra y que, por encima de todo, transmiten conocimiento.
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‘Scarlet’: una bonita fábula de Pietro Marcello hecha a mano
El director de ‘Martin Eden’ compone en su nuevo filme un cuento sobre un carpintero y su hija que remite al cine y la historia como artesanía
elpais.com