Lamont_Ferry
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De todas las historias del exilio una de las más largas y conmovedoras es, sin duda, la de Pau Casals, que termina tarde y, aún así, antes de hora, sin ver satisfecho su deseo de retorno. Pau Casals nació en El Vendrell (Tarragona) en 1876 y falleció en San Juan de Puerto Rico en 1973. Fue un niño precoz, por lo que empezó a escribir y a recibir cartas a muy temprana edad. Desde que la reina María Cristina le concede en Madrid una beca y le regala un violonchelo Gagliano en 1893, hasta que da su último concierto en 1973 cabe mucha correspondencia en la vida de un artista que actuó por primera vez a los seis años como segundo soprano en el coro de su villa natal, que compuso a los siete su primera partitura y que viajó y actuó por todo el mundo.
No se conservan todas, pero las cartas que se publican estos días en estricto orden cronológico sirven para hacernos una idea de cómo su vida se estructuró a partir de dos impulsos: el del arte y el del humanismo. Como le dijo a Arthur Conte, ex diputado de la Asamblea Nacional de Francia y periodista, autor del célebre libro en francés La légende de Pau Casals: “Las cartas que recibo las guardo todas y respondo a todas por muy simples o inocentes que sean... escribo a músicos o a poetas cuyos nombres figurarán en el diccionario Larousse, pero sobre todo a la gente sencilla cuyos sentimientos, genio y espontaneidad no merecen ser menospreciados”. Así, en diciembre de 1947, cuando vivía el exilio en Prades, sufragaba de su propio bolsillo gastos de tantos refugiados españoles en Francia y medio mundo de la música le reclamaba que volviera a los escenarios, escribió a su hermano Enric: “Las cosas más emocionantes son las cartas. Un niño desconocido me envía su retrato bajo el cual escribe: “Yo también le quiero”.
El esfuerzo de Anna Dalmau y Anna Mora, compiladoras, editoras y traductoras de este libro es admirable, porque más allá del extraordinario trabajo de rastreo por los archivos, es su labor de notas a pie de página, de explicaciones y de sensibilidad con el artista lo que convierte a este documento en imprescindible. Se incluye, además, una estupenda entrevista a modo de prefacio con el gran violonchelista Lluis Claret, cuyo padre recibió cartas y ayuda del maestro. “Al final de la segunda guerra mundial Casals ayudó a mi padre prestándole dinero para que pudiese instalar su negocio en Toulouse, y encontramos en las cartas momentos delicados en los que le es imposible devolverle el préstamo.... entre las cartas recuperadas estaba la de Casals aceptando ser mi padrino”.
Si algo se desprende de este epistolario es el amor de Pau Casals por la belleza, por la justicia y por el arte. La relevancia de Casals se puede reflejar de mil maneras: es significativo que estrenara obras en el Carnegie Hall de Nueva York o que actuara dos veces en la Casa Blanca, la primera para Roosevelt en 1904 y la segunda para los Kennedy en 1961, pero aún lo es más que, cuando Viena celebra el centenario de Beethoven es elegido para dirigir su Filarmónica.
Son especialmente reseñables las cartas de Casals con sus compañeros de viaje y de oficio. La entrañable complicidad juvenil con Enrique Granados, que le pregunta por sus penas de amor (con Rosina Valls, primera novia, de El Vendrell) más que por sus composiciones, y la posterior incredulidad de Casals, que tanto admiraba sus Goyescas, con su trágica muerte ahogado tras un naufragio en aguas del Canal de la Mancha. Las cartas a su primera esposa, la mezzo soprano estadounidense Susan Metalcafe, a quien llama “mi Susite” y luego “mi suite”, son tiernas declaraciones de amor. Hay que destacar la divertida relación con Jacques Thibaud, con quien jugaba al tenis en París, tercer miembro de ese trío superlativo que refinó la música de cámara del primer tercio de siglo en París, el trío Cortot, formado por Alfred Cortot, Casals y Thibaud. Hasta el arquitecto Auguste Perret proyectó la todavía activa y maravillosa Salle Cortot de la Rue Cardinet en la que llegaron a ensayar.
