Lo primero que impacta es la arrebatadora belleza de la delicada capa, el rojo intenso del plumaje de los ibis escarlata que los indígenas usaron en el siglo XVII para confeccionarla. El reverso cuenta otra historia, la sofisticada técnica de los tupinambá para crear esta pieza. El manto tupinambá regresa a casa, a Brasil, tras permanecer tres siglos expuesto en el Museo Nacional de Dinamarca, en Copenhague. La peculiar pieza se incorpora al Museo Nacional de Río de Janeiro, que construye con paciencia una colección que sustituya al valioso patrimonio etnográfico que ardió en 2018. Días después de que una comitiva de indígenas tupinambá llegada desde sus tierras, en Bahía, se reencontrara en privado con la capa, recibió la bienvenida oficial con todos los honores en una ceremonia presidida por Luiz Inácio Lula da Silva este jueves.
“Su retorno es un hito y el comienzo de un nuevo marco de conquistas del pueblo indígena”, celebró Lula junto a autoridades y decenas de indígenas pertrechados con tocados de plumas, maracas e incienso que acudieron al museo donde, en principio, debería reposar definitivamente.
La capa emplumada es el símbolo más potente de los tupinambá, un pueblo indígena de 4.500 miembros que fue considerado extinto. Y a la vez protagoniza un viaje fascinante que abarca cuatro siglos. Una travesía que le llevó a cruzar el Atlántico de ida en navío, de vuelta, en avión, un periplo que recorre la historia de la colonización, la etnografía y el arte para enlazar universos tan distantes como aldeas indígenas y majestuosos museos nacionales creados por reyes a partir de curiosidades exóticas y alcanza incluso la última edición de la Bienal de Venecia, templo de la vanguardia del arte.
“No es un objeto, ni una obra de arte, es un ancestro que conserva nuestra memoria”, explica la artista Glicéria Tupinambá por videollamada desde su aldea, en Bahía, en una entrevista que se corta unos minutos porque cae un chaparrón sobre su casa. La antropóloga investiga hace casi dos décadas en torno a los mantos de plumas que, durante las ceremonias religiosas, convertían a sus antepasados en pájaros dotados de poderes que tocaban una flauta hecha con huesos humanos a modo de pico. Enormes aves rojas que un misionero jesuita describió en su época como encarnaciones del diablo. Los tupinambá fueron de los primeros indígenas que los portugueses encontraron en el nuevo mundo.
Salto a 2024. A Venecia. El pabellón de Brasil en la Bienal ensalzó la labor de Glicéria Tupinambá para recuperar la tradición de tejer capas de plumas como símbolo cultural y de resistencia. Cosidas siguiendo las enseñanzas de sus tías abuelas, el plumaje ya no es rojo, sino grisáceo, y de otras aves. El Ibis escarlata que surtía las piezas originales se ha extinguido en su región. Adquiere el intenso tono rojo gracias a una dieta de cangrejos.
El manto donado por Dinamarca a Brasil, confeccionado con 4.000 plumas, es el más preciado los 11 que existen en el mundo. Era una de las piezas más bellas de la colección del Museo Nacional danés, generaciones enteras la han admirado de cerca. “No sabemos exactamente cómo y cuándo llegó a Europa ni por qué acabó en Dinamarca. Es posible que fuera un regalo diplomático de otro rey europeo al rey danés. Lo único que podemos decir con certeza es que figura en el inventario del rey danés de 1689″, explica al teléfono Christian Sune Pedersen, jefe de investigación, Historia Moderna y Culturas del Mundo del museo, ubicado en Copenhague. Donar este tesoro “es una decisión difícil, pero creemos que es lo razonable y lo correcto porque hemos visto lo importante que es para los tupinambá y para Brasil”, añade.
La idea del retorno nació en 2000 cuando la capa estuvo en São Paulo para una exposición por el 500º aniversario de la llegada de los portugueses. El proceso arrancó de verdad años después a la vieja usanza, por carta. Dos grupos de indígenas tupinambá y el Museo Nacional de Río escribieron a través de la embajada de Brasil al museo danés con la solicitud. Una comisión técnica oficial danesa analizó la petición, los argumentos, y recomendó al Ministerio de Cultura que respondiera que sí. Así fue.
