Robert Harris despliega en ‘V2′ todo el terror y la fascinación de los misiles balísticos de Hitler: “En mi novela, el protagonista es el cohete”

Mekhi_Becker

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“Difícil de distinguir al principio debido al camuflaje con tiras verdes y marrones, un V2 descansaba erecto sobre su plataforma de lanzamiento, solitario salvo por un mástil de acero al que estaba conectado por un cable eléctrico. Nada se movía alrededor del cohete. Del depósito de oxígeno líquido salía un fino chorro de vapor que se condensaba como el aliento en el aire neblinoso. Era como si se hubiesen topado con un animal inmenso y magnífico en medio del bosque”. Leer fragmentos de V2 (Grijalbo, 2024), la sensacional novela de Robert Harris sobre esos cohetes de Hitler, los primeros misiles balísticos de la historia, bajo la tobera de uno de ellos, resulta una experiencia impactante. Es el V2 que se exhibe erguido en todo su letal esplendor en el inmenso vestíbulo del Imperial War Museum (IWM) de Londres. El ahusado proyectil de 14 metros capturado a los nazis al acabar la Segunda Guerra Mundial intimida como si fuera a despegar en cualquier momento lanzando un trueno y envolviéndolo todo en una tempestad de aire caliente, vibraciones e inusitado resplandor. Muy cerca del IWM, en el cruce de Kensington Road y Lambeth Road (donde hoy se alza el feo edificio de la King’s Math School) cayó uno de estos destructores ingenios el 4 de enero de 1945 matando a 43 personas y rompiendo buena parte de los cristales del edificio del museo.

El silencio del cohete, bajo sus aletas estabilizadoras, parece lleno de amenaza. Los V2 (de su nombre propagandístico Vergeltungswaffe 2, “arma de venganza 2″, la denominación oficial era A4, Aggregat 4) acabaron con la vida de 2.754 personas en Gran Bretaña e hirieron a 6.523. En total, 517 de los 1.359 misiles de Hitler lanzados contra Londres, su blanco favorito, acertaron a la capital, provocando escenas apocalípticas. Los V2 fueron lanzados asimismo contra París y otras ciudades, y sobre todo contra el puerto de Amberes, crucial para el esfuerzo de guerra Aliado. También se dispararon varios para tratar de hundir el puente de Remagen, capturado intacto por el ejército estadounidense, sin alcanzarlo. La de los cohetes era un tipo de guerra nunca vista hasta entonces (y hoy tan de actualidad por los conflictos de Ucrania y Oriente Medio). Ingenios aéreos imposibles de interceptar que volaban a alturas y velocidades prodigiosas para precipitarse inesperadamente sobre las zonas urbanas devastándolas en un único y poderoso golpe. Heraldos de una nueva era.

Un cohete alemán V2 de la II Guerra Mundial, en el Imperial War Museum, en Londres.

La novela de Harris describe magistral y escalofriantemente la sensación de estar en el lugar de caída de un V2. La protagonista, Kay Caton-Walsh, de 24 años, está viviendo una aventura con un hombre casado —un “fin de semana sucio”, dice ella— en un piso en Warwick Court, cerca de Charing Cross. Es una mañana tranquila de sábado. Kay empieza a quitarse una media y el V2, que ha despegado desde una lanzadera móvil en la costa holandesa hace solo cuatro minutos y 51 segundos, viajando a una media de 4.000 kilómetros por hora y a 37 kilómetros de altura, acaba su viaje y se precipita sobre el inmueble, comprimiendo la atmósfera con su velocidad tres veces supersónica. La chica percibe instintivamente un cambio en el aire en la fracción infinitesimal de un segundo antes de que la punta del cohete toque el tejado y el proyectil de cuatro toneladas atraviese sus cinco plantas y detonen sus 1.000 kilos de explosivo de amatol. “El dormitorio pareció evaporarse en la oscuridad…”. El que relata Harris es un ataque real que se saldó con seis muertos y 292 heridos. En el vestíbulo del IWM el V2 cautivo (hay varios en museos en diferentes partes del mundo) parece henchido de orgullo, mientras que un tanque soviético T-34 muestra tímidamente su cañón en una esquina.