El papel fundamental para el andamiaje cultural de la Barcelona previa a la guerra civil es inconcebible sin la Orquesta Pau Casals, fundada en Barcelona en 1920, y la posterior Asociación Obrera de Conciertos. Emotivas son también las cartas entre él y Joaquim Pena, secretario del patronato de la orquesta, musicólogo y crítico wagneriano e ideólogo de la modernidad musical catalana, en las que se preparan los programas de la Asociación Obrera y se eligen los repertorios, Ravel, Wagner, Liszt, Bruckner y siempre Bach, pues no hay que olvidar que es Casals quien recuperó en 1890 y popularizó las suites perdidas para violonchelo tras asistir a un concierto de Richard Strauss en Barcelona.
Fechada en diciembre de 1931 hay una carta a “su excelencia Pau Casals” para felicitarle en su cumpleaños y desearle “que Dios lo bendiga y le dé una salud inalterable durante muchos más años, aquí y en el más allá de los cielos, por su arte que concede la armonía de las esferas al género humano”, junto a la firma (entre otros admiradores) de Zoltán Kodály (con quien Casals se reencontraría en Budapest en 1964 cuando interpretó allí su Pessebre). No olvidaba Bartók su visita a Barcelona cuatro años antes para interpretar con la OPC en el Liceo su Rapsodia para piano Sz.26. Y no sospechaban que serían víctimas del nazismo y del fascismo, dos exiliados que morirían (uno en Nueva York, otro en Puerto Rico) sin poder regresar a su tierra. Bartók (junto a Kodály) es el padre de la etnografía musical, recuperó la esencia del folclore más ancestral, ese que con sus Danzas Rumanas convirtió en vanguardia, ¿y qué otra cosa sino eso hizo Casals con El cant dels ocells?, recuperar una canción popular catalana y convertirla en imperecedera.
Resulta asombroso asistir al intercambio de pareceres con Schönberg (otro exiliado errante, fallecido en Los Ángeles), que compone su Concierto para violonchelo y orquesta pensando en Casals. Que se programara a Arnold Schönberg en aquella Barcelona evidencia la apertura de miras y el amor por la música avanzada de Casals, un hombre cosmopolita, de gusto sofisticado, sensible a las nuevas coordenadas que cambiaban el rumbo de la música. Si Schönberg es el revolucionario, Stravinski es el genio, y este último (otro exiliado) también dirigiría gracias a Casals la primera audición en España de su Sinfonía de los Salmos en el Palau de la Música en 1934. Y en esa línea no podemos olvidar que, en abril de 1936, en el mismo recinto y con la misma orquesta, se estrenaría el sobrecogedor Concierto para violín, también llamado A la memoria de un ángel, de Alban Berg (junto con Anton Webern los mejores alumnos de Schönberg), dedicado a Manon Gropius, hija del arquitecto Walter y Alma Mahler, que murió a los 18 víctima de la poliomelitis, un concierto compuesto por Berg al borde de la muerte (por la picadura de una avispa, además) y sin que pudiera llegar a escucharlo.
En 1957 Casals escribe a Josep Maria Corredor y le pregunta cómo está el Affaire Machado, preocupado porque el poeta siga sin tumba. Como es bien sabido, Corredor, con el apoyo de Casals, publicó en Le Figaro Littéraire el artículo ‘Un gran poeta espera su tumba’ para recaudar los fondos que han permitido que exista la tumba que hoy se visita en Colliure.
Estamos, pues, frente al primer epistolario de Pau Casals que abarca toda su vida. Un pozo de conocimiento con grandes interlocutores (Manuel de Falla, Conchita Badia, Nadia Boulanger...). Obviamente, no es completo, sería tarea interminable buscar y acceder a la totalidad de la correspondencia enviada y recibida por Casals repartida por todo el mundo, en fondos privados, archivos públicos o colecciones particulares. Señalan en el prólogo las autoras que Josep Maria Corredor—que fue ayudante personal de Casals con la correspondencia— sostenía que, en los años del exilio en Prades, Casals dedicaba entre tres y cuatro horas diarias a escribir cartas. “Quería estar seguro de que sus gestiones servirían para dar alivio a las miserias ajenas y las clasificaba cuidadosamente, porque estaba convencido de que le servirían de consuelo en sus últimos años, cuando dejara de trabajar”.
