Clyde_Schaden
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El cambio climático existe y el Mediterráneo ya es otro, pero la violencia del agua aún no es un tema de la literatura en España a diferencia de otras tradiciones que sí cuentan las inundaciones.
Entre las preguntas que detona la tragedia que ha sacudido Valencia emerge por qué se ha escrito literariamente tan poco sobre el agua en España, una península con dos espléndidos archipiélagos. El turismo y la voracidad inmobiliaria es una respuesta, que quizás también sirva, aún más, para explicar por qué en un país tan acuático escasea la literatura de inundaciones. Habrá quien alegue que esto no es Colombia ni Luisiana, que este clima no es propicio a ese tipo de catástrofe. Un razonamiento dudoso y, sea como sea, antiguo. Porque la cuestión es que ya lo es. Que el cambio climático existe. Y que asomarse a algunas literaturas que llevan tiempo afrontando estos temas podría ayudar.
“Lo que en el suelo y la literatura europeos ha sido la guerra como detonante del tránsito y la huida, es en América Latina la inundación”, escribió el mexicano Ignacio Padilla en La isla de las tribus perdidas, un ensayo que subraya la tendencia de la literatura latinoamericana a inundar. Juan Carlos Onetti, Fernando Vallejo, Juan Rulfo, Álvaro Mutis o Gabriel García Márquez han anegado vastedades valiéndose, sobre todo, de la lluvia. La inundación por diluvio es la preferida en la región, y Cien años de soledad se eleva, de nuevo, como referencia indispensable gracias a la lluvia de dimensiones real-maravillosas que ahogó a Macondo durante cinco años.
El agua incesante expresa en este libro su violencia poco a poco, empapándolo todo, minando el ánimo de unas personas que se van encerrando en el silencio y la soledad, cada vez más insolidarias y egoístas. Si en algún momento la inundación se interpretó como fenómeno purificador —después de Noé se desplegó un mundo nuevo—, en esta América no es el caso. Las consecuencias son casi siempre desastrosas, material y moralmente. Hay que excavar canales para desaguar las casas, crecen flores en las máquinas, se ahogan vacas, la gente pierde la sensualidad, pasan animales o farolas flotando y el final de la pesadilla en remojo da paso a nada menos que diez años de sequía. Lo único que los supervivientes más o menos agradecen es no haber muerto.
En 1985, las riadas de novela tuvieron una representación trágicamente real en Armero, el pueblo también colombiano al que sepultó una avalancha de barro provocada por la erupción del Nevado del Ruiz. El estallido fundió parte del glaciar, y esas aguas saturaron los seis ríos que nacían en el volcán, arrastrando desde lava a materiales piroclásticos fundidos en una descomunal lengua lodosa que engulló Armero matando a más de 23.000 personas, entre ellas los abuelos de Juan David Correa. El hoy ministro de Cultura colombiano escribió El barro y el silencio reconstruyendo el episodio y demostrando que, de haber atendido a los vulcanólogos y a la Historia, el desastre se habría podido evitar.
Los últimos años, otros libros de no ficción han abordado inundaciones, a menudo recurriendo a meticulosas investigaciones que suelen denunciar mala praxis de políticos y empresarios en relatos que se leen como novelas, con la intriga y el drama estremeciendo hasta el final. Después del huracán Katrina, Rebecca Solnit firmó A Paradise Built in Hell, evidenciando la criminal irresponsabilidad de quienes construyeron diques defectuosos, fácilmente reventados por el fenómeno; y cómo el fracaso del Gobierno al procurar evacuación o socorro hizo que las autoridades confinaran ¡a las víctimas! “convirtiendo a Nueva Orleans en una ciudad prisión”.
