edwina.hamill
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Hay palabras que, como el oficio al que designan, han ido cayendo en desuso. El de los canteros es uno de esos que evocan épocas lejanas, cuando todas las ciudades importantes querían construir su propia catedral. Estos templos ya no son un punto de interés de los constructores, pero el oficio de cantero sigue existiendo, sobre todo ligado a la restauración. En la que desde el pasado verano se está llevando a cabo en la fachada barroca de la catedral de Murcia, el trabajo de la cantera Reyes Molina es una de las tareas fundamentales para devolverle el esplendor con el que el edificio fue concebido en el siglo XVIII. Si los profesionales de la cantería escasean, las mujeres en el sector son una rareza que, sin embargo, esta artesana de la piedra vive con naturalidad y un enorme entusiasmo por su trabajo.
Molina (Lorca, 45 años) se desenvuelve como pez en el agua a lo largo y ancho de los 17 pisos de andamios que recorren el imafronte, la fachada principal de la catedral construida entre 1737 y 1751 por el arquitecto valenciano Jaime Bort para sustituir la portada anterior, que fue demolida por problemas de inestabilidad. Sus 54 metros de altura se concibieron como un retablo, por lo que está cuajada de esculturas y relieves, pero también de columnas, cornisas, molduras curvas, casquetes de bóvedas y volutas, todo ello tallado en piedra arenisca sobre la que la meteorología, la contaminación y el paso del tiempo han hecho estragos.
Las obras de recuperación comenzaron en agosto de 2023. Instalar los andamios llevó aproximadamente un mes y medio de trabajo. Luego llegó una fase de limpieza en la que se retiraron toneladas de excrementos de paloma antes de pasar a un tratamiento con agua a presión y una segunda proyección con “virutas de cristal” en las zonas más afectadas por la suciedad, explica a EL PAÍS el jefe de obra, Paco Moya. La fase de restauración empezó por “deshacer” más que por recomponer. Es así porque en los años noventa, cuando se intervino por última vez en la fachada, se optó por rellenar los espacios donde se había roto la piedra con un mortero “muy duro, casi de la consistencia del cemento”, que se aplicó desde a líneas estructurales de la fachada como cornisas y vivos, hasta elementos meramente decorativos.
El equipo de arqueólogos y restauradores ha ido retirando todo ese mortero, porque la intervención que se ha planteado ahora, y que supera los dos millones de euros de presupuesto, es radicalmente distinta: se repondrán en piedra solo los elementos estructurales que permiten “leer” la composición del imafronte tal y como fue diseñado en el siglo XVIII. Se mantendrá toda la decoración original posible, pero no se recreará aquella que no sea fundamental y que no esté perfectamente documentada. Y es en este punto de “reintegración de la piedra” donde entra en juego Molina, la cantera de la catedral.
Se incorporó a la plantilla de Orthem, adjudicataria de estas obras, en marzo. Pone el acento en esa circunstancia porque, explica, la inmensa mayoría de los canteros que quedan en España son profesionales autónomos, que hacen trabajos puntuales por encargo en sus talleres artesanos que luego son incorporados a las restauraciones o construcciones. Los que se dedican únicamente a trabajos en obras de restauración, no a la creación artesana, son “muy pocos” y los que lo hacen integrados en la plantilla, “puede que solamente” ella. Y esto ha sido un reto que se ha ido imponiendo a lo largo de su trayectoria para poder disfrutar de las mismas condiciones laborales que sus compañeros.
Enganchada a un arnés, esta mujer alegre y locuaz echa mano de su martillo neumático, cinceles, gradinas, bujardas, una radial... Corta los bloques de piedra sobre el andamio y les da forma para lograr que encajen en la estructura de la fachada sin necesidad de materiales adicionales (por seguridad, se consolidan con un mortero de cal). Sobre la propia fachada, esculpe los trozos de piedra nueva para integrarlos en el conjunto histórico. La mayor parte de su trabajo se concentra en la parte superior de la fachada, la más expuesta a las inclemencias meteorológicas, y en la zona a nivel del suelo, de caliza marmórea, la más dañada por la acción humana.