Pedersen detalla las razones de los daneses: “Nos motivaron tres cosas: uno, entendimos lo importante que es la capa para los tupinambá. Dos, esperamos que esta donación contribuya a reconstitución del Museo Nacional [de Brasil], que sufrió una gran pérdida de su patrimonio al quemarse en 2018. Tres, Dinamarca tiene, bueno, tuvo, cinco de las 11 capas que existen”. Quedan, por tanto, cuatro en Copenhague y el resto, repartidas en museos de Basilea, Bruselas, Florencia, Milán y París. La artista conoce en persona todas las piezas, hizo una gira para visitarlas. Sugiere que existen dos más. A una se le perdió el rastro en Berlín, en la Segunda Guerra Mundial, la otra pertenecía a Isabel II.
La pieza enviada a Brasil ha sido sustituida en la vitrina por otras dos de menor tamaño. Y, según Pedersen, no existe ninguna otra petición de devolución.
La cultura indígena abarca múltiples dimensiones y una cosmovisión siempre rica. Cuenta Glicera Tupinambá que un momento trascendental fue el viaje que hizo en 2022 a Copenhague para conversar con el manto principal. “Lo sacan de la vitrina, lo llevan al laboratorio y de repente me habla. ‘Has tardado en llegar, ¿dónde estabas?’, me dice. Me reconoce como a una de los suyos y dice que está preparado para regresar. Que vaya a casa y prepare el ritual”. En paralelo, negociaciones técnicas y diplomáticas entre ambos países.
Hace unos meses, llegó el momento de que los daneses se despidieran de la pieza que reinaba en la galería brasileña, que celebra la belleza del artesanado indígena. La malla emplumada se erguía majestuosa en una vitrina junto pinturas realizadas por el holandés Albert Eckhout en la década de 1640 y objetos procedentes de Brasil, algunos de la Amazonia.
Los profesionales daneses compartieron con sus colegas brasileños los secretos con los que han preservado la capa con buena salud durante 335 años. Con ella vino el historial de conservación con recomendaciones sobre temperatura, humedad, control del clima y luz. El bochorno frecuente de Río es una importante amenaza.
Una cierta dosis de polémica rodea la devolución porque una facción de los tupinambá exigía que la capa regresara a las aldeas de Bahía donde fue cosida, a 1.300 kilómetros al norte de Río. La artista lo rechaza por inviable: “Dentro del territorio, con este sol y estas lluvias, ¡no dura ni ocho días!”, exclama.
En la ceremonia de bienvenida, Lula dio la sorpresa. Contrariando la estrategia del museo, alimentó la esperanza de que la pieza vuelva a la tierra que le vio nacer. La líder Yakui Tupinamabá acababa de lamentar que no se les permitiera recibirla con sus ritos en cuanto aterrizó, el pasado julio. Solo pudieron acercarse al tesoro cuando ya estaba instalado en una sala acondicionada. La jefa indígena acusó al Estado de “tratar a un anciano de 400 años como una propiedad”.
Lula recogió el guante rápidamente y respondió a las críticas doblando la apuesta: “Espero que todos comprendan que el lugar de la capa no es este”. Añadió que el gobernador de Bahía —colega de partido— tiene “la obligación y el compromiso histórico” de construir un espacio donde pueda recibirla y preservarla. “Quizá para los no indígenas es difícil de imaginar… Es fuerte y bonito conocer su verdadero significado. Lo que para nosotros es una obra de arte de belleza peculiar para los tupinambá es una entidad”, reconoció. Los indígenas estallaron en aplausos. Los conservadores del museo debieron sentir un amago de infarto.
El Museo Nacional, fundado por el rey portugués João VI durante su exilio en Río, cumplía su 200º aniversario cuando ardió como una tea en un incendio fortuito. Quedó reducido a cenizas en horas, un drama para la comunidad científica. Para muchos ciudadanos, la catástrofe significó descubrir el valor incalculable de 20 millones de piezas, tesoros históricos y culturales perdidos para siempre. El año anterior al fuego, más brasileños visitaron el Louvre que el museo patrio más antiguo. Mientras avanza la obra para reconstruir el edificio, nuevas piezas se unen a la diezmada colección.
El mismo museo nacional que en 1882 exhibió a una familia de indígenas botocudos, emulando los zoos humanos que triunfaban por Europa, ha convertido la tragedia de 2018 en una oportunidad de incorporar otras miradas. Invita a los indígenas a participar en la elaboración de una historia más completa sobre las tierras que habitan hace milenios y sobre el Brasil que construyeron junto a los colonizadores portugueses, los esclavos africanos y los inmigrantes.
La capa tupinambá es casi la única pieza devuelta por Dinamarca en los últimos años. Pedersen, el especialista danés, confía en que esta donación sea el inicio de una relación más estrecha con sus pares brasileños, como ocurrió con Groenlandia. Durante las dos últimas décadas del XX, su museo devolvió al territorio insular autónomo 35.000 objetos indígenas. Aquella restitución alumbró una fructífera colaboración.
