Réquiem

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27 Sep 2024
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Por un momento hemos olvidado que nuestro estado natural es este . Que lo normal es la guerra, la peste y el hambre. Los depredadores, los desastres naturales y la muerte. El ser humano ha conseguido alcanzar unos niveles de civilización, de progreso y de bienestar altísimos, pero todos y cada uno de los individuos que formamos parte de la especie deberíamos crecer sabiendo de dónde venimos e interiorizando que lo que vemos no es natural sino una anomalía histórica, el resultado de la evolución y de un esfuerzo ingente por parte de los que nos precedieron a través del tiempo. En caso contrario cometeremos el error de darlo todo por sentado, como si el tipo de vida que hemos alcanzado –que hemos heredado– fuera lo normal. Pero no, no es lo normal. Lo normal es el miedo, la lucha por la supervivencia y la vida en el alambre.Por un momento hemos llegado a creer que la alegría, la felicidad y la libertad son el mínimo exigible, una especie de bien asegurado y permanente, algo mágico que nos viene dado de serie, como el páncreas, y por lo que no vale la pena luchar. Visto así, los derechos y el bienestar no habría que defenderlos, sino solamente disfrutarlos. Y, lo que es peor, habrían de ser otros –un 'otros' indeterminado y cruel, quizá la otredad más pura– los encargados de proporcionárnoslos. Y nuestro papel, como vulgares clientes insatisfechos, fuera solo exigir, reclamar y, eventualmente, llevarnos las manos a la cabeza como laterales derechos indignados ante un fuera de juego. Como si la muerte nos resultara algo ajeno en lugar de lo más nuestro.Todo es un milagro, un completo milagro. Ni todo el progreso del mundo es capaz de evitar que el cielo se rompa, que el volcán se abra, que el virus mute. Por eso ni siquiera sería suficiente con enseñar a conservar el milagro: también es necesario cambiar ese estado de frustración e insatisfacción perpetua que gastan por el de agradecimiento constante, entendiendo que cada día sin incidentes es un día ganado a la probabilidad. Eso implica mirarlo todo de nuevo desde la humildad en lugar de hacerlo desde la soberbia. En la fortaleza competimos; en la debilidad nos encontramos.La vida no es un fuego de campamento. Entre unos y otros han convertido el espacio público en una sucesión de gilipolleces consecutivas, de tonterías superpuestas y de reivindicaciones caprichosas. Todo se resume en una letanía interminable de hechos diferenciales, de exigencias arbitrarias y de indignaciones aleatorias. Y cuando el compromiso se limita a una chapa en los Goya y el orden a la carta a los Reyes de una niña pija, pasa lo que pasa: que la vida da un golpe en la mesa y nos pilla con la cara de tonto del corredor que celebraba la victoria antes de tiempo y que ve cómo, desde atrás, llega la verdad esprintando, se lleva por delante la cinta y deja claro quién manda. La muerte no es la anécdota. La muerte es la categoría . Y nosotros sucesos improbables, niños ciegos perdidos en la noche. Apenas eso.

 

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