jtorp
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A veces, a estas alturas de todo y de todos, cuando ya el Madrid castizo duerme y el golfo sale a las calles, uno vuelve épocas atrás. No somos los mismos, ni yo viví aquellas épocas. Pero las ciencias avanzan que es una barbaridad, y eso también, pasa en la noche; de la Piquer a Tangana. La noche nochera se abría. Quise recordarla con mi tío Miguel cenando (invitó él) en una taberna al lado del Congreso, que toda taberna es un congreso más serio, más limpio de alma, y sin traductores con pinganillos. Fue un viaje atrás. Pegué la hebra con César Cadaval, de los Morancos, que conocen los secretos del Madrid más céntrico como los de su Triana alfarera. La noche ya es que cae pronto, y Madrid tiene el encanto histórico de que en la calle del Turco, donde reventaron a Prim, a uno le pueden robar el teléfono en un atraco que, viendo ya el percal, considero magnicidio. Pasé por obras en los alrededores de San Jerónimo que son materia de una metáfora san simple que no hay que explicarla. La chavalería iba a uno u otro piso, con los aliños del botellón preparados, quizá como intentando defender esa cosa tan cursi de la alegría que escribió Benedetti y nos pintó a ZP como un hada buena. A ellos sí que les afecta Valencia.Mi Tito Miguel, por la puerta del Palace, se acariciaba su bigote de 'káiser de Argüelles'. Se paró, se templó y me mandó que la noche fuera irrepetible. Siempre que paso con el Congreso pienso en la insoportable levedad del ser, y mi Tito me sacó pronto de las ensoñaciones que dan los leones de Ponzano y lo que esconden. Cenamos bien, ya digo que estuve hablando un cuarto de hora con César Cadaval, de Los Morancos, con él, con su hijo, torero apadrinado por ese dios de la poesía del albero que es para mí Morante de la Puebla. De ahí fuimos a Chicote, que guarda las fotos, pero va perdiendo la esencia por las imposiciones de la modernidad. Pedí 'De purísima y oro' de Sabina y el DJ me miró como si le estuviera hablando en georgiano con pronunciación de Pulpí, provincia de Almería. Me vine arriba y le confesé a Miguel que yo llevaba la secreta intención, de adolescente, de ser hombre de Chicote y de que me agasajaran allí la belleza y los cócteles y la memoria de la penicilina. La crema de la intelectualidad llevaba escotazos o el pelo engominado en la coctelería y Frank Sinatra me miraba con esos ojos tan suyos. Nos recogimos pronto. Madrid seguía con su ritmo infernal y en la radio del taxista sonaba algo de Charlie Parker. También se aprende a vivir. De noche y sin pesadillas.
Jesús Nieto Jurado: Revivir el antaño
La crema de la intelectualidad de Chicote llevaba escotazos o el pelo engominado
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