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Se le nota a la legua que no es lo suyo. Oír a Sánchez hablar de concordia provoca el mismo sentimiento de rechazo y falta de credibilidad que origina su socio Otegi cuando habla de paz y de nobles propósitos. Utilizar el cincuentenario de la muerte de Franco para hablar de la libertad ganada con dicho acontecimiento biológico, leyendo sin convicción una apelación al entendimiento quien ha hecho de la confrontación su norma de conducta, es tan farisaico que él mismo se delata al excluir de inmediato, en sus propias palabras, a quienes ha colocado al otro lado del muro.De entrada, la muerte de Franco no trajo la libertad. La libertad fue el compromiso, largamente anhelado por los españoles, que los políticos del momento supieron interpretar y plasmar en la Constitución de la Concordia, ese ejemplo de cordura que tanto molesta a los asociados con los que Sánchez ha atado su futuro. Y a ella se llegó no simplemente porque Franco muriera sino porque las Cortes franquistas aprobaron la Ley de Reforma Política, ratificada en referéndum por el 94,17 % de los españoles y la derecha y la izquierda de la época dieron a partir de ese momento un ejemplo de madurez, diálogo y concordia aplaudido por todo el mundo.Desde que Sánchez, rompiendo sus compromisos electorales y aceptando leyes escritas por delincuentes, justificó la indecencia de su compra de votos al separatismo y al filoterrorismo alegando que «había que hacer de la necesidad virtud», la política española entró en una deriva tan antidemocrática que las mayorías sociales se ven supeditadas a las directrices que marcan unas minorías contrarias a nuestro sistema constitucional.Teresa Freixes ha publicado un libro, 'En defensa de la Transición', haciendo patente la necesidad de remover conciencias para que la sociedad española valore cómo se construyó el armazón de una Constitución que nos ha dado los mejores años de progreso y convivencia de la historia moderna española, alertándonos de quienes quieren destruirla, una serie de personas informales, fantasiosas e irresponsables que solo están a gusto en sus trasnochados debates ideológicos y en sus habitáculos neofeudales que, en la mayor parte de las veces, no tienen una salida, una solución práctica para los ciudadanos.En contra del concepto de un buen gobernante como hombre templado que actúa con moderación en el uso de lo bueno y con total abstinencia de lo malo, Pedro Sánchez es la antítesis de todo ello, desde que se negaba a consensuar políticas de Estado, cuando lideraba la oposición, con su latiguillo constante del «no es no» a Rajoy hasta que, ya como presidente del Gobierno, hipotecara su política con los intereses parciales, sectarios y populistas de quienes le sostienen, construyendo muros que excluyan y dividan al país como en los años más dramáticos de nuestra historia.Dice un viejo refrán que quien juega con fuego termina quemándose. Cuando Sánchez, después de perder las elecciones, soltó en tono exultante aquello de «somos más» y que buscaría los votos «debajo de las piedras», olvidaba que, antes o después, terminaría picándole mortalmente el alacrán que habita bajo las piedras. Y ese alacrán, alimentado por la desigualdad con la que se ha construido esa mercadería, ese juego de tahúres con el que Sánchez está jugando con nuestro dinero para comprar voluntades, terminará, más pronto que tarde, cuando la mayoría social dannificada se despierte de su aparente letargo.Cada día crece más el descontento entre la ciudadanía que costea al Estado, los que trabajan y pagan impuestos, ante tanto despilfarro, tanto nepotismo y tanto descaro con el que el sanchismo complace a los suyos en contraste con la animadversión, la encerrona y la fiscalización que dispensa a quienes no se doblegan a sus caprichos. Es la infracción del principio constitucional de igualdad que se rompe, no sólo a nivel individual sino también en el ámbito territorial.La ciudadanía está hartándose del fango en que Sánchez ha convertido la actividad política. Las reivindicaciones ciudadanas no están en nuevos comisionados, actos y eventos que enfrenten a unos con otros y dilapiden el dinero para acoger a más estómagos agradecidos. A los españoles les preocupa el excesivo gasto público improductivo, y desea que se acabe con el nepotismo, el clientelismo y el enchufismo, limitando el número de asesores cuya selección debe regularse indicando para qué se les nombra, por cuánto tiempo y como se acredita su idoneidad para el cargo.En su momento, los políticos de la Transición supieron interpretar lo que el pueblo quería y le dieron satisfacción. Hoy hay políticos cuyo único programa es dividir a los españoles, cayendo en aquella tentación de que «me odien con tal de que me teman» a la que se refería el poeta latino Lucio Accio. Como ha dicho Alfonso Guerra, «España es un país muy fuerte y podrá con todos estos cantamañanas y cavernícolas». Sin duda que merecemos una España dirigida con un poco más de solvencia intelectual, mejor preparación profesional y una experiencia de gestión mínima y acreditada. Y puede ocurrir con Sánchez, que no solo le odien sino que, además, no le teman, salvo aquellos paniaguados que les deben el pan de cada día. Quizá por ello ni pisa la calle ni se relaciona con la gente corriente, esa que reclama un mínimo de respeto y que se recupere la decencia. SOBRE EL AUTOR Luis Marín Sicilia Abogado
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