‘Rita’: Paz Vega debuta en la dirección con una luminosa película sobre malos tratos

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27 Sep 2024
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En los últimos tiempos se está desarrollando entre las nuevas directoras de cine, tanto en el formato de cortometraje como en el largo, un tipo de mirada a la violencia de género y a los abusos sexuales que se escapa de la habitual negrura visual para abrazar una extraña luminosidad no exenta de metáfora. De puertas afuera, en determinados matrimonios y familias, nada hace presagiar lo que hay dentro de las paredes del hogar, de la habitación, de la mente de tantos hombres que fueron o van pasando por la vida como padres rigurosos, pero nunca como maltratadores. Reconocibles para cualquiera, cuántos de ellos rozaron nuestras vidas como padres de algunos de nuestros amigos y vecinos durante la infancia o la adolescencia. De ellos se dijeron muchas veces de soslayo o en la intimidad frases como “hay que ver el carácter que tiene”, pero nunca se acabó de juzgarlos, no ya penalmente sino ni siquiera social o moralmente.

Paz Vega, actriz desde hace muchos años con aureola de estrella, ha decidido ocuparse de uno de esos padres en Rita, su valiente salto a la escritura y la dirección. O mejor que todo lo anterior: más que enfrentarse cinematográficamente a uno de esos machos, que también, lo que ha hecho es plantar su cámara (y por tanto su propia mirada) en la enternecedora mirada de una cría de siete años que, junto a su hermano de cinco, lidian cada día de uno de esos interminables veranos de la infancia con uno de estos padres “de carácter” y una madre que todo lo soporta. Como tantas madres durante demasiados años.

Imagen de 'Rita', de Paz Vega.

Ambientada en 1984 (la Eurocopa de fútbol de Francia sirve como pista temporal a través de la televisión), la ópera prima de Vega está rodada en el formato clásico 4:3, cada vez más de moda en el cine actual, con un exquisito gusto por la luz, el encuadre y el punto de vista. La habitual actriz, aquí también en el papel de la madre, demuestra sentido de la puesta en escena y rigor para captar en todo momento las reacciones de la cría en una Andalucía luminosa que también recoge con cierto sentido de la nostalgia no exento de crítica los, a pesar de todo, bonitos momentos de cualquier niñez. Es la Sevilla de la gracia y los fuegos artificiales, del baile y la espontaneidad. Y es la infancia de la piscina municipal y las canicas, del afilador y los gusanitos, las zapatillas de cangrejo y los recortables. Pero también es la Sevilla, la Andalucía, la España del infernal cotilleo, del aguanta por los niños, del qué hay de cena, del se te ha olvidado meter la cerveza en el frigorífico, del me paso la vida trabajando y tú estás en babia.

Huyendo del retrato de un solo trazo en forma de brochazo, Vega dibuja al personaje interpretado por Roberto Álamo con esa fachada exterior de buen padre rígido que tanto vimos y por desgracia seguimos viendo en ciertos ámbitos. Y la época en la que se desarrolla la película, tres años después de la Ley de Divorcio de 1981, sirve a la directora para homenajear a tantas mujeres que o dieron un primer paso como pioneras de la huida a tiempo, o quisieron darlo y nunca acabaron de forjarlo para su pena. Quizá el clímax final resulte algo atropellado en materia de guion, pero la mirada de Vega, con esa profundidad de campo tan corta o con los fuera de campo en los momentos más dramáticos para los niños, revela a una directora con futuro.

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