Qué solos están los poetas

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27 Sep 2024
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En la gran nave de la FIL de Guadalajara hay poetas, muchos. Llegan con lo puesto, muchos. Y hablan de lo que no tienen: dinero. Pertenecen a esa franja estrecha de la clase media mexicana que, pese a su formación, también pasa estrecheces. Qué solos están. Se ríen diciendo que el 90% de los poetas odia al 90% de los poetas, pero no es cierto. Se quieren, se conocen y se arropan en las presentaciones de sus libros a las que no acuden las grandes figuras de los renglones cortos.

Citar al azar algunos nombres de poetas es poner a prueba la cultura de quienes lo saben casi todo de narativa: Pedro Derrant, Luis Membrillo, Maira Colín, Claudia Luna Fuentes, Brenda Ríos, José Antonio Pérez Robleda. En estos días de vino y libros pasean su sonrisa y sus dificultades para llegar a fin de mes y explican que escriben en las horas libres. Dicen que se odian porque hay pocas becas para repartirse y vuelven a reír.

¿Por qué la poesía no se lee, no se compra como la narrativa? Explicaba Pérez Robleda en la FIL que leer es lo más antinatural que existe para el ser humano y que solo se hace masivamente desde los últimos 50 años. Es un gran artificio para el cerebro y exige, primero, saber leer, segundo, entender lo que se está leyendo. Cuando ya se ha dominado la técnica, llega un poeta con sus artificios caprichosos y lo hace más complicado. “La poesía es el lenguaje que está sucediendo”, interpreta Derrant sobre las tesis de Mario Montalbetti. Es como un encaje de bolillos que se va creando y la mente humana no siempre está preparada para traducirlo. Una lluvia fina de conceptos cae en los lugares inadecuados del cerebro. Pero moja y con eso basta para empezar.

La poesía es una violencia, dirá otra vez el joven Derrant. Sugiere que también podemos hallar belleza en un poema antiguo de lenguaje endiablado. Entonces, ¿podremos, del mismo modo, disfrutar unos versos en finés? Alguien contó sobre una manifestación de protesta laboral en la puerta del Sol de Madrid a la que acudió un sindicalista alemán para dar ánimos. Subió al escenario y se soltó una soflama en su lengua, levantando el puño, moviendo el brazo con pasión: hacia adelante, mis tropas desharrapadas, interpretaron todos. La plaza entera disfrutó el poema que fue aquella hermandad obrera. Y no entendieron nada.

Muchos poetas han ido diciendo adiós a su juventud y a sus sueños de vivir en verso. Cuenta Derrant ante una cerveza que la escritora mexicana Priscila Palomares suele decir que el poeta es hoy el personaje más perfectamente anticapitalista, el que no está sujeto a las modas, un pantalón y una camisa, desayuno, comida y cena sin salir de casa, unos libros y pocos caprichos. No hay para más y quizá tampoco lo quieren. El lenguaje poético es el antípoda del publicitario. Un lema publicitario está diseñado para entrar como un obús al cerebro, un tiro en la cabeza, sin escapatoria, inserta un deseo comercial. La poesía se dispersa como la neblina, se hace jirones, se deshebra sin encontrar el espacio. Exige. Y el mundo está para pocas exigencias. Mejor comprar que tener, mejor ver que reflexionar, mejor oír que leer. La poesía es pura violencia.

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