Ni que decir tiene que las cartas entre Casals y J. F. Kennedy ocupan un lugar relevante. Cuando este líder de la Guerra Fría asumió el cargo en enero de 1961 y dotó a la Casa Blanca de un aire exquisito y cosmopolita, relegó los quehaceres musicales a Jacqueline, que no dudó en invitar a Casals para que actuara en presencia de (entre otros) Leonard Bernstein y Aaron Copland. Antes del concierto, Casals escribe una carta a Kennedy: “Los dictadores son un anacronismo en el mundo de la libertad para la cual Estados Unidos va preparando el camino y promete ir conquistando. Es inconcebible una dictadura en España, pueblo de incalculables e imponentes potencialidades en todas las manifestaciones humanas. Inconcebibles son las dictaduras que hay en Rusia, América Latina, Asia y el lejano oriente. He aquí el grandioso planteamiento que tiene por delante...”. Tras el concierto, Casals volvió a suplicar a Kennedy que no apoyara a Franco, pero a los pocos días Kennedy renovó el plan de ayuda con España que estaba en marcha desde 1953. No se entendieron, uno hablaba de sentimientos y de arte y el otro de economía, pero pese a ello, Casals siguió admirándolo: “Haberlo conocido a usted y a la señora ha sido un privilegio inolvidable”.
Quien consideró también un privilegio inolvidable conocer al influyente violonchelista, compositor y director de orquesta de El Vendrell fue ese otro gran violonchelista ruso y, como el catalán, reconocido defensor de los derechos humanos Mstislav Rotropóvich, que en diciembre de 1971 escribe por su cumpleaños a su “querido y gran maestro Pablo Casals: permítame felicitarle a usted y a su vez a todos nosotros, artistas y amantes de la música que compartimos con usted y con los suyos la celebración de sus noventa y cinco años. Todos nosotros, los violonchelistas de todos los rincones del mundo, llevamos en el alma una pequeña partícula de la llama que usted prendió por obra del genio de su maestría musical y artística en la cima del Olimpo de los violonchelistas. Todos los que hemos viajado con el violonchelo en las manos al pie de su montaña no nos cansaremos nunca de agradecer a Dios por cuidar de su memorable vida. Le deseo salud y felicidad. Siempre suyo”
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No se conservan todas, pero las cartas que se publican estos días en estricto orden cronológico sirven para hacernos una idea de cómo su vida se estructuró a partir de dos impulsos: el del arte y el del humanismo. Como le dijo a Arthur Conte, ex diputado de la Asamblea Nacional de Francia y periodista, autor del célebre libro en francés La légende de Pau Casals: “Las cartas que recibo las guardo todas y respondo a todas por muy simples o inocentes que sean... escribo a músicos o a poetas cuyos nombres figurarán en el diccionario Larousse, pero sobre todo a la gente sencilla cuyos sentimientos, genio y espontaneidad no merecen ser menospreciados”. Así, en diciembre de 1947, cuando vivía el exilio en Prades, sufragaba de su propio bolsillo gastos de tantos refugiados españoles en Francia y medio mundo de la música le reclamaba que volviera a los escenarios, escribió a su hermano Enric: “Las cosas más emocionantes son las cartas. Un niño desconocido me envía su retrato bajo el cual escribe: “Yo también le quiero”.
El esfuerzo de Anna Dalmau y Anna Mora, compiladoras, editoras y traductoras de este libro es admirable, porque más allá del extraordinario trabajo de rastreo por los archivos, es su labor de notas a pie de página, de explicaciones y de sensibilidad con el artista lo que convierte a este documento en imprescindible. Se incluye, además, una estupenda entrevista a modo de prefacio con el gran violonchelista Lluis Claret, cuyo padre recibió cartas y ayuda del maestro. “Al final de la segunda guerra mundial Casals ayudó a mi padre prestándole dinero para que pudiese instalar su negocio en Toulouse, y encontramos en las cartas momentos delicados en los que le es imposible devolverle el préstamo.... entre las cartas recuperadas estaba la de Casals aceptando ser mi padrino”.
