¡Quiero ser maestra!

Seamus_Pfeffer

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He leído últimamente sobre el deterioro que sufre nuestra Universidad . Estoy de acuerdo con la descripción general, aunque no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor, al menos no en todos sus aspectos. Como institución que vela por el conjunto del saber y su transmisión, la Universidad necesitaba mejoras. Con enorme prudencia y humildad, ya que mi campo de trabajo se aleja mucho del contexto universitario, me atrevo a plantear dos déficits de los tiempos pasados: por un lado, la metodología y calidad docente, que nada tienen que ver con la excelencia y preparación académica (éstas se dan por supuestas); por otro, la capacidad de ofrecer oportunidades para que los alumnos logren su mejor rendimiento, consecuencia directa de lo primero. Asumo que la Universidad no tiene vocación universal, pero yo soy maestra, y mi ámbito de trabajo sí tiene esa vocación y esa responsabilidad: hay que llegar a todos, es una obligación legal, sin matices.El maestro empieza el día preparado para lidiar con un aluvión de saludos, preguntas, consultas varias o necesidades básicas que surgen, inevitablemente, trabajando con alumnos de estas edades (muchos no han cumplido ni los seis en primero de Primaria). Esta normalidad llega a percibirse a veces como una agresión al correcto funcionamiento del horario, promocionado ahora a primer objetivo del trabajo docente. Otro objetivo más: lograr, como sea, cubrir los contenidos, muchos de ellos completamente absurdos; otros, inexplicablemente ausentes. A los 45 minutos, hay que ir terminando, sin retrasarse un segundo, porque la clase ha de quedar mínimamente recogida y en orden, para que el siguiente 'profe' no te fulmine con la mirada al entrar.La evaluación es individualizada: calificamos la comprensión oral, la expresión oral, la expresión escrita, la comprensión lectora, asimilación de contenidos, cálculo, problemas y mil aspectos más. Ahora, con la última ley, evaluamos también las competencias: casi nada. Algunos profesores ven a sus alumnos un par de horas a la semana como mucho, si hay suerte, y no coinciden fiestas laborales, escolares o ferias de proyectos varios. En definitiva, hemos perdido el sentido común o ignoramos la naturaleza del trabajo del maestro en las primeras etapas de la escuela. Un maestro tiene que enseñar a leer y a escribir, a expresarse en público, a comprender textos y a redactar desde los inicios de las más básicas composiciones escritas. Todo su trabajo se desarrolla en un intenso tiempo presente. El maestro no recoge trabajos o exámenes y publica resultados y correcciones a los pocos días: los niños asimilan lo que se les corrige en el preciso momento en que realizan una actividad. Devolver trabajos plagados de boli rojo o publicar calificaciones en la plataforma de turno son acciones que no provocan ningún aprendizaje y que no pertenecen al contexto de este nivel de enseñanza.La organización escolar debe servir a estos objetivos. La distribución de los docentes en los primeros cursos de Primaria y la elaboración de horarios adecuados son medidas sencillas y al alcance de todas las escuelas. Hay maestros preparados, atiborrados de cursos de formación, que no pueden realizar bien su trabajo. Es como ofrecer a un buen chef los mejores ingredientes y una receta perfecta; si le damos sólo media hora para ejecutarla, el resultado es un plato mediocre y un chef frustrado. Devolvamos al maestro el control de su clase y la vocación que lo distingue de cualquier otro docente. Recuperemos la función de la escuela para que el resto de contextos educativos puedan recuperar la suya.Si queremos que los profesores universitarios no tengan la sensación de volver al 'cole' cuando entran en sus aulas, dejemos de jugar a 'la uni' en el colegio y permitamos que la escuela lleve a cabo su tarea. ¡Yo quiero ser maestra!SOBRE EL AUTOR Marta San Román López es Doctora en Ciencias de la Educación

 

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