Carlie_Kessler
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El año pasado por estas mismas fechas, una película atípica en nuestro cine, singular por su huida del realismo reinante, y valiente por su falta de cordura comercial en unas salas en las que el espectador medio parece absurdamente obstinado en no ser capaz de validar ningún disparate, por muy racional que este acabe siendo en su fondo, terminó por redondear unos 12 meses formidables para un cine español cerca de lo histórico, gracias a la enorme cantidad de títulos notables y sobresalientes estrenados a lo largo de 2022. Aquella obra era No mires a los ojos, la dirigió Félix Viscarret, estaba basada en la novela de Juan José Millás Desde la sombra y, a pesar de que la vieron solo 52.000 personas (o nada menos que 52.000, según se mire), abrió una brecha hacia un universo libre, procaz y misterioso, en el que ahora se integra la también estupenda Que nadie duerma, cuarto trabajo como director de Antonio Méndez Esparza.
Ese universo extraordinario, que puede gustar más o menos en la vertiente literaria, pero que al cine español le sienta como bendito aire fresco al redondear una necesaria diversidad de tonos, estilos y géneros, es el del veterano novelista y articulista Millás, siempre apegado a la tragicomedia a pie de calle, aunque con acciones, giros y acontecimientos poco o nada verosímiles que, pese a su aparente extravagancia, se presentan como plenos de sentido psicológico, social y moral. En verdad, esa veda hacia cierto surrealismo dentro de obras con intenciones comerciales, intérpretes reconocidos y amplia difusión la había abierto en 2019 Ventajas de viajar en tren, de Aritz Moreno, basada en la fabulosa novela homónima de Antonio Orejudo, otro autor, como Millás, favorecedor de la risa y el desengaño de vivir a través del estrambote.
Que nadie duerma narra la odisea laboral, amistosa y sentimental de una mujer que pierde su trabajo como informática tras más de 20 años en una cadena de clínicas odontológicas acusada de fraude, y que de buenas a primeras se reinventa como conductora de taxis mientras intenta ayudar en los cuidados de su padre anciano y enfermo. Una película asentada en lo social y en lo real, pero que deriva en lo psicológico y hasta en lo cultural con una apuesta por la fusión de tonos. El arrebato, la delicadeza, la simpatía, el amor, la ternura, la venganza, el delirio, el legado, el arte, la demencia y la creación dentro de la creación van apareciendo sin orden aunque con excelente concierto en una historia en la que el personaje femenino arrasa por una cuestión no demasiado habitual en nuestra sociedad contemporánea: la dignidad. Un rol luminoso y con una preciosa energía que, por las revueltas de la existencia y por los azares impuestos por Millás y Esparza, parece finalmente condenado a la desolación, y que borda Malena Alterio con un poderoso despliegue de registros cómicos y dramáticos.
—La ficción tiene mucho que aprender de la vida real.
—Y según tú, ¿qué le diría la vida real a la ficción?
—Que no mienta.
Este diálogo entre la protagonista y el rol de un novelista y articulista, que bien podría ser un trasunto del propio Millás, ejemplifica todo lo que hay de metaficcional, de construcción dentro del realismo, en Que nadie duerma, título entresacado de la famosa aria Nessun dorma, incluida en Turandot, ópera de Puccini sobre el amor y la muerte, como la película de Méndez Esparza.
Un artificio, hermoso artificio, que se apoya asimismo en la magnífica banda sonora de Zeltia Montes, invasiva para bien, que ya desde los estéticos títulos de crédito iniciales impone su vehemencia y sus cuerdas hirientes para ilustrar el enigmático desgarro de vivir.
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Ese universo extraordinario, que puede gustar más o menos en la vertiente literaria, pero que al cine español le sienta como bendito aire fresco al redondear una necesaria diversidad de tonos, estilos y géneros, es el del veterano novelista y articulista Millás, siempre apegado a la tragicomedia a pie de calle, aunque con acciones, giros y acontecimientos poco o nada verosímiles que, pese a su aparente extravagancia, se presentan como plenos de sentido psicológico, social y moral. En verdad, esa veda hacia cierto surrealismo dentro de obras con intenciones comerciales, intérpretes reconocidos y amplia difusión la había abierto en 2019 Ventajas de viajar en tren, de Aritz Moreno, basada en la fabulosa novela homónima de Antonio Orejudo, otro autor, como Millás, favorecedor de la risa y el desengaño de vivir a través del estrambote.
Que nadie duerma narra la odisea laboral, amistosa y sentimental de una mujer que pierde su trabajo como informática tras más de 20 años en una cadena de clínicas odontológicas acusada de fraude, y que de buenas a primeras se reinventa como conductora de taxis mientras intenta ayudar en los cuidados de su padre anciano y enfermo. Una película asentada en lo social y en lo real, pero que deriva en lo psicológico y hasta en lo cultural con una apuesta por la fusión de tonos. El arrebato, la delicadeza, la simpatía, el amor, la ternura, la venganza, el delirio, el legado, el arte, la demencia y la creación dentro de la creación van apareciendo sin orden aunque con excelente concierto en una historia en la que el personaje femenino arrasa por una cuestión no demasiado habitual en nuestra sociedad contemporánea: la dignidad. Un rol luminoso y con una preciosa energía que, por las revueltas de la existencia y por los azares impuestos por Millás y Esparza, parece finalmente condenado a la desolación, y que borda Malena Alterio con un poderoso despliegue de registros cómicos y dramáticos.
—La ficción tiene mucho que aprender de la vida real.
—Y según tú, ¿qué le diría la vida real a la ficción?
—Que no mienta.
Este diálogo entre la protagonista y el rol de un novelista y articulista, que bien podría ser un trasunto del propio Millás, ejemplifica todo lo que hay de metaficcional, de construcción dentro del realismo, en Que nadie duerma, título entresacado de la famosa aria Nessun dorma, incluida en Turandot, ópera de Puccini sobre el amor y la muerte, como la película de Méndez Esparza.
Un artificio, hermoso artificio, que se apoya asimismo en la magnífica banda sonora de Zeltia Montes, invasiva para bien, que ya desde los estéticos títulos de crédito iniciales impone su vehemencia y sus cuerdas hirientes para ilustrar el enigmático desgarro de vivir.
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‘Que nadie duerma’: el absurdo cotidiano de Juan José Millás le sienta bien al cine español
El filme de Méndez Esparza narra la odisea laboral y sentimental de una mujer que pierde su trabajo como informática, y que de buenas a primeras se reinventa como conductora de taxis
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