¿Qué es el terrorismo? Teoría, práctica y horror de la violencia clandestina

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27 Sep 2024
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Terrorismo es un término complejo. Más que como una descripción de los hechos suele utilizarse como un arma arrojadiza. No existe una definición universal de terrorismo que opere en el panorama internacional. Pero, a pesar de la ambigüedad en su utilización cotidiana, el término puede resultar útil para entender el mundo si se encuentra una definición precisa que evite cualquier connotación.

Es lo que intentan los politólogos Ignacio Sánchez-Cuenca y Luis de la Calle en La naturaleza del terrorismo (Catarata). Un volumen que podría servir de mascarón de proa a una nutrida colección de lanzamientos editoriales que tratan el tema desde diferentes ángulos: la historia de la violencia política, el estudio de algunos grandes atentados históricos o la recuperación del testimonio de las víctimas.

¿Qué es el terrorismo?​


“Lo que distingue al terrorismo de otros tipos de violencia es que no requiere ni la ocupación de un espacio ni operaciones de larga duración: puede concebirse como una violencia clandestina y efímera”, escriben Sánchez-Cuenca y De la Calle. Es una definición sencilla, pero tiene fuertes implicaciones. Por ejemplo, grupos insurgentes con dominio territorial, como la guerrilla de las FARC, Sendero Luminoso, ISIS o Hezbollah, según el citado criterio, no podrían ser considerados terroristas.

Imagen del 22 de julio de 1992 tras el ataque de Sendero Luminoso a la embajada de Bolivia en Lima.

El terrorismo, siguiendo este modelo, al no disponer de territorio, actúa mediante las bombas, los tiroteos, los secuestros, y no está capacitado para acciones militares sostenidas en el tiempo o para asediar poblaciones y conquistar terreno. Como se ha dicho repetidamente, “el terrorismo es el arma de los más débiles”, y suele surgir precisamente cuando se da una relación de fuerzas muy dispareja. La definición es sencilla, pero contiene sus complejidades: a veces grupos insurgentes utilizan tácticas terroristas, como en esas ocasiones en las que Sendero Luminoso, fuerte en el campo peruano, atentaba en las calles de la capital, Lima. En otras ocasiones son los propios Estados los que caen en esas prácticas: es el caso de los GAL españoles, que hostigaban a ETA en su santuario francés. Así, como terrorista nos podemos referir a un actor (un grupo terrorista) o a una acción (un atentado terrorista).

Pero en todos los casos hablamos de violencia clandestina, a base de bombas y tiroteos por sorpresa, llevados a cabo por agentes encubiertos que tratan de pasar desapercibidos, y no a un poderío territorial apareado a una milicia o guerrilla uniformada y bien armada. Otros criterios comúnmente utilizados para definir el terrorismo, como son el asesinato de civiles o el objetivo de atemorizar a la población, no suelen ser exclusivos de los grupos clandestinos, según han encontrado los politólogos, y se encuentran también en la acción de los Estados, los ejércitos u otros grupos armados. Véase el caso de los bombardeos de Israel en Gaza. “Por supuesto, existe una fuerte asociación entre el terrorismo, por un lado, y el asesinato de civiles y la violencia coercitiva, por otro. (…) Pero estas asociaciones distan mucho de ser perfectas y no constituyen una base sólida para una conceptualización del fenómeno”, concluyen los autores.

Atentados que cambiaron la historia​


El 13 de septiembre de 1974, hace algo más de 50 años, a las 14.30, un artefacto explotó en la cafetería Rolando asesinando a 13 personas e hiriendo a medio centenar. El establecimiento, situado en la madrileña calle Correo, aledaña a la Puerta del Sol, era muy frecuentado por policías de la Dirección General de Seguridad, justo enfrente, conocida por albergar la tortura franquista donde hoy está la sede de la Comunidad de Madrid. Pero la bomba mató sobre todo a civiles: un panadero, un mecánico, un estudiante o una mujer que iba de compras. El ataque, el primero indiscriminado de ETA, tuvo graves consecuencias: un endurecimiento de la represión franquista, el señalamiento del Partido Comunista como colaborador, y la escisión de ETA entre la rama militar y la político-militar.

