cyrus.zulauf
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Ya está. Sevilla y Betis, por parte del primero y pellizcado por el segundo, ya no se hablan. O escrito de forma educada por asesores en sesudos comunicados, han roto relaciones. ¿Qué significa esta postura del club presidido por Del Nido Carrasco? Que no quiere saber nada del otro club de la ciudad. No sentarse en el mismo palco ni a la misma mesa. Una entidad con la que, por cierto, comparte hábitat. Cielo, tierra y río. Padres, hermanos e hijos. Barras de bar y pupitres en el colegio. Como en toda pelea, cada uno defiende que el otro ha sido quien ha comenzado, aunque cuando se produce un enfrentamiento siempre está motivado por la necesidad de ambas partes de que se produzca. ¿Betis y Sevilla querían pelearse? No exactamente, pero a los dos máximos mandatarios les proporciona un escudo contra futuros problemas hacia su propia parroquia, pudiendo alegar que han llegado incluso hasta este punto de desencuentro por defender los intereses de sus aficionados. Evidentemente, esta posición adoptaba por el Sevilla ensalza incluso un poco más el discurso de Ángel Haro hacia su gente tras la junta de accionistas. En la batalla de los tiempos ha salido vencedor. Quien habla (golpea) primero suele parecerlo para la opinión pública. El Sevilla, quien esperó al enésimo homenaje a Jesús Navas, donde se encontró con Joaquín y ambos demostraron la sevillanía bien entendida, ha decidido no mirar para otro lado, en lo que entiende una provocación sin límites, y ha preferido dar un portazo. Tan fuerte que ha roto hasta el marco de la puerta.Las consecuencias de este divorcio las catalogará el tiempo. Donde coincidimos todos a los que este anunciado desencuentro, que nos deja mal cuerpo, es el caldo de cultivo perfecto para que el tonto de turno (inoportuno contumaz) se haga notar. Cada vez que los ambientes se han caldeado y, encima, se han jaleado desde los clubes con su asentimiento o indiferencia (lo mismo da que me da lo mismo), el indeseable coge las riendas y doblega a la masa, cuya única obsesión es derrotar al eterno rival en un campo de fútbol. Nada más. Para después reírse unos días de sus amigos. Rivalidad sana. Cuánto se llena la boca, como a los políticos, elevando el buenismo de a pie para esconderlo en un cajón cuando interesa. No hay que irse muy lejos a la historia de los derbis sevillanos para darnos cuenta de que el camino emprendido tiene un difícil retorno. Que la distancia que siempre ha habido entre clubes, en esta época y en las anteriores, mantenía una calma tensa entre instituciones, sin pasar rayas que ya han sido borradas. Los dos se escudan en que el de enfrente tira la piedra y esconde la mano. Que la sevillanía va por barrios, siendo un concepto propio de la idiosincrasia de la ciudad, estando su guasa diez pasos por delante de sus clubes, donde esa gracia no pasa el filtro en los despachos del Sánchez-Pizjuán o el Villamarín.Entre todos lo mataron y él solito se murió. Aquí nadie se atribuye la culpa y todos tienen su cuota de responsabilidad. La bandera con el escudo tachado del Betis sobró en la celebración del Sevilla y el club de Nervión tuvo que pedir disculpas (públicas o privadas). Sí. La denuncia del Betis a un organismo deportivo y no federativo era para hacer pupita. Sí. Que el Sevilla hizo lo propio (en otro organismo) con el tifo del palo. También. Aquí nadie está libre de culpa. Todos dan un paso más cuando ven que el rival no responde o, si lo hace, no está en poder esa información de la opinión pública. Desde aquel incidente en el Benito Villamarín con Jordán las relaciones quedaron tocadas. Heridas. La impostada cordialidad se ha ido desangrando hasta llegar nuevamente a la casilla de salida. Cuervas y Lopera. Lopera y Del Nido. Del Nido (Carrasco) y Haro. La vida sigue adelante. En verde y en rojo. Sin mezclarse con el blanco. Rompiendo que es gerundio.
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