Molina muestra su inquietud por las dificultades en el relevo generacional: de todos los canteros en activo que conoce ella es la más joven, asegura, por lo que reivindica la importancia de la formación. Ella la buscó cuando ya llevaba años trabajando la piedra y tuvo enormes dificultades para encontrarla. Lo logró en el instituto Mollerussa, en Lleida, donde cursó un grado medio de Formación Profesional: Técnico en Piedra Natural. Sobre el papel, apunta, existe también un grado superior en Piedra, pero no encontró ningún centro que lo ofertara. En su opinión, la promoción de oficios minoritarios como el suyo a través de la FP sería la clave para que no acaben por desaparecer.
Habla de la cantería con pasión. La define como un punto intermedio entre la albañilería y la restauración, ambas profesiones muy presentes en su familia: su hermana mayor es restauradora de objetos de arte y pintora artística; la segunda, también cantera, tiene un taller de artesanía en piedra en el que colabora la tercera de sus hermanas. Su padre era albañil y Molina recuerda cómo las cuatro hermanas lo ayudaban “desde niñas” a preparar los materiales y hacer pequeñas reparaciones domésticas. Aunque se trata de una profesión altamente masculinizada ―solo el 11% de quienes trabajan en la construcción en su conjunto son mujeres, según los datos del Observatorio Industrial de la Construcción―, en su familia nunca las pareció “raro” que las mujeres quisieran dedicarse al sector. La propia Molina tenía claro “desde siempre” que quería “trabajar con las manos”.
Comenzó haciéndolo en un taller de madera en su Lorca natal y, en 2001, se pasó a la piedra en el taller de su hermana, Piedra Viva, donde elaboraban por encargo fuentes, dinteles, escudos, chimeneas y ornamentos de todo tipo. Pero, el 11 de mayo de 2011, un terremoto mató a ocho personas y causó destrozos en la ciudad. El seísmo dio pie a una larga fase reconstrucción, tanto de las viviendas como de su rico patrimonio, y Molina dejó el taller para centrarse en la cantería en obras. Lo hizo de la mano del arquitecto Juan de Dios de la Hoz, con quien trabajó en la reconstrucción de las iglesias lorquinas de Santiago, San Pedro y San Mateo. De la Hoz es también el arquitecto que ha diseñado la recuperación del imafronte de la catedral.
“Nuestros caminos siempre vuelven a juntarse”, señala Molina, que destaca que de él aprendió la clave de su trabajo: que en la obra “la cantería tiene que integrarse con el resto de los oficios” para que tenga algún valor. Por eso, insiste en que es una labor “multidisciplinar”, apoyada por albañiles, restauradores y auxiliares. Y pone en valor especialmente el papel de sus compañeras: “Quiero dejar claro que no soy la única mujer en la obra. En el campo de la restauración, las mujeres son mayoría. La cantería es un terreno más desconocido, pero las facultades de Bellas Artes están llenas de mujeres”.
En los más de 13 años que esta cantera ha trabajado en obras, ha participado en recuperaciones de edificios tan emblemáticos como la Real Casa de Correos, sede del Gobierno de Madrid; el castillo de Belmonte (Cuenca); la sede del Ministerio de Hacienda; o el Monasterio de Santa María de Monsalud en Sacedón (Guadalajara). En un país como España, con un enorme patrimonio arquitectónico y artístico, defiende, el oficio de los canteros debería tener una inmensa demanda, pero es realista: “Falta muchísima financiación, no todas las administraciones pueden asumir los costes que suponen este tipo de intervenciones”.