Aunque quien ofrece una panorámica bien inquietante de hasta dónde amenaza la inundación es Elizabeth Rush, finalista del Pulitzer con Elevándose, que recorre las costas estadounidenses en retroceso por la invasión del mar. Rush conversa con numerosos refugiados climáticos y ahonda en cómo se recomponen personas que han perdido el paisaje de su vida ofreciendo, eso sí, algunos ejemplos alentadores, como el de la comunidad de Oakwood Beach, en Staten Island, que, tras la inundación, logró ser reubicada no tan lejos de donde existía… todos los vecinos juntos.
En cualquier caso, algunas predicciones sobre el agua que nos viene se han empezado a cumplir y, si hay que prepararse, la ciencia ficción sugiere ideas. El mundo sumergido, de J.G. Ballard se considera una novela precursora del clima-ficción: el deshielo de los polos ha inundado la Tierra al completo y un grupo de militares y científicos, entre ellos el biólogo protagonista, exploran y rescatan supervivientes. El biólogo, que nunca conoció el mundo “seco”, llega a disfrutar de aquel caos exhibiendo, como los macondianos personajes, una moral trastocada…
…que sirve de precedente a Las torres del olvido, de George Turner. Obra maestra. La versión climática de 1984 o Un mundo feliz. Situada en una Melbourne anegada por la crecida del mar, la acción discurre entre 2044 y 2063. La gente se mueve en barca a la altura de sextos pisos. La población se ha dividido tajantemente en dos: supras e infras. Y las complejidades de la supervivencia se expresan con una crueldad y hermosura solo asequible a los grandes narradores de la condición humana. Turner, fan de las revistas científicas y empresariales, publicó en 1987 este particular vaticinio. La novela ha acertado las dos grandes crisis financieras vividas desde entonces. Y advierte que ahora llega la definitiva, apuntalada por el cambio climático.
La borrasca Gloria o las inundaciones en Valencia certifican que el Mediterráneo ya es otro. Los ciclones son la última novedad de un cambio que ya está aquí. Una forma de afrontarlo, y quién sabe si de variar alguna tendencia, será crear y leer relatos que permitan imaginar cómo salir de ésta.
Gabi Martínez es escritor. Su último libro es Delta (Seix Barral).
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Entre las preguntas que detona la tragedia que ha sacudido Valencia emerge por qué se ha escrito literariamente tan poco sobre el agua en España, una península con dos espléndidos archipiélagos. El turismo y la voracidad inmobiliaria es una respuesta, que quizás también sirva, aún más, para explicar por qué en un país tan acuático escasea la literatura de inundaciones. Habrá quien alegue que esto no es Colombia ni Luisiana, que este clima no es propicio a ese tipo de catástrofe. Un razonamiento dudoso y, sea como sea, antiguo. Porque la cuestión es que ya lo es. Que el cambio climático existe. Y que asomarse a algunas literaturas que llevan tiempo afrontando estos temas podría ayudar.
“Lo que en el suelo y la literatura europeos ha sido la guerra como detonante del tránsito y la huida, es en América Latina la inundación”, escribió el mexicano Ignacio Padilla en La isla de las tribus perdidas, un ensayo que subraya la tendencia de la literatura latinoamericana a inundar. Juan Carlos Onetti, Fernando Vallejo, Juan Rulfo, Álvaro Mutis o Gabriel García Márquez han anegado vastedades valiéndose, sobre todo, de la lluvia. La inundación por diluvio es la preferida en la región, y Cien años de soledad se eleva, de nuevo, como referencia indispensable gracias a la lluvia de dimensiones real-maravillosas que ahogó a Macondo durante cinco años.
El agua incesante expresa en este libro su violencia poco a poco, empapándolo todo, minando el ánimo de unas personas que se van encerrando en el silencio y la soledad, cada vez más insolidarias y egoístas. Si en algún momento la inundación se interpretó como fenómeno purificador —después de Noé se desplegó un mundo nuevo—, en esta América no es el caso. Las consecuencias son casi siempre desastrosas, material y moralmente. Hay que excavar canales para desaguar las casas, crecen flores en las máquinas, se ahogan vacas, la gente pierde la sensualidad, pasan animales o farolas flotando y el final de la pesadilla en remojo da paso a nada menos que diez años de sequía. Lo único que los supervivientes más o menos agradecen es no haber muerto.
