El toreo de verdad, el natural largo, hondo, hermoso, la gracia, el empaque y la armonía surgió de la mano izquierda de Pablo Aguado en el tercer toro de la tarde, pero el cetro, el mando y la condición de primera figura de la tauromaquia actual pertenecen, sin ningún género de dudas, a Roca Rey.
El peruano salió por segunda vez a hombros tras una actuación rotunda de principio a fin, imperfecta, claro que sí, pero desbordante de entrega, valor, dominio del escenario y poderío.
A sus dos toros los recibió de rodillas en los medios con largas cambiadas plenas de emotividad por el riesgo de hacerlo frente a dos toros bien armados. Al primero lo toreó por delantales y con el capote a la espalda, y se lució después en un quite por chicuelinas; al segundo, de rodillas de nuevo, lo veroniqueó con donaire y buen gusto, y conmocionó a los tendidos con un ceñidísimo quite por gaoneras.
Muleta en mano, demostró sus carencias por la derecha en el primero, encastado y con clase, con un par de tandas en línea recta sin hondura alguna; pero mejoró sensiblemente con la zura, con la que trazó un manojo de naturales de muy buena factura a la altura de la calidad de su oponente. Como vio que aquello no movilizaba a las masas, optó por el atracón de toro, los alardes temerarios, los circulares y un desplante en los mismos pitones con la muleta en la arena. La estocada quedó defectuosa, el animal tardó en morir y el premio se redujo a un trofeo.
No hubo rodillazos en el quinto, y la faena la comenzó con unos ayudados por alto con la planta muy asentada. Hubo mando y ligazón, y también una actitud ventajista, con la derecha ante un toro de calidad; y volvió a destacar de nuevo por naturales antes de que el toro amenazara con huir de la quema. Otra tanda más de derechazos, dos circulares invertidos y una buena estocada le permitieron pasear otro trofeo.
Discutible, sí, pero no se le puede negar el pan y la sal a quien derrocha actitud de primera figura, y Roca Rey ha salido de Pamplona revalorizado en el cetro del toreo actual.
Y dicho queda que la inspiración artística la bajó de los cielos el sevillano Pablo Aguado, que había veroniqueado con gracia en un quite al segundo toro de la tarde, y se sintió artista ante el tercero, otro animal con clase, que le permitió dibujar naturales preñados de embrujo torero, templadísimos, eternos, de belleza cautivadora. Es verdad que quedó la sensación de que el toro merecía más, que hubo poco mando en el curso de toda la faena, pero ahí quedaron las pinceladas de un toreo de altura. No sucedió lo mismo en el sexto, menos lucido que el anterior, al que Aguado se limitó a acompañar en el viaje, despegado casi siempre y con escasa confianza.
Y por allí anduvo con muy pocas ideas Cayetano. Se le vio con ganas, pechó con el lote más soso, y su concepción torera no pasó de vulgar, siempre despegado y aliviado, sin atisbo de mando. Sorprendentemente, unos pocos espectadores solicitaron sin motivo la oreja a la muerte del que abrió plaza. Como la presidencia se resistía, Cayetano miraba al palco con cara de enfado, molesto con lo que consideraba, sin duda, una injusticia. La realidad dictó sentencia: cuando arrastraron al toro no lo sacaron ni a saludar. Tenía razón la señora presidenta.
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El peruano salió por segunda vez a hombros tras una actuación rotunda de principio a fin, imperfecta, claro que sí, pero desbordante de entrega, valor, dominio del escenario y poderío.
A sus dos toros los recibió de rodillas en los medios con largas cambiadas plenas de emotividad por el riesgo de hacerlo frente a dos toros bien armados. Al primero lo toreó por delantales y con el capote a la espalda, y se lució después en un quite por chicuelinas; al segundo, de rodillas de nuevo, lo veroniqueó con donaire y buen gusto, y conmocionó a los tendidos con un ceñidísimo quite por gaoneras.
Muleta en mano, demostró sus carencias por la derecha en el primero, encastado y con clase, con un par de tandas en línea recta sin hondura alguna; pero mejoró sensiblemente con la zura, con la que trazó un manojo de naturales de muy buena factura a la altura de la calidad de su oponente. Como vio que aquello no movilizaba a las masas, optó por el atracón de toro, los alardes temerarios, los circulares y un desplante en los mismos pitones con la muleta en la arena. La estocada quedó defectuosa, el animal tardó en morir y el premio se redujo a un trofeo.
No hubo rodillazos en el quinto, y la faena la comenzó con unos ayudados por alto con la planta muy asentada. Hubo mando y ligazón, y también una actitud ventajista, con la derecha ante un toro de calidad; y volvió a destacar de nuevo por naturales antes de que el toro amenazara con huir de la quema. Otra tanda más de derechazos, dos circulares invertidos y una buena estocada le permitieron pasear otro trofeo.
Discutible, sí, pero no se le puede negar el pan y la sal a quien derrocha actitud de primera figura, y Roca Rey ha salido de Pamplona revalorizado en el cetro del toreo actual.
Y dicho queda que la inspiración artística la bajó de los cielos el sevillano Pablo Aguado, que había veroniqueado con gracia en un quite al segundo toro de la tarde, y se sintió artista ante el tercero, otro animal con clase, que le permitió dibujar naturales preñados de embrujo torero, templadísimos, eternos, de belleza cautivadora. Es verdad que quedó la sensación de que el toro merecía más, que hubo poco mando en el curso de toda la faena, pero ahí quedaron las pinceladas de un toreo de altura. No sucedió lo mismo en el sexto, menos lucido que el anterior, al que Aguado se limitó a acompañar en el viaje, despegado casi siempre y con escasa confianza.
Y por allí anduvo con muy pocas ideas Cayetano. Se le vio con ganas, pechó con el lote más soso, y su concepción torera no pasó de vulgar, siempre despegado y aliviado, sin atisbo de mando. Sorprendentemente, unos pocos espectadores solicitaron sin motivo la oreja a la muerte del que abrió plaza. Como la presidencia se resistía, Cayetano miraba al palco con cara de enfado, molesto con lo que consideraba, sin duda, una injusticia. La realidad dictó sentencia: cuando arrastraron al toro no lo sacaron ni a saludar. Tenía razón la señora presidenta.
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Roca Rey y Aguado, la corona y el aroma
El torero peruano volvió a salir a hombros tras una tarde rotunda, el toreo caro brotó de las muñecas de Pablo Aguado, y Cayetano pasó inadvertido con el peor lote de una mansa y noble corrida de Jandilla
elpais.com