‘R. M. N.’: este retrato de Mungiu de la Europa xenófoba contiene una de las mejores secuencias del año

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27 Sep 2024
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De todas las secuencias de R. M. N, la nueva película del rumano Cristian Mungiu —ganador de la Palma de Oro de Cannes en 2007 con 4 meses, 3 semanas, 2 días; premio al mejor guion en 2012 por Más allá de las colinas, y mejor dirección en 2016 por Los exámenes–, hay una que condensa el talento de su director y toda la fuerza de este duro filme ambientado en la Rumania profunda, en un pequeño pueblo fronterizo de Transilvania donde también viven húngaros y alemanes. Inspirada en un hecho real, la aparente convivencia del pueblo se rompe cuando una mujer contrata para su panificadora local a tres trabajadores de Sri Lanka.

Se trata de una secuencia de 26 minutos que incluye un solo plano de 17 que es todo un zarpazo al tiempo y al espectador. Reproduce una tensa asamblea del pueblo en conflicto y su maestría desborda un filme cuyo turbio fondo acaba resultando excesivamente opaco para el espectador. Mungiu nos introduce a través de los bosques hasta un lugar remoto que le sirve de metáfora para exponer el fantasma más peligroso que recorre Europa y el mundo: la xenofobia.

R. M. N. es el acrónimo de Resonancia Magnética Nuclear, es decir, de esa conocida prueba médica que aquí le practican al padre del personaje principal y que está directamente relacionada con el propósito del propio cineasta, que, a través de la cámara, le hace una radiografía a un grupo humano cuyas células están afectadas por una enfermedad de la que nadie se libra, tampoco los que la han sufrido: esas minorías que le cierran las puertas a las nuevas minorías. Desde su mirada clínica y distante, Mungiu se pone la bata de frío científico y abre las puertas de un laboratorio local que refleja los miedos atávicos y la ansiedad contemporánea de un mal universal.

Por desgracia, R. M. N. acaba enredada en demasiados asuntos de peso que, paradójicamente, simplifican el discurso. De entrada, en su esfuerzo por evitar toda empatía con su personaje principal, Mungiu acaba convirtiendo a este personaje en alguien excesivamente antipático y gris. Se trata de un inmigrante en Alemania que regresa a su pueblo rumano después de un altercado con su jefe, que lo insulta con un “vago gitano” que planea por todo el filme. Las tensiones familiares y sentimentales de este personaje meten en un mismo saco la masculinidad tóxica, la destrucción de la naturaleza y de la vida animal y los complejos nacionales de países que se sienten de segunda dentro del mapa europeo. Una amalgama que a veces muestra una cara fascinante y compleja y otras se retuerce en un discurso alambicado sin más. Contiene, eso sí, 17 minutos que se encuentran entre lo mejor que ha dado el cine en este año que termina.

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