Un pequeño fenómeno editorial se ha generado en torno a este crimen. En Dinamita, tuercas y mentiras (El atentado de la cafetería Rolando) (Tecnos) los historiadores Gaizka Fernández y Ana Escauriaza ofrecen un relato exhaustivo del atentado recuperando la memoria de las víctimas que no recibieron indemnización ni atención en aquel momento. En El huevo de la serpiente (El nido de ETA en Madrid) (Betagarri Liburuak), Eduardo Sánchez Gatell, entonces un joven antifranquista bien relacionado y fascinado por el mundillo intelectual antifranquista que apoyaba a la banda en la capital, ofrece un relato personal del suceso por el que pasó 16 meses preso hasta que el tribunal decidió inhibirse.

Precisamente en Operación Caperucita. El Comité Karl Marx y el atentado de la calle del Correo (Akal) el periodista Xuan Cándano ahonda en ese apoyo del que gozaba ETA en la capital, proveniente de grupos de intelectuales de izquierda, como era el caso de la pareja formada por Eva Forest y el célebre dramaturgo Alfonso Sastre, miembros del llamado Comité de Solidaridad Karl Marx, que colaboraron no solo en el atentado de Correo, sino también en el asesinato de Carrero Blanco. Sobre estos atentados se generaron numerosas teorías de la conspiración que implicaban a la CIA estadounidense o los servicios secretos del propio régimen franquista.

“Lo que sí sabemos es que en los dos atentados la persona decisiva fue Eva Forest, sin la que no se hubieran producido”, escribe Cándano. Forest tuvo la idea de atentar contra Carrero y, animada por el éxito de la operación, propuso el atentado de la cafetería Rolando. “El magnicidio lo organizó una mujer, una comunista radical, fichada por la policía como todos los componentes del grupo antifascista que lideraba, en conexión con ETA, que envió a Madrid a decenas de militantes para ejecutar un golpe que le supuso un enorme éxito y gran prestigio en los sectores del antifranquismo. No hubo más conspiración que la de Eva Forest”.

Diez años después del de la calle Correo otro atentado histórico retumbó en otras latitudes. Una explosión destruía una parte del Gran Hotel de Brighton, el 12 de octubre de 1984, tratando de asesinar a Margaret Thatcher, entonces primera ministra británica, durante una convención del partido tory. Hubo cinco muertos, decenas de heridos, aunque la Dama de Hierro, que estaba preparando su discurso, hizo honor a su nombre y salió ilesa y por su propio pie. El atentado se había concebido como una venganza por la postura pasiva del Gobierno británico ante las huelgas de hambre de los presos del IRA en 1981, que reclamaban el estatus de prisioneros políticos. Diez huelguistas habían muerto, entre ellos el célebre Bobby Sands.

Los hechos se narran en Habrá fuego. Margaret Thatcher, el IRA y dos minutos que cambiaron la historia (Ariel), de Rory Carroll, donde, con una prosa de thriller detectivesco que atrapa al lector, narra la historia del conflicto de Irlanda desde sus orígenes, la independencia del país y el resurgimiento de los Troubles en Irlanda del Norte, la etapa de violencia sucedida entre 1968 y 1998. En el libro se encuentran detallados perfiles de personajes como Thatcher o el histórico líder del Sinn Féin, Gerry Adams, las citadas huelgas de hambre de los presos del IRA, que presionaban esparciendo sus heces por las paredes de sus celdas, la enconada violencia callejera entre republicanos y unionistas en los barrios de Belfast, el arduo trabajo de los artificieros británicos desactivando los explosivos norirlandeses en Londres, además de la peripecia del hombre que colocó la bomba en Brighton, el terrorista Patrick Magee, que, septuagenario, sigue defendiendo aquel atentado como un acto legítimo de guerra. “Con una Margaret Thatcher tan polarizadora en muerte como en vida, y con el Sinn Féin (el que fuera brazo político del IRA) renacido como un respetable partido de Gobierno, la conspiración del IRA para matar a su mayor enemigo está en riesgo de convertirse en un mito. Es de vital importancia recordar lo que sucedió realmente”, escribe Carroll.