En el caso de la catedral de Murcia, es la Iglesia católica la que corre con los gastos mediante fondos propios y donaciones de particulares. El obispo de la diócesis de Cartagena, José Manuel Lorca, bromeaba en mayo con la posibilidad de “jugar a la lotería” para poder pagar la intervención, que se presupuestó en 1,2 millones de euros en un momento inicial, 800.000 euros menos del coste final. Como solución más realista, en paralelo a los andamios de obra se instalaron unas plataformas por las que el Obispado realiza visitas guiadas que permiten contemplar de cerca los trabajos por un precio de 10 euros que se destina íntegramente a la restauración.
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Molina (Lorca, 45 años) se desenvuelve como pez en el agua a lo largo y ancho de los 17 pisos de andamios que recorren el imafronte, la fachada principal de la catedral construida entre 1737 y 1751 por el arquitecto valenciano Jaime Bort para sustituir la portada anterior, que fue demolida por problemas de inestabilidad. Sus 54 metros de altura se concibieron como un retablo, por lo que está cuajada de esculturas y relieves, pero también de columnas, cornisas, molduras curvas, casquetes de bóvedas y volutas, todo ello tallado en piedra arenisca sobre la que la meteorología, la contaminación y el paso del tiempo han hecho estragos.
Las obras de recuperación comenzaron en agosto de 2023. Instalar los andamios llevó aproximadamente un mes y medio de trabajo. Luego llegó una fase de limpieza en la que se retiraron toneladas de excrementos de paloma antes de pasar a un tratamiento con agua a presión y una segunda proyección con “virutas de cristal” en las zonas más afectadas por la suciedad, explica a EL PAÍS el jefe de obra, Paco Moya. La fase de restauración empezó por “deshacer” más que por recomponer. Es así porque en los años noventa, cuando se intervino por última vez en la fachada, se optó por rellenar los espacios donde se había roto la piedra con un mortero “muy duro, casi de la consistencia del cemento”, que se aplicó desde a líneas estructurales de la fachada como cornisas y vivos, hasta elementos meramente decorativos.
El equipo de arqueólogos y restauradores ha ido retirando todo ese mortero, porque la intervención que se ha planteado ahora, y que supera los dos millones de euros de presupuesto, es radicalmente distinta: se repondrán en piedra solo los elementos estructurales que permiten “leer” la composición del imafronte tal y como fue diseñado en el siglo XVIII. Se mantendrá toda la decoración original posible, pero no se recreará aquella que no sea fundamental y que no esté perfectamente documentada. Y es en este punto de “reintegración de la piedra” donde entra en juego Molina, la cantera de la catedral.
Se incorporó a la plantilla de Orthem, adjudicataria de estas obras, en marzo. Pone el acento en esa circunstancia porque, explica, la inmensa mayoría de los canteros que quedan en España son profesionales autónomos, que hacen trabajos puntuales por encargo en sus talleres artesanos que luego son incorporados a las restauraciones o construcciones. Los que se dedican únicamente a trabajos en obras de restauración, no a la creación artesana, son “muy pocos” y los que lo hacen integrados en la plantilla, “puede que solamente” ella. Y esto ha sido un reto que se ha ido imponiendo a lo largo de su trayectoria para poder disfrutar de las mismas condiciones laborales que sus compañeros.
Enganchada a un arnés, esta mujer alegre y locuaz echa mano de su martillo neumático, cinceles, gradinas, bujardas, una radial... Corta los bloques de piedra sobre el andamio y les da forma para lograr que encajen en la estructura de la fachada sin necesidad de materiales adicionales (por seguridad, se consolidan con un mortero de cal). Sobre la propia fachada, esculpe los trozos de piedra nueva para integrarlos en el conjunto histórico. La mayor parte de su trabajo se concentra en la parte superior de la fachada, la más expuesta a las inclemencias meteorológicas, y en la zona a nivel del suelo, de caliza marmórea, la más dañada por la acción humana.
