Sánchez, de fugitivo con matrículas dobladas

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Parece claro que Sánchez se prepara para resistirse a la justicia y emprender la fuga definitiva. Le han puesto recompensa en los carteles y aparece su careto en las noticias con sombrero de 'cowboy'. El suyo siempre ha sido un Gobierno con las matrículas dobladas. El sanchismo es una acción política que consiste en escapar, una huida hacia adelante: de tu partido, de tus promesas, de la prensa, de tus socios, de cualquier tipo de compromiso ético natural o adquirido y hasta de los que tiraban barro en Paiporta.Ahora, el presidente se pone de perfil con la justicia y el Estado de derecho que él mismo torpedea desde hace meses de manera preventiva para protegerse de lo que se le viene encima. Todo era un invento, pero con el paso del tiempo, las investigaciones olisquean los tobillos de su Gobierno, su partido, su fiscal, su mujer y su hermano. Veremos si de él mismo. El Sánchez fugitivo sigue al Sánchez héroe contra la ultraderecha, al de las homilías de pandemia, al Sánchez guapo como un titi del muelle de Santa Mónica, el que iba a ser secretario general de la OTAN y tantos otros Sánchez que uno ha perdido la cuenta. Este prófugo potencial supone el corolario razonable para todos los demás. Desde que se fue a meditar con carta de segundo de la ESO, se prepara para la escena final y con el objetivo de dotarse de cierta coherencia heroica, diseña un loquísimo y cinematográfico imaginario en el que le investiga una Policía corrupta capitaneada por un 'sheriff' del condado torpe, pueblerino y entrado en carnes que suda y masca tabaco, y dictan autos unos jueces puritanos con marca en la frente de haberse quitado el capirote del Ku Klux Klan.El sanchismo empezó en un Peugeot con cinta de Estopa y terminará coherentemente en una de esas escenas de persecuciones en las que un tipo acelera en un coche robado, el maletero lleno con dos millones de dólares en billetes pequeños y en el asiento del copiloto masca chicle una camarera que se da un aire a Linda Ronstadt. El sudor le perla la frente, agarra con fuerza el volante y acelera por la avenida principal. Le persiguen quince coches de la Policía del condado que lo están volviendo loco con sus malditas sirenas y los tipos de los informativos lo sobrevuelan en tres helicópteros. Serpentea entre los coches, se sube a las medianas, se le ha soltado el tapacubos de la rueda delantera derecha. Al llegar al cruce, acelera ante el semáforo en rojo. La cámara enfoca sus pupilas dilatadas por el espanto, pero en el último instante, pasa rozando entre dos coches que deja atrás. Otro milagro. Por el retrovisor ve cómo vuelan algunos billetes que se escapan del maletero que se abre por efecto de los baches. Piensa que no lo cogerán vivo, seguirá acelerando hasta la frontera con México y con el dinero se comprará aquella casa de postal en San Miguel de Allende en la que vivirá feliz con la camarera.En realidad, todos sabemos cómo acaba.

 

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