Robert Harris, fotografiado en Inglaterra en 2022.

V2, sin duda la gran novela sobre la cohetería hitleriana —como Enigma, del propio Harris es la mejor sobre la célebre máquina de cifrar y la ruptura de los códigos de los submarinos nazis—, se centra en la peripecia de dos personajes, en bandos opuestos. Uno es Kay, que es una WAAF, una auxiliar femenina de la Fuerza Aérea, reclutada precisamente para elaborar cálculos matemáticos que permitan bombardear a los V2, que son lanzados desde plataformas móviles y resultan muy difíciles de localizar. El otro personaje es Rudi Graf, un ingeniero alemán de la unidad que dispara los cohetes. Graf es un colega ficticio del pragmático Wernher Von Braun (que también aparece en el libro), el verdadero rocket man. el padre de la cohetería de Hitler y posterior artífice del programa espacial de EE UU que llevó al hombre a la Luna. Con Von Braun —aunque más escéptico y desengañado— Rudi Graf comparte el deseo de alcanzar las estrellas, aunque para ello haya que vender el alma al diablo con esvástica y disparar los cohetes a Londres.

La acción se desarrolla en cinco días a finales de enero de 1944 con vertiginoso ritmo de thriller. Harris, un virtuoso del género, subraya que se trata de una novela, pero el trabajo de documentación que ha realizado es vastísimo e incluye la lectura de las obras principales sobre el tema (como The Rocket and the Reich, de Neufeld, Hitler’s Rocket Soldiers, de Narber y Keuer, o The Peenemünde Wind tunnels, a memoir, de Wegener) y haber hablado con supervivientes y técnicos. Así, V2 no es solo una novela emocionantísima que se lee compulsivamente, sino una excelente y muy amena manera de adentrarse en la historia de los cohetes, esas armas pavorosas y asombrosas esenciales en la moderna panoplia bélica.

El RT-2PM2, Topol-M, uno de los más recientes misiles balísticos intercontinentales rusos.

Pese a Kay y Rudi, enzarzados en un ajedrez mortal a distancia, Harris lo tiene claro: “El protagonista de mi novela es el cohete, las V2″, subraya a este diario. El escritor se sorprende gratamente de que se le llame para la entrevista telefónica desde el bar del IWM, a la vista de la V2 del museo (lo que es en verdad inspirador) y junto a una vitrina en la que navega una reproducción a escala de un convoy aliado, con decenas de miniaturas de barcos, que parece todo un homenaje a Enigma.

“Conozco el cohete del Imperial War Museum, lo he visitado, a mis hijos les fascinó”, dice Harris (Nottingham, 67 años). “Es horriblemente moderno”. Explica que la tenebrosa atmósfera de devastación en que está envuelta su novela no es ajena a las circunstancias en que la escribió. “Fue durante la pandemia, en ese interludio surrealista dejé de escribir al principio pensando que el mundo se acababa, pero esa no era la impresión de mis editores, que me dijeron que necesitaban otro libro mío. Así que me puse manos a la obra, con una sensación de cotidianeidad con el desastre que tiñó la novela muy pertinentemente”. Algunos pasajes recuerdan la prosa y las imágenes de J. G. Ballard. “He leído algunas cosas de él y me parece muy interesante. Está asimismo la novela de Thomas Pynchon, claro, El arco iris de gravedad”. En la conocida novela de Pynchon, tan distinta a la de Harris, y en realidad tan distinta a todo, también aparecen los V2 y Von Braun. “Los V2 siempre me han interesado”, continúa Robert Harris. “La tecnología era extraordinaria, a los diez minutos de lanzarlos, los cohetes caían sobre Londres. Todo el programa era una locura, desvió muchos recursos de Alemania y costó tanto como el Proyecto Manhattan con el que EE UU consiguió la bomba atómica. Pero militarmente fue un fracaso. Los bombarderos de saturación Aliados provocaban más muertes en una sola noche que todos los cohetes alemanes. De hecho, los V2 causaron tres veces más víctimas entre los trabajadores esclavos del campo de trabajo Dora (subcampo de Buchenwald) que las construyeron en condiciones dantescas en las cuevas de la planta industrial de Mittelwerk”.