Aunque solo lleva un mes en casa, la capa tupinambá se está haciendo un hueco en la vida de los brasileños. Fue tema de un examen de entrada a la universidad y será homenajeada, en el próximo carnaval de Río, su nuevo hogar.
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“Su retorno es un hito y el comienzo de un nuevo marco de conquistas del pueblo indígena”, celebró Lula junto a autoridades y decenas de indígenas pertrechados con tocados de plumas, maracas e incienso que acudieron al museo donde, en principio, debería reposar definitivamente.
La capa emplumada es el símbolo más potente de los tupinambá, un pueblo indígena de 4.500 miembros que fue considerado extinto. Y a la vez protagoniza un viaje fascinante que abarca cuatro siglos. Una travesía que le llevó a cruzar el Atlántico de ida en navío, de vuelta, en avión, un periplo que recorre la historia de la colonización, la etnografía y el arte para enlazar universos tan distantes como aldeas indígenas y majestuosos museos nacionales creados por reyes a partir de curiosidades exóticas y alcanza incluso la última edición de la Bienal de Venecia, templo de la vanguardia del arte.
“No es un objeto, ni una obra de arte, es un ancestro que conserva nuestra memoria”, explica la artista Glicéria Tupinambá por videollamada desde su aldea, en Bahía, en una entrevista que se corta unos minutos porque cae un chaparrón sobre su casa. La antropóloga investiga hace casi dos décadas en torno a los mantos de plumas que, durante las ceremonias religiosas, convertían a sus antepasados en pájaros dotados de poderes que tocaban una flauta hecha con huesos humanos a modo de pico. Enormes aves rojas que un misionero jesuita describió en su época como encarnaciones del diablo. Los tupinambá fueron de los primeros indígenas que los portugueses encontraron en el nuevo mundo.
Salto a 2024. A Venecia. El pabellón de Brasil en la Bienal ensalzó la labor de Glicéria Tupinambá para recuperar la tradición de tejer capas de plumas como símbolo cultural y de resistencia. Cosidas siguiendo las enseñanzas de sus tías abuelas, el plumaje ya no es rojo, sino grisáceo, y de otras aves. El Ibis escarlata que surtía las piezas originales se ha extinguido en su región. Adquiere el intenso tono rojo gracias a una dieta de cangrejos.
El manto donado por Dinamarca a Brasil, confeccionado con 4.000 plumas, es el más preciado los 11 que existen en el mundo. Era una de las piezas más bellas de la colección del Museo Nacional danés, generaciones enteras la han admirado de cerca. “No sabemos exactamente cómo y cuándo llegó a Europa ni por qué acabó en Dinamarca. Es posible que fuera un regalo diplomático de otro rey europeo al rey danés. Lo único que podemos decir con certeza es que figura en el inventario del rey danés de 1689″, explica al teléfono Christian Sune Pedersen, jefe de investigación, Historia Moderna y Culturas del Mundo del museo, ubicado en Copenhague. Donar este tesoro “es una decisión difícil, pero creemos que es lo razonable y lo correcto porque hemos visto lo importante que es para los tupinambá y para Brasil”, añade.
La idea del retorno nació en 2000 cuando la capa estuvo en São Paulo para una exposición por el 500º aniversario de la llegada de los portugueses. El proceso arrancó de verdad años después a la vieja usanza, por carta. Dos grupos de indígenas tupinambá y el Museo Nacional de Río escribieron a través de la embajada de Brasil al museo danés con la solicitud. Una comisión técnica oficial danesa analizó la petición, los argumentos, y recomendó al Ministerio de Cultura que respondiera que sí. Así fue.
Pedersen detalla las razones de los daneses: “Nos motivaron tres cosas: uno, entendimos lo importante que es la capa para los tupinambá. Dos, esperamos que esta donación contribuya a reconstitución del Museo Nacional [de Brasil], que sufrió una gran pérdida de su patrimonio al quemarse en 2018. Tres, Dinamarca tiene, bueno, tuvo, cinco de las 11 capas que existen”. Quedan, por tanto, cuatro en Copenhague y el resto, repartidas en museos de Basilea, Bruselas, Florencia, Milán y París. La artista conoce en persona todas las piezas, hizo una gira para visitarlas. Sugiere que existen dos más. A una se le perdió el rastro en Berlín, en la Segunda Guerra Mundial, la otra pertenecía a Isabel II.
