julius.balistreri
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Como es propio de los toros de Victoriano del Río, el tercer encierro ha sido rápido —dos minutos y 27 segundos, solo siete más que el año pasado—, limpio y aburrido, de acuerdo con el comportamiento habitual de unos animales que se caracterizan, primero, por su nobleza, y, después, por su condición de atletas de élite en el sector de la ganadería brava.
La mejor prueba de ello es el primer parte médico que habla de que solo dos personas han sufrido contusiones, ambos en la cara, y ninguno de los corredores ha notado en sus carnes la frialdad de los pitones.
Estos toros corren por las calles de Pamplona como lo han hecho repetidas veces por la dehesa madrileña, agrupados, con la mirada fija en el horizonte y con el único objetivo de llegar cuando antes a la meta y disfrutar del merecido descanso.
La única diferencia en este caso es la marabunta de gente de blanco y rojo que les impide el paso, los saca de sus casillas, los estorba y se interpone en su camino cuando ellos, los toros, no tienen otra intención que correr como descosidos para llegar a no saben dónde.
Así las cosas, la emoción en un encierro como el de este martes corre por cuenta de los mozos —pocas mozas se ven delante de los toros— que se atropellan unos a otros, se producen repetidas caídas, y el peligro se deriva de la avalancha de corredores en determinadas zonas y por la imprudencia o el desconocimiento de algunos de ellos.
Hasta cuatro mozos aparecieron como por ensueño en los tablones que cierran la bajada de Mercaderes y abren Estafeta, justo el lugar donde los toros suelen darse de bruces contra la madera por la inercia de la carrera. Se salvaron de milagro porque los animales, más listos que ellos, frenaron con antelación y evitaron el costalazo.
La carrera había comenzado, como cada mañana, con el liderazgo de hasta cuatro cabestros en la cabeza de carrera y cinco toros cerrando la manada, asustados en los primeros metros en un camino desconocido y cuesta arriba. Después, aparecerían los humanos, y la manada se apretó y así llegó hasta el inicio de Estafeta.
Y otra mañana más, en ese punto, es donde los más atléticos demuestran sus condiciones físicas y permiten que la manada se estire. Pero ni un mal gesto, ni un derrote, ni una cornada… Caídas y revolcones porque los corredores se amontonan entre ellos, pero no más.
En la zona de Telefónica y la entrada al callejón, la aglomeración habitual, algunos toros que se desplazan inevitablemente hacia la derecha del vallado y allí empujan, porque no les queda más remedio a quienes les impiden seguir el camino. Algún corredor se llevó un susto gordo, y es de esperar que aprenda para la próxima ocasión.
Felices los seis toros cuando llegaron al ruedo, y deseosos de perder de vista a los molestos humanos, desconocidos para ellos, pero que, por fortuna, pudieron sortear sin grandes contratiempos.
Descansan ya en los corrales de la plaza Poco Sol, Cantaor, Esperón, Aturdido, Campanilla y Toledano, que pesan entre 545 y 620 kilos, los seis toros madrileños que esta tarde serán lidiados por Sebastián Castella, Emilio de Justo y Ginés Marín.
Atrás ha quedado un encierro que no pasará a la historia por su peligrosa emoción. Es lo que tienen los toros nobles asiduos a las carreras.
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La mejor prueba de ello es el primer parte médico que habla de que solo dos personas han sufrido contusiones, ambos en la cara, y ninguno de los corredores ha notado en sus carnes la frialdad de los pitones.
Estos toros corren por las calles de Pamplona como lo han hecho repetidas veces por la dehesa madrileña, agrupados, con la mirada fija en el horizonte y con el único objetivo de llegar cuando antes a la meta y disfrutar del merecido descanso.
La única diferencia en este caso es la marabunta de gente de blanco y rojo que les impide el paso, los saca de sus casillas, los estorba y se interpone en su camino cuando ellos, los toros, no tienen otra intención que correr como descosidos para llegar a no saben dónde.
Así las cosas, la emoción en un encierro como el de este martes corre por cuenta de los mozos —pocas mozas se ven delante de los toros— que se atropellan unos a otros, se producen repetidas caídas, y el peligro se deriva de la avalancha de corredores en determinadas zonas y por la imprudencia o el desconocimiento de algunos de ellos.
Hasta cuatro mozos aparecieron como por ensueño en los tablones que cierran la bajada de Mercaderes y abren Estafeta, justo el lugar donde los toros suelen darse de bruces contra la madera por la inercia de la carrera. Se salvaron de milagro porque los animales, más listos que ellos, frenaron con antelación y evitaron el costalazo.
La carrera había comenzado, como cada mañana, con el liderazgo de hasta cuatro cabestros en la cabeza de carrera y cinco toros cerrando la manada, asustados en los primeros metros en un camino desconocido y cuesta arriba. Después, aparecerían los humanos, y la manada se apretó y así llegó hasta el inicio de Estafeta.
Y otra mañana más, en ese punto, es donde los más atléticos demuestran sus condiciones físicas y permiten que la manada se estire. Pero ni un mal gesto, ni un derrote, ni una cornada… Caídas y revolcones porque los corredores se amontonan entre ellos, pero no más.
En la zona de Telefónica y la entrada al callejón, la aglomeración habitual, algunos toros que se desplazan inevitablemente hacia la derecha del vallado y allí empujan, porque no les queda más remedio a quienes les impiden seguir el camino. Algún corredor se llevó un susto gordo, y es de esperar que aprenda para la próxima ocasión.
Felices los seis toros cuando llegaron al ruedo, y deseosos de perder de vista a los molestos humanos, desconocidos para ellos, pero que, por fortuna, pudieron sortear sin grandes contratiempos.
Descansan ya en los corrales de la plaza Poco Sol, Cantaor, Esperón, Aturdido, Campanilla y Toledano, que pesan entre 545 y 620 kilos, los seis toros madrileños que esta tarde serán lidiados por Sebastián Castella, Emilio de Justo y Ginés Marín.
Atrás ha quedado un encierro que no pasará a la historia por su peligrosa emoción. Es lo que tienen los toros nobles asiduos a las carreras.
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Rápido, limpio y aburrido tercer encierro de los nobles toros de Victoriano del Río en San Fermín
Solo dos contusionados en la cara, en una carrera en la que la emoción la pusieron los corredores
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