De nuevo como en Pompeya, un ingeniero es protagonista. “Los ingenieros me fascinan. Son gente muy interesante. En el caso del personaje de Graf, hay además el dilema moral. Es curioso pensar que el mundo moderno nació en lugares de la Segunda Guerra Mundial donde trabajaban ingenieros y científicos: Los Álamos, Bletchley Park, Peenemünde…”.

Harris reflexiona que fue una suerte que Hitler dispusiera de los cohetes pero no de cabezas nucleares para colocar en ellos. Está de acuerdo en que, de no perder la guerra, los nazis habrían llegado a la Luna. “En mi novela Patria, ucronía con Hitler victorioso, dibujé un 1964 alternativo en el que Alemania va por delante de EE UU en la carrera espacial, con Peenemünde como el Cabo Cañaveral nazi”. En esa novela, la primera de Harris, una V3 ha llevado una bomba atómica hasta Nueva York y los nazis han ganado la guerra a EE UU. Hubo un plan real para construir un cohete de largo alcance, el A9/A10 pero no pasó del prototipo.

Un cohete alemán V2 de la II Guerra Mundial, en el Imperial War Museum, en Londres.

Harris hace aparecer en V2 a Von Braun con uniforme de las SS (la organización se hizo al final de la guerra con el control de los cohetes, bajo el mando del criminal Brigadeführer Hans Kammler), algo que le habría disgustado profundamente al científico, que hizo desaparecer las fotos comprometedoras que mostraban que había sido miembro del siniestro club de la calavera. El novelista considera al ingeniero “brillante pero amoral, un tipo sin escrúpulos que conocía perfectamente las condiciones de exterminio en que se ensamblaban los V2″. Con respecto a los V1, los otros cohetes nazis famosos (construidos por Fieseler), dice que le parecen mucho más interesantes los V2. “Porque eran supersónicos e imparables, una tecnología completamente nueva que preconizó la Era espacial. Los V1, en cambio, iban despacio y se los podía derribar fácilmente. Ya nadie fabrica V1. Elon Musk construye los descendientes de los V2″. No obstante, los V1, o popularmente Buzz bomb, tenían una gran ventaja: eran diez veces más baratos de fabricar. En consecuencia se lanzaron 24.200 V1 por solo 3.500 V2.

Pese al realismo con que describe los lanzamientos, Robert Harris no ha visto nunca despegar un cohete. Tampoco imaginaba cuando la escribía que la novela sería tan actual ahora. “Pensaba en la Guerra del Golfo y la tecnología de cohetes iraquí, que era vieja y se parecía a la de los nazis”. Tras la Segunda Guerra Mundial, estadounidenses, británicos y soviéticos se lanzaron a pillar V2 (y a los científicos que los creaban). EE UU desarrolló sus propios cohetes en la Guerra Fría, pero la URSS continuó manufacturando el V2 bajo el nombre de R-1 (Raketa-1). Fueron remplazados a partir de 1958 por los R-11, los famosos Scud.

Pese a lo apasionante de la historia, no hay planes de llevar V2 al cine de momento. “Quizá algún día, es muy caro supongo”. Harris, cuya última novela recién publicada en inglés, la decimosexta, Precipice, es un thriller de espionaje basado en la relación real entre el primer ministro H. H. Asquit y la aristócrata Venetia Stanley en la época en que estaba a punto de comenzar la Primera Guerra Mundial, dice que no obstante él prefiere la Segunda para escribir, y no descarta volver a ella. El autor ha visto ya Conclave, basada en su novela del mismo título, y está feliz: “Me parece magnífica. Ralph Fiennes ofrece una actuación espléndida, y da vida al personaje del cardenal exactamente como yo lo imaginaba. Estoy lleno de admiración por Edward Berger y la manera en que ha llevado la historia a la pantalla”.

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