Belleza, justicia y arte
Si algo se desprende de este epistolario es el amor de Pau Casals por la belleza, por la justicia y por el arte. La relevancia de Casals se puede reflejar de mil maneras: es significativo que estrenara obras en el Carnegie Hall de Nueva York o que actuara dos veces en la Casa Blanca, la primera para Roosevelt en 1904 y la segunda para los Kennedy en 1961, pero aún lo es más que, cuando Viena celebra el centenario de Beethoven es elegido para dirigir su Filarmónica.
Son especialmente reseñables las cartas de Casals con sus compañeros de viaje y de oficio. La entrañable complicidad juvenil con Enrique Granados, que le pregunta por sus penas de amor (con Rosina Valls, primera novia, de El Vendrell) más que por sus composiciones, y la posterior incredulidad de Casals, que tanto admiraba sus Goyescas, con su trágica muerte ahogado tras un naufragio en aguas del Canal de la Mancha. Las cartas a su primera esposa, la mezzo soprano estadounidense Susan Metalcafe, a quien llama “mi Susite” y luego “mi suite”, son tiernas declaraciones de amor. Hay que destacar la divertida relación con Jacques Thibaud, con quien jugaba al tenis en París, tercer miembro de ese trío superlativo que refinó la música de cámara del primer tercio de siglo en París, el trío Cortot, formado por Alfred Cortot, Casals y Thibaud. Hasta el arquitecto Auguste Perret proyectó la todavía activa y maravillosa Salle Cortot de la Rue Cardinet en la que llegaron a ensayar.
El papel fundamental para el andamiaje cultural de la Barcelona previa a la guerra civil es inconcebible sin la Orquesta Pau Casals, fundada en Barcelona en 1920, y la posterior Asociación Obrera de Conciertos. Emotivas son también las cartas entre él y Joaquim Pena, secretario del patronato de la orquesta, musicólogo y crítico wagneriano e ideólogo de la modernidad musical catalana, en las que se preparan los programas de la Asociación Obrera y se eligen los repertorios, Ravel, Wagner, Liszt, Bruckner y siempre Bach, pues no hay que olvidar que es Casals quien recuperó en 1890 y popularizó las suites perdidas para violonchelo tras asistir a un concierto de Richard Strauss en Barcelona.
Fechada en diciembre de 1931 hay una carta a “su excelencia Pau Casals” para felicitarle en su cumpleaños y desearle “que Dios lo bendiga y le dé una salud inalterable durante muchos más años, aquí y en el más allá de los cielos, por su arte que concede la armonía de las esferas al género humano”, junto a la firma (entre otros admiradores) de Zoltán Kodály (con quien Casals se reencontraría en Budapest en 1964 cuando interpretó allí su Pessebre). No olvidaba Bartók su visita a Barcelona cuatro años antes para interpretar con la OPC en el Liceo su Rapsodia para piano Sz.26. Y no sospechaban que serían víctimas del nazismo y del fascismo, dos exiliados que morirían (uno en Nueva York, otro en Puerto Rico) sin poder regresar a su tierra. Bartók (junto a Kodály) es el padre de la etnografía musical, recuperó la esencia del folclore más ancestral, ese que con sus Danzas Rumanas convirtió en vanguardia, ¿y qué otra cosa sino eso hizo Casals con El cant dels ocells?, recuperar una canción popular catalana y convertirla en imperecedera.
Resulta asombroso asistir al intercambio de pareceres con Schönberg (otro exiliado errante, fallecido en Los Ángeles), que compone su Concierto para violonchelo y orquesta pensando en Casals. Que se programara a Arnold Schönberg en aquella Barcelona evidencia la apertura de miras y el amor por la música avanzada de Casals, un hombre cosmopolita, de gusto sofisticado, sensible a las nuevas coordenadas que cambiaban el rumbo de la música. Si Schönberg es el revolucionario, Stravinski es el genio, y este último (otro exiliado) también dirigiría gracias a Casals la primera audición en España de su Sinfonía de los Salmos en el Palau de la Música en 1934. Y en esa línea no podemos olvidar que, en abril de 1936, en el mismo recinto y con la misma orquesta, se estrenaría el sobrecogedor Concierto para violín, también llamado A la memoria de un ángel, de Alban Berg (junto con Anton Webern los mejores alumnos de Schönberg), dedicado a Manon Gropius, hija del arquitecto Walter y Alma Mahler, que murió a los 18 víctima de la poliomelitis, un concierto compuesto por Berg al borde de la muerte (por la picadura de una avispa, además) y sin que pudiera llegar a escucharlo.