Imagen tomada el 12 de octubre de 1984, cuando la primera ministra Margaret Thatcher, en el centro, viaja en un coche tras el atentado en el Grand Hotel de Brighton perpetrado por IRA, junto a su esposo Denis y su ayudante Cynthia Crawford.

El dolor de las víctimas​


Un par de noveades editoriales recogen también el testimonio de las víctimas. Es el caso de Salir de la noche (Libros del Asteroide, 2023), del periodista Mario Calabresi, que fue director del diario La Reppublica y de La Stampa, cuyo padre, el comisario Luigi Calabresi, fue asesinado en 1972 por miembros de la extrema izquierda italiana (fueron condenados integrantes del grupo Lotta Continua), acusado de la muerte de Giuseppe Pinelli tras caer desde una ventana de su comisaria. El caso, por cierto, inspiró la obra del nobel Darío Fo Muerte accidental de un anarquista. Otro producto cultural relacionado con las Brigadas Rojas y los años de plomo en Italia vio la luz en fechas similares: la serie Exterior noche, de Marco Bellocchio, un libro que relataba las enrevesadas circunstancias alrededor del asesinato del primer ministro Aldo Moro, que conmocionó al país en 1978. “Los terroristas tratan de convertir a las personas en símbolos, tratan de despejarlas de su humanidad. Es más fácil matar un símbolo que a una persona. Pero los periodistas tenemos la obligación de devolver su humanidad a esas personas”, decía Calabresi con motivo de la publicación del libro.

Un grupo deposita flores en Milán en 1972 en el lugar donde Luigi Calabresi fue asesinado.

Hubo niños en el País Vasco de los años 80 que crecieron rodeados de disturbios, cargas policiales y disparos al aire. En Eso que llamabas paraíso (Libros del KO, 2023), Ricardo Casas y Francisco Uzcanga reflexionan a cuatro manos sobre la violencia que rodeó su infancia, sobre todo el asesinato en 1984 del padre del primero, el líder socialista Enrique Casas, a manos de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, un grupo vinculado con ETA, aunque con un ideario más relacionado con la lucha de clases que con el nacionalismo. Un día de mal tiempo en San Sebastián, dos hombres ataviados como obreros llamaron a la puerta de Casas y le descerrajaron trece tiros. Su hijo Ricardo, que tenía 17 años, estaba en domicilio estudiando para la Selectividad y no quiso ver el cuerpo de su padre ensangrentado. “Yo olvido, pero no perdono: no se puede perdonar lo imperdonable”, dijo Casas a este periódico.

Las lecciones de la historia​


“La calificación de terrorista siempre se ha asignado según las circunstancias y los intereses en juego”, escribe Francesco Benigno, que también señala que una encuesta realizada en 1988 a 200 expertos arrojó 109 definiciones diferentes del término. En Ensayo histórico sobre la violencia política. El rostro ambiguo del terrorismo (Cátedra, 2023), Benigno hace un recorrido histórico, no tanto del terrorismo en sí mismo, como de los discursos lo rodean, tratando de detectar la existencia de algo así como “una tradición cultural basada en el uso político del terrorismo”. Del terror de la Revolución Francesa al terrorismo islamista internacional, pasando por los revolucionarios rusos del XIX, los anarquistas de la propaganda por los hechos o los años de plomo de la segunda mitad del siglo XX.

Se ha dicho que el terrorismo es un “crimen especial”, que su esencia radica en la matanza de civiles o en la voluntad de atemorizar a terceros. O que, en realidad, la diferencia con otros tipos de violencia estriba en estar basado en el fundamentalismo. Pero son caracterizaciones que no acaban de convencer al historiador que, como tal, trata de hallar las claves en la Historia. De ese recorrido lleno de dolor y destrucción, muchas veces envuelto en la épica del héroe o el mártir que se sacrifica por una causa (que ahora se difunde por internet), extrae el autor algunas características comunes. A saber: la naturaleza secreta y conspirativa del grupo terrorista, su impredicibilidad, tanto en los objetivos como en las acciones, y el carácter simbólico: “El atentado terrorista es la construcción de un acontecimiento político de alto contenido simbólico, capaz de representar bruscamente una lucha absoluta entre el bien y el mal”, concluye Benigno.

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