La pieza enviada a Brasil ha sido sustituida en la vitrina por otras dos de menor tamaño. Y, según Pedersen, no existe ninguna otra petición de devolución.
La cultura indígena abarca múltiples dimensiones y una cosmovisión siempre rica. Cuenta Glicera Tupinambá que un momento trascendental fue el viaje que hizo en 2022 a Copenhague para conversar con el manto principal. “Lo sacan de la vitrina, lo llevan al laboratorio y de repente me habla. ‘Has tardado en llegar, ¿dónde estabas?’, me dice. Me reconoce como a una de los suyos y dice que está preparado para regresar. Que vaya a casa y prepare el ritual”. En paralelo, negociaciones técnicas y diplomáticas entre ambos países.
Hace unos meses, llegó el momento de que los daneses se despidieran de la pieza que reinaba en la galería brasileña, que celebra la belleza del artesanado indígena. La malla emplumada se erguía majestuosa en una vitrina junto pinturas realizadas por el holandés Albert Eckhout en la década de 1640 y objetos procedentes de Brasil, algunos de la Amazonia.
Los profesionales daneses compartieron con sus colegas brasileños los secretos con los que han preservado la capa con buena salud durante 335 años. Con ella vino el historial de conservación con recomendaciones sobre temperatura, humedad, control del clima y luz. El bochorno frecuente de Río es una importante amenaza.
Una cierta dosis de polémica rodea la devolución porque una facción de los tupinambá exigía que la capa regresara a las aldeas de Bahía donde fue cosida, a 1.300 kilómetros al norte de Río. La artista lo rechaza por inviable: “Dentro del territorio, con este sol y estas lluvias, ¡no dura ni ocho días!”, exclama.
En la ceremonia de bienvenida, Lula dio la sorpresa. Contrariando la estrategia del museo, alimentó la esperanza de que la pieza vuelva a la tierra que le vio nacer. La líder Yakui Tupinamabá acababa de lamentar que no se les permitiera recibirla con sus ritos en cuanto aterrizó, el pasado julio. Solo pudieron acercarse al tesoro cuando ya estaba instalado en una sala acondicionada. La jefa indígena acusó al Estado de “tratar a un anciano de 400 años como una propiedad”.
Lula recogió el guante rápidamente y respondió a las críticas doblando la apuesta: “Espero que todos comprendan que el lugar de la capa no es este”. Añadió que el gobernador de Bahía —colega de partido— tiene “la obligación y el compromiso histórico” de construir un espacio donde pueda recibirla y preservarla. “Quizá para los no indígenas es difícil de imaginar… Es fuerte y bonito conocer su verdadero significado. Lo que para nosotros es una obra de arte de belleza peculiar para los tupinambá es una entidad”, reconoció. Los indígenas estallaron en aplausos. Los conservadores del museo debieron sentir un amago de infarto.
El Museo Nacional, fundado por el rey portugués João VI durante su exilio en Río, cumplía su 200º aniversario cuando ardió como una tea en un incendio fortuito. Quedó reducido a cenizas en horas, un drama para la comunidad científica. Para muchos ciudadanos, la catástrofe significó descubrir el valor incalculable de 20 millones de piezas, tesoros históricos y culturales perdidos para siempre. El año anterior al fuego, más brasileños visitaron el Louvre que el museo patrio más antiguo. Mientras avanza la obra para reconstruir el edificio, nuevas piezas se unen a la diezmada colección.
El mismo museo nacional que en 1882 exhibió a una familia de indígenas botocudos, emulando los zoos humanos que triunfaban por Europa, ha convertido la tragedia de 2018 en una oportunidad de incorporar otras miradas. Invita a los indígenas a participar en la elaboración de una historia más completa sobre las tierras que habitan hace milenios y sobre el Brasil que construyeron junto a los colonizadores portugueses, los esclavos africanos y los inmigrantes.
La capa tupinambá es casi la única pieza devuelta por Dinamarca en los últimos años. Pedersen, el especialista danés, confía en que esta donación sea el inicio de una relación más estrecha con sus pares brasileños, como ocurrió con Groenlandia. Durante las dos últimas décadas del XX, su museo devolvió al territorio insular autónomo 35.000 objetos indígenas. Aquella restitución alumbró una fructífera colaboración.
Aunque solo lleva un mes en casa, la capa tupinambá se está haciendo un hueco en la vida de los brasileños. Fue tema de un examen de entrada a la universidad y será homenajeada, en el próximo carnaval de Río, su nuevo hogar.
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