pfeffer.moriah
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A los 40, y en el mejor de los casos, la vida te pone en una situación de máximos. Esto es lo máximo que puedo gastar, lo máximo que voy a adelgazar, lo máximo que voy a aguantar. Pero también de mínimos. Mínimo, una escapada al año, un encuentro con amigos, un homenaje para los sentidos. El festival SON Estrella Galicia Posidonia, que celebró su octava edición en la isla balear de Formentera el pasado fin de semana, se llenó de millennials en busca de un mínimo escape a un trabajo demandante, una mínima excusa para dar un beso de buenas noches a los niños y escapar a las Pitiusas en octubre. Como si fuera un campamento de verano para adultos, llegaban huyendo de su rutina para disfrutar de un entorno natural privilegiado y una potente oferta gastronómica y musical.
El festival tiene además una particularidad desde el mismo año de su fundación, en 2017: su cartel es secreto. Las 350 personas que agotan las entradas en dos horas tras su salida a la venta pagan 390 euros por ticket sin conocer de antemano la programación del evento. Otra peculiaridad es que muchos repiten. En un contexto de entradas de conciertos disparadas, pagar una cantidad de dinero elevada sin saber a quién vas a ver puede parecer, como mínimo, arriesgado. ¿Merece la pena?
La respuesta se hace evidente tras alguna charla con los asistentes al festival. Muchos llevan apostando por la cita desde la primera edición e incluso se han forjado amistades que se reencuentran allí cada año. Para Eva y Fede esta ha sido la cuarta vez. Ella es química, él trabaja en publicidad y, aunque residen en Madrid, están tan enamorados de Formentera que la eligieron para celebrar su boda hace un tiempo. Para ellos, la belleza y las posibilidades de la isla son el reclamo principal para asistir a SON Estrella Galicia Posidonia, aunque avisan: “Esto no es un festival de música”.
Esto es “un antifestival para inconformistas”. Son palabras de Víctor Mantiñan, su director, quien subido a un escenario da la bienvenida a todos los asistentes y a la gente del pueblo formenterano de Sant Ferran, a punto de disfrutar de los conciertos del viernes por la noche en la plaza de la iglesia. Es fácil reconocer a los primeros por la pulsera del festival; a los lugareños no les hace falta, para ellos es un concierto gratuito. Parece una idea arriesgada, pero al final sale bien. La armonía es total y todos bailan y sonríen, primero con el electropop disfrutón del alemán Roosevelt y después con la música de raíces de los gallegos Baiuca, además de las sesiones de apertura y cierre de DJ Marco Holtman. A la 1 de la mañana todo ha acabado, al día siguiente el festival que madruga tiene preparadas tres rutas naturales por el corazón de la isla.
Con más o menos resaca, divididos en grupos que determinan la ruta y demás sorpresas, durante la mañana del sábado los asistentes desfilan, guiados por biólogos de la zona, hasta un rincón de la naturaleza en el que les espera un concierto: la música de Tulsa, Júlia Colom o Violeta Veinte (según cada recorrido) se funde con el paisaje en una comunión bonita. Tras los diferentes paseos, a la barra libre de cerveza se suma la gastronomía de varios restaurantes próximos. Se trata de poner en valor los atractivos de la isla y de colaborar con los agentes de la zona. No en vano, el festival es el máximo contribuyente al proyecto Save Posidonia, destinado a proteger la Posidonia Oceánica.
La siguiente parada será al atardecer. Frente a la playa, en los jardines del hotel Gecko, suena la agradable fusión de sonidos del colectivo de músicos Nubiyan Twist y el público hace cola para degustar el tartar de atún rojo o el saam (base de lechuga crujiente) de cochinillo a cargo de la valenciana Vicky Sevilla, la cocinera española más joven en lograr una estrella Michelin en 2022. Un par de horas después, cuando el músico keniata Kabeaushé desenfrena con su potencia a las poco más de 300 personas congregadas frente al escenario, las degustaciones han dado paso a las croquetas y las tostas de sobrasada con miel, a las que nadie hace ascos. Ya queda muy poco para el plato realmente fuerte de la noche: David y Stephen Dewaele, en su faceta de 2manydjs, se posicionan tras la mesa de mezclas para dar cuenta de un par de mandarinas y pinchar, entre otros temas de una sesión especialmente generosa, el Bizcochito de Rosalía.