En 1985, las riadas de novela tuvieron una representación trágicamente real en Armero, el pueblo también colombiano al que sepultó una avalancha de barro provocada por la erupción del Nevado del Ruiz. El estallido fundió parte del glaciar, y esas aguas saturaron los seis ríos que nacían en el volcán, arrastrando desde lava a materiales piroclásticos fundidos en una descomunal lengua lodosa que engulló Armero matando a más de 23.000 personas, entre ellas los abuelos de Juan David Correa. El hoy ministro de Cultura colombiano escribió El barro y el silencio reconstruyendo el episodio y demostrando que, de haber atendido a los vulcanólogos y a la Historia, el desastre se habría podido evitar.
Los últimos años, otros libros de no ficción han abordado inundaciones, a menudo recurriendo a meticulosas investigaciones que suelen denunciar mala praxis de políticos y empresarios en relatos que se leen como novelas, con la intriga y el drama estremeciendo hasta el final. Después del huracán Katrina, Rebecca Solnit firmó A Paradise Built in Hell, evidenciando la criminal irresponsabilidad de quienes construyeron diques defectuosos, fácilmente reventados por el fenómeno; y cómo el fracaso del Gobierno al procurar evacuación o socorro hizo que las autoridades confinaran ¡a las víctimas! “convirtiendo a Nueva Orleans en una ciudad prisión”.
Aunque quien ofrece una panorámica bien inquietante de hasta dónde amenaza la inundación es Elizabeth Rush, finalista del Pulitzer con Elevándose, que recorre las costas estadounidenses en retroceso por la invasión del mar. Rush conversa con numerosos refugiados climáticos y ahonda en cómo se recomponen personas que han perdido el paisaje de su vida ofreciendo, eso sí, algunos ejemplos alentadores, como el de la comunidad de Oakwood Beach, en Staten Island, que, tras la inundación, logró ser reubicada no tan lejos de donde existía… todos los vecinos juntos.
En cualquier caso, algunas predicciones sobre el agua que nos viene se han empezado a cumplir y, si hay que prepararse, la ciencia ficción sugiere ideas. El mundo sumergido, de J.G. Ballard se considera una novela precursora del clima-ficción: el deshielo de los polos ha inundado la Tierra al completo y un grupo de militares y científicos, entre ellos el biólogo protagonista, exploran y rescatan supervivientes. El biólogo, que nunca conoció el mundo “seco”, llega a disfrutar de aquel caos exhibiendo, como los macondianos personajes, una moral trastocada…
…que sirve de precedente a Las torres del olvido, de George Turner. Obra maestra. La versión climática de 1984 o Un mundo feliz. Situada en una Melbourne anegada por la crecida del mar, la acción discurre entre 2044 y 2063. La gente se mueve en barca a la altura de sextos pisos. La población se ha dividido tajantemente en dos: supras e infras. Y las complejidades de la supervivencia se expresan con una crueldad y hermosura solo asequible a los grandes narradores de la condición humana. Turner, fan de las revistas científicas y empresariales, publicó en 1987 este particular vaticinio. La novela ha acertado las dos grandes crisis financieras vividas desde entonces. Y advierte que ahora llega la definitiva, apuntalada por el cambio climático.
La borrasca Gloria o las inundaciones en Valencia certifican que el Mediterráneo ya es otro. Los ciclones son la última novedad de un cambio que ya está aquí. Una forma de afrontarlo, y quién sabe si de variar alguna tendencia, será crear y leer relatos que permitan imaginar cómo salir de ésta.
Gabi Martínez es escritor. Su último libro es Delta (Seix Barral).
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