En 1957 Casals escribe a Josep Maria Corredor y le pregunta cómo está el Affaire Machado, preocupado porque el poeta siga sin tumba. Como es bien sabido, Corredor, con el apoyo de Casals, publicó en Le Figaro Littéraire el artículo ‘Un gran poeta espera su tumba’ para recaudar los fondos que han permitido que exista la tumba que hoy se visita en Colliure.
Estamos, pues, frente al primer epistolario de Pau Casals que abarca toda su vida. Un pozo de conocimiento con grandes interlocutores (Manuel de Falla, Conchita Badia, Nadia Boulanger...). Obviamente, no es completo, sería tarea interminable buscar y acceder a la totalidad de la correspondencia enviada y recibida por Casals repartida por todo el mundo, en fondos privados, archivos públicos o colecciones particulares. Señalan en el prólogo las autoras que Josep Maria Corredor—que fue ayudante personal de Casals con la correspondencia— sostenía que, en los años del exilio en Prades, Casals dedicaba entre tres y cuatro horas diarias a escribir cartas. “Quería estar seguro de que sus gestiones servirían para dar alivio a las miserias ajenas y las clasificaba cuidadosamente, porque estaba convencido de que le servirían de consuelo en sus últimos años, cuando dejara de trabajar”.
Concierto en la Casa Blanca
Ni que decir tiene que las cartas entre Casals y J. F. Kennedy ocupan un lugar relevante. Cuando este líder de la Guerra Fría asumió el cargo en enero de 1961 y dotó a la Casa Blanca de un aire exquisito y cosmopolita, relegó los quehaceres musicales a Jacqueline, que no dudó en invitar a Casals para que actuara en presencia de (entre otros) Leonard Bernstein y Aaron Copland. Antes del concierto, Casals escribe una carta a Kennedy: “Los dictadores son un anacronismo en el mundo de la libertad para la cual Estados Unidos va preparando el camino y promete ir conquistando. Es inconcebible una dictadura en España, pueblo de incalculables e imponentes potencialidades en todas las manifestaciones humanas. Inconcebibles son las dictaduras que hay en Rusia, América Latina, Asia y el lejano oriente. He aquí el grandioso planteamiento que tiene por delante...”. Tras el concierto, Casals volvió a suplicar a Kennedy que no apoyara a Franco, pero a los pocos días Kennedy renovó el plan de ayuda con España que estaba en marcha desde 1953. No se entendieron, uno hablaba de sentimientos y de arte y el otro de economía, pero pese a ello, Casals siguió admirándolo: “Haberlo conocido a usted y a la señora ha sido un privilegio inolvidable”.
Quien consideró también un privilegio inolvidable conocer al influyente violonchelista, compositor y director de orquesta de El Vendrell fue ese otro gran violonchelista ruso y, como el catalán, reconocido defensor de los derechos humanos Mstislav Rotropóvich, que en diciembre de 1971 escribe por su cumpleaños a su “querido y gran maestro Pablo Casals: permítame felicitarle a usted y a su vez a todos nosotros, artistas y amantes de la música que compartimos con usted y con los suyos la celebración de sus noventa y cinco años. Todos nosotros, los violonchelistas de todos los rincones del mundo, llevamos en el alma una pequeña partícula de la llama que usted prendió por obra del genio de su maestría musical y artística en la cima del Olimpo de los violonchelistas. Todos los que hemos viajado con el violonchelo en las manos al pie de su montaña no nos cansaremos nunca de agradecer a Dios por cuidar de su memorable vida. Le deseo salud y felicidad. Siempre suyo”
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