Quedan escasos minutos para que el personal de seguridad empiece a desalojar el jardín del hotel Gecko y los grupos comienzan a organizarse para continuar la fiesta en la playa o llegar al último bar que cierre en la isla. La necesidad de que no acabe el fin de semana (el domingo el festival continuará en un formato diurno) es imperiosa. “¿Dónde compramos hielos?”. “¿Acercas tú el coche?”. En medio de la agitación, Jony permanece tranquilísimo. Trabaja en una agencia de medios y lleva viniendo al festival desde la primera edición. Ha ido contagiando a muchos amigos, que desde Madrid, Valladolid o León viajan cada año hasta Formentera y no se pierden la cita. Cuando se le pregunta por qué asiste a un festival sin conocer el cartel, asegura que todo es por la marca que hay detrás: “Es garantía de buena música. Cuántas veces me habré dejado una pasta en cualquier BBK o Sonorama para ver a los mismos grupos una y otra vez”.
Entre estancia, desplazamientos y entrada, una escapada al festival puede salir aproximadamente a 1.200 euros por cabeza. Si tenemos en cuenta que asistir al Primavera Sound en Barcelona cuesta unos 200 euros y entre 350 y 500 de alojamiento; que el abono para el FIB en Benicasim son más de 100 euros, y que en ninguno de estos dos eventos se verá a los hermanos Dewaele pinchar para el aforo de una boda grande, el plan de Formentera resulta atractivo para quien se lo pueda permitir.
En un encuentro con la prensa que asistió a esta octava edición de SON Estrella Galicia Posidonia, Mantiñan defendía que en los inicios no quisieron depender de anunciar a uno u otro artista para vender entradas: “Me parecía meternos en un bucle que solo iba a generar costes y decepciones”. Comisariado por los expertos en música de la promotora Sinsalaudio, el festival pretende seguir con su filosofía de sorprender al público sin demasiadas concesiones. Porque sí es cierto que, como zanja Mantiñan: “Con la música, nadie pierde”.
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El festival tiene además una particularidad desde el mismo año de su fundación, en 2017: su cartel es secreto. Las 350 personas que agotan las entradas en dos horas tras su salida a la venta pagan 390 euros por ticket sin conocer de antemano la programación del evento. Otra peculiaridad es que muchos repiten. En un contexto de entradas de conciertos disparadas, pagar una cantidad de dinero elevada sin saber a quién vas a ver puede parecer, como mínimo, arriesgado. ¿Merece la pena?
La respuesta se hace evidente tras alguna charla con los asistentes al festival. Muchos llevan apostando por la cita desde la primera edición e incluso se han forjado amistades que se reencuentran allí cada año. Para Eva y Fede esta ha sido la cuarta vez. Ella es química, él trabaja en publicidad y, aunque residen en Madrid, están tan enamorados de Formentera que la eligieron para celebrar su boda hace un tiempo. Para ellos, la belleza y las posibilidades de la isla son el reclamo principal para asistir a SON Estrella Galicia Posidonia, aunque avisan: “Esto no es un festival de música”.
Un antifestival
Esto es “un antifestival para inconformistas”. Son palabras de Víctor Mantiñan, su director, quien subido a un escenario da la bienvenida a todos los asistentes y a la gente del pueblo formenterano de Sant Ferran, a punto de disfrutar de los conciertos del viernes por la noche en la plaza de la iglesia. Es fácil reconocer a los primeros por la pulsera del festival; a los lugareños no les hace falta, para ellos es un concierto gratuito. Parece una idea arriesgada, pero al final sale bien. La armonía es total y todos bailan y sonríen, primero con el electropop disfrutón del alemán Roosevelt y después con la música de raíces de los gallegos Baiuca, además de las sesiones de apertura y cierre de DJ Marco Holtman. A la 1 de la mañana todo ha acabado, al día siguiente el festival que madruga tiene preparadas tres rutas naturales por el corazón de la isla.