Molina muestra su inquietud por las dificultades en el relevo generacional: de todos los canteros en activo que conoce ella es la más joven, asegura, por lo que reivindica la importancia de la formación. Ella la buscó cuando ya llevaba años trabajando la piedra y tuvo enormes dificultades para encontrarla. Lo logró en el instituto Mollerussa, en Lleida, donde cursó un grado medio de Formación Profesional: Técnico en Piedra Natural. Sobre el papel, apunta, existe también un grado superior en Piedra, pero no encontró ningún centro que lo ofertara. En su opinión, la promoción de oficios minoritarios como el suyo a través de la FP sería la clave para que no acaben por desaparecer.
Habla de la cantería con pasión. La define como un punto intermedio entre la albañilería y la restauración, ambas profesiones muy presentes en su familia: su hermana mayor es restauradora de objetos de arte y pintora artística; la segunda, también cantera, tiene un taller de artesanía en piedra en el que colabora la tercera de sus hermanas. Su padre era albañil y Molina recuerda cómo las cuatro hermanas lo ayudaban “desde niñas” a preparar los materiales y hacer pequeñas reparaciones domésticas. Aunque se trata de una profesión altamente masculinizada ―solo el 11% de quienes trabajan en la construcción en su conjunto son mujeres, según los datos del Observatorio Industrial de la Construcción―, en su familia nunca las pareció “raro” que las mujeres quisieran dedicarse al sector. La propia Molina tenía claro “desde siempre” que quería “trabajar con las manos”.
Comenzó haciéndolo en un taller de madera en su Lorca natal y, en 2001, se pasó a la piedra en el taller de su hermana, Piedra Viva, donde elaboraban por encargo fuentes, dinteles, escudos, chimeneas y ornamentos de todo tipo. Pero, el 11 de mayo de 2011, un terremoto mató a ocho personas y causó destrozos en la ciudad. El seísmo dio pie a una larga fase reconstrucción, tanto de las viviendas como de su rico patrimonio, y Molina dejó el taller para centrarse en la cantería en obras. Lo hizo de la mano del arquitecto Juan de Dios de la Hoz, con quien trabajó en la reconstrucción de las iglesias lorquinas de Santiago, San Pedro y San Mateo. De la Hoz es también el arquitecto que ha diseñado la recuperación del imafronte de la catedral.
“Nuestros caminos siempre vuelven a juntarse”, señala Molina, que destaca que de él aprendió la clave de su trabajo: que en la obra “la cantería tiene que integrarse con el resto de los oficios” para que tenga algún valor. Por eso, insiste en que es una labor “multidisciplinar”, apoyada por albañiles, restauradores y auxiliares. Y pone en valor especialmente el papel de sus compañeras: “Quiero dejar claro que no soy la única mujer en la obra. En el campo de la restauración, las mujeres son mayoría. La cantería es un terreno más desconocido, pero las facultades de Bellas Artes están llenas de mujeres”.
En los más de 13 años que esta cantera ha trabajado en obras, ha participado en recuperaciones de edificios tan emblemáticos como la Real Casa de Correos, sede del Gobierno de Madrid; el castillo de Belmonte (Cuenca); la sede del Ministerio de Hacienda; o el Monasterio de Santa María de Monsalud en Sacedón (Guadalajara). En un país como España, con un enorme patrimonio arquitectónico y artístico, defiende, el oficio de los canteros debería tener una inmensa demanda, pero es realista: “Falta muchísima financiación, no todas las administraciones pueden asumir los costes que suponen este tipo de intervenciones”.
En el caso de la catedral de Murcia, es la Iglesia católica la que corre con los gastos mediante fondos propios y donaciones de particulares. El obispo de la diócesis de Cartagena, José Manuel Lorca, bromeaba en mayo con la posibilidad de “jugar a la lotería” para poder pagar la intervención, que se presupuestó en 1,2 millones de euros en un momento inicial, 800.000 euros menos del coste final. Como solución más realista, en paralelo a los andamios de obra se instalaron unas plataformas por las que el Obispado realiza visitas guiadas que permiten contemplar de cerca los trabajos por un precio de 10 euros que se destina íntegramente a la restauración.
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