Germaine_Wolff
Member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 59
Era un aventurero, un diplomático, un creador omnívoro que vivía para el presente; venía del jazz pero no hacía ascos a las otras músicas. Como tantos jazzmen, huyendo del racismo, vivió la experiencia europea; en Francia se integró en la compañía Barclay. Se movía tan bien por los estudios de grabación como por los despachos. De vuelta en EE UU, en 1961 fue nombrado vicepresidente de la discográfica Mercury Records, entonces una de las majors de la industria, con responsabilidad sobre el jazz y el pop, consiguiendo significativos éxitos con la vocalista Lesley Gore.
Según avanzaban los sesenta, se desplazó a Los Ángeles. Hollywood apreciaba su flexibilidad para hacer bandas sonoras y abundantes artistas requerían sus arreglos, una carga de trabajo que le obligaba a subcontratar muchos encargos a colegas menos visibles. En los setenta, estableció una relación fructífera con A & Records, el sello fundado por Herb Alpert, donde descubrió a la banda funk Brothers Johnson y publicó discos propios de amplio espectro.
Lo que aprendido entonces le sirvió para configurar en 1979 el despegue de Michael Jackson como solista, tras los discos rutinarios lanzados por Motown. Logró un sonido rutilante, a partir de canciones seleccionadas con inteligencia, representando un R&B puntero pero accesible para el gran público. Funcionó más allá de lo que ambos pudieran imaginar, despertando incluso los celos de Michael: intentó maniobrar para recibir algunos de los premios Grammy que llovían sobre Quincy.
En los ochenta se produjo un gran cisma entre la música negra, con la implantación del hip-hop. A diferencia de muchos compañeros de generación, Quincy abrazó sus técnicas de producción y la inventiva verbal de los raperos. Lo evidenció en Back on the Block (1989), un proyecto multigeneracional que reivindicaba la ininterrumpida tradición de la música afroamericana. Igual propósito estaba detrás de la revista Vibe, fundada en 1993; cierto que la muy cuidada publicación terminó centrada en los triunfadores del momento.
Aunque estaba en la cresta de la ola, Quincy no renunciaba a sus viejos amigos. Organizó L. A. Is My Lady (1984), el último álbum como solista de Frank Sinatra. Supo convencer a un Miles Davis muy enfermo para que viajara a Montreux en 1993 y revisara en el festival de la ciudad suiza su majestuoso trabajo con Gil Evans; las miradas al pasado eran anatema para el trompetista, que falleció tres meses después.
Como buen productor, Jones sabía manejar los egos. Conviene ver su habilidad para controlar a la plana mayor de la música estadounidense durante la noche de 1985 cuando se grabó el himno We Are the World; solo un desconfiado Prince se resistió a participar. En sus últimas décadas, Quincy era ya un tótem de su país, con todo tipo de honores; también se implicaba en actividades filantrópicas y controlaba su imperio multimedia. En 2018, una entrevista a tumba abierta causó un terremoto, con sus críticas a los Beatles y sus revelaciones de intimidades ajenas. Puede sonar a tópico pero es demostrable: no paró de agitar el avispero prácticamente hasta el final.
Seguir leyendo
Según avanzaban los sesenta, se desplazó a Los Ángeles. Hollywood apreciaba su flexibilidad para hacer bandas sonoras y abundantes artistas requerían sus arreglos, una carga de trabajo que le obligaba a subcontratar muchos encargos a colegas menos visibles. En los setenta, estableció una relación fructífera con A & Records, el sello fundado por Herb Alpert, donde descubrió a la banda funk Brothers Johnson y publicó discos propios de amplio espectro.
Lo que aprendido entonces le sirvió para configurar en 1979 el despegue de Michael Jackson como solista, tras los discos rutinarios lanzados por Motown. Logró un sonido rutilante, a partir de canciones seleccionadas con inteligencia, representando un R&B puntero pero accesible para el gran público. Funcionó más allá de lo que ambos pudieran imaginar, despertando incluso los celos de Michael: intentó maniobrar para recibir algunos de los premios Grammy que llovían sobre Quincy.
En los ochenta se produjo un gran cisma entre la música negra, con la implantación del hip-hop. A diferencia de muchos compañeros de generación, Quincy abrazó sus técnicas de producción y la inventiva verbal de los raperos. Lo evidenció en Back on the Block (1989), un proyecto multigeneracional que reivindicaba la ininterrumpida tradición de la música afroamericana. Igual propósito estaba detrás de la revista Vibe, fundada en 1993; cierto que la muy cuidada publicación terminó centrada en los triunfadores del momento.
Aunque estaba en la cresta de la ola, Quincy no renunciaba a sus viejos amigos. Organizó L. A. Is My Lady (1984), el último álbum como solista de Frank Sinatra. Supo convencer a un Miles Davis muy enfermo para que viajara a Montreux en 1993 y revisara en el festival de la ciudad suiza su majestuoso trabajo con Gil Evans; las miradas al pasado eran anatema para el trompetista, que falleció tres meses después.
Como buen productor, Jones sabía manejar los egos. Conviene ver su habilidad para controlar a la plana mayor de la música estadounidense durante la noche de 1985 cuando se grabó el himno We Are the World; solo un desconfiado Prince se resistió a participar. En sus últimas décadas, Quincy era ya un tótem de su país, con todo tipo de honores; también se implicaba en actividades filantrópicas y controlaba su imperio multimedia. En 2018, una entrevista a tumba abierta causó un terremoto, con sus críticas a los Beatles y sus revelaciones de intimidades ajenas. Puede sonar a tópico pero es demostrable: no paró de agitar el avispero prácticamente hasta el final.
Seguir leyendo
Cargando…
elpais.com