Con más o menos resaca, divididos en grupos que determinan la ruta y demás sorpresas, durante la mañana del sábado los asistentes desfilan, guiados por biólogos de la zona, hasta un rincón de la naturaleza en el que les espera un concierto: la música de Tulsa, Júlia Colom o Violeta Veinte (según cada recorrido) se funde con el paisaje en una comunión bonita. Tras los diferentes paseos, a la barra libre de cerveza se suma la gastronomía de varios restaurantes próximos. Se trata de poner en valor los atractivos de la isla y de colaborar con los agentes de la zona. No en vano, el festival es el máximo contribuyente al proyecto Save Posidonia, destinado a proteger la Posidonia Oceánica.
La siguiente parada será al atardecer. Frente a la playa, en los jardines del hotel Gecko, suena la agradable fusión de sonidos del colectivo de músicos Nubiyan Twist y el público hace cola para degustar el tartar de atún rojo o el saam (base de lechuga crujiente) de cochinillo a cargo de la valenciana Vicky Sevilla, la cocinera española más joven en lograr una estrella Michelin en 2022. Un par de horas después, cuando el músico keniata Kabeaushé desenfrena con su potencia a las poco más de 300 personas congregadas frente al escenario, las degustaciones han dado paso a las croquetas y las tostas de sobrasada con miel, a las que nadie hace ascos. Ya queda muy poco para el plato realmente fuerte de la noche: David y Stephen Dewaele, en su faceta de 2manydjs, se posicionan tras la mesa de mezclas para dar cuenta de un par de mandarinas y pinchar, entre otros temas de una sesión especialmente generosa, el Bizcochito de Rosalía.
¿Y lo de ir a ciegas?
Quedan escasos minutos para que el personal de seguridad empiece a desalojar el jardín del hotel Gecko y los grupos comienzan a organizarse para continuar la fiesta en la playa o llegar al último bar que cierre en la isla. La necesidad de que no acabe el fin de semana (el domingo el festival continuará en un formato diurno) es imperiosa. “¿Dónde compramos hielos?”. “¿Acercas tú el coche?”. En medio de la agitación, Jony permanece tranquilísimo. Trabaja en una agencia de medios y lleva viniendo al festival desde la primera edición. Ha ido contagiando a muchos amigos, que desde Madrid, Valladolid o León viajan cada año hasta Formentera y no se pierden la cita. Cuando se le pregunta por qué asiste a un festival sin conocer el cartel, asegura que todo es por la marca que hay detrás: “Es garantía de buena música. Cuántas veces me habré dejado una pasta en cualquier BBK o Sonorama para ver a los mismos grupos una y otra vez”.
Entre estancia, desplazamientos y entrada, una escapada al festival puede salir aproximadamente a 1.200 euros por cabeza. Si tenemos en cuenta que asistir al Primavera Sound en Barcelona cuesta unos 200 euros y entre 350 y 500 de alojamiento; que el abono para el FIB en Benicasim son más de 100 euros, y que en ninguno de estos dos eventos se verá a los hermanos Dewaele pinchar para el aforo de una boda grande, el plan de Formentera resulta atractivo para quien se lo pueda permitir.
En un encuentro con la prensa que asistió a esta octava edición de SON Estrella Galicia Posidonia, Mantiñan defendía que en los inicios no quisieron depender de anunciar a uno u otro artista para vender entradas: “Me parecía meternos en un bucle que solo iba a generar costes y decepciones”. Comisariado por los expertos en música de la promotora Sinsalaudio, el festival pretende seguir con su filosofía de sorprender al público sin demasiadas concesiones. Porque sí es cierto que, como zanja Mantiñan: “Con la música, nadie pierde”.
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Razones y alguna que otra excusa ‘millennial’ para ir al festival SON Estrella Galicia Posidonia
La cita musical alcanza su octava edición en Formentera con una fórmula peculiar que mezcla aforo para 350 asistentes, un cartel secreto de artistas y la apuesta por la naturaleza y la gastronomía locales
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