katlynn.christiansen
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Las dos personas normales asisten a una conferencia que no les importa. Lo hacen algunas mañanas, cuando, en el salón de actos de la obra social del banco más importante de la provincia, programan alguna charla, o alguna mesa redonda, o el recital de poesía cristiana de algún poeta local. Las dos personas normales no prestan mucha atención al ponente (un señor con gafas que sabe mucho de empresa familiar), pero están de lo más calentitas. —Habla muy alto, ¿no?—¿Cómo?—El señor. Que habla muy alto.—Ah, sí, cada vez hablan más alto. Yo creo que, como ven que somos pocos y que nos sentamos separados, pues suben cada vez más la voz.—Ya, ya. Pues qué faena.—¿Nos sentamos delante?—¿Para qué?—Pues para que hable más bajo el señor. Para que estemos todos juntos y más cerca. Los seis que somos.—No, no, que si nos sentamos delante se le oye más; yo lo que quiero es dormirme.—Pero si es muy pronto.—Será muy pronto para ti, pero yo cada vez duermo menos, o duermo de a poquitos: me duermo, me despierto, me duermo, me despierto... Y así.—¿Y qué haces, si no duermes?—Me bebo un vaso de agua, pongo la radio... No voy a ponerme a leer.—Yo qué sé. Igual sí que leías.—Que no, que no, que no se me ocurre, pongo la radio y que me cuenten cosas. Por las noches la radio está muy bien, ni ponen anuncios ni nada, ya saben que no hay nadie. Sólo viejos.—O viejas.—Y camioneros.—O camioneras.—Y taxistas.—Ah, mira, eso se dice igual. Es que me dice que el pequeño que hay que decirlo todo dos veces, para ser respetuoso con la ciudadanía.—Lógico.—Y lógica, sí. ¿Qué te estaba diciendo, entonces?—Que por la noche ponías la radio.—Ah, sí. Que me la pongo yo solo, creo. Yo creo que a esas horas la que habla habla sola.—O el que habla.—O el que habla. Que yo no sé, si no hay nadie, para qué les dejarán hablar.Las dos personas normales tampoco saben muy bien para qué dejan hablar al señor de las gafas, que parece saber mucho de innovación y adaptación, de desafíos y estrategias para la sucesión generacional, pero que muy bien podría estar hablándole a un grupo de sauces.—Pues dices tú sauces...—No, no. Si eso ha sido el narrador.—Ah, ya. Pues dices tú que no duermes, pero yo tampoco, no te creas.—¿Todas las noches?—No, no; de corriente sí que duermo. Esta noche, digo.—¿Y eso?—Pues porque hacían un ruido los vecinos que no había forma de pegar ojo.—¿Jugaban a las canicas?—No. Eso lo oigo de día. Es más que daban golpes.—¿Golpes? ¿No serían disparos?La segunda persona normal abre los ojos como platos.—Pero, ¿por qué iban a ser disparos?—Yo qué sé. Se me ha ocurrido.—Pero qué barbaridad. —La segunda persona no da crédito.—Yo qué sé. Igual había una boda afgana o algo.—¿De noche? ¿Los afganos disparan por la noche? ¿En las bodas? —No sé. Se me ha ocurrido. Y los mexicanos. ¿No?—Pero, ¿cómo van a disparar en las bodas los mexicanos? —La segunda persona normal mira a la primera persona con pasmo. —A dar no —aclara la primera persona—. Al techo, digo.—Pero ¿qué chaladura es esa?—¿No disparan los mexicanos al techo?—Yo creo que no. Y de noche mucho menos.—¿Y qué hacen?—Yo creo que comen tacos y enchiladas y tamales.—¿Y no pegan tiros a lo loco?—Yo creo que les gustan los techos tanto como a nosotros. Y que no se casan de noche.—¿Y los afganos?—Pero, ¿nos hemos vuelto todos locos? Los horarios son los mismos. Los mexicanos y los afganos y nosotros somos más o menos igual. Menos en lo de comer, ya digo. Y en lo de hacer las zetas.—¿Los afganos no hacen las zetas?—Hacen cosas con la garganta, me parece. Y las afganas.—¿Por la noche?—No lo sé, pero igual es eso lo que te despertó. Igual era algo de la garganta.—Yo creo que eran de México.—Pero, ¡¿por qué?!—Porque esas cosas se notan, porque hay cosas que se notan. Hay cosas que cruzan el mar. Y porque ponían rancheras.—Ay, qué bonitas las rancheras. Me gustan mucho a mí las rancheras. A ver si era Rocío Dúrcal, a ver si no eran mexicanos mexicanos.—O mexicanas mexicanas.—O mexicanas mexicanas. ¿Rocío Dúrcal hace la zeta?—Yo creo que sí. Y Bertín Osborne.—A ver si era ella, entonces. Que le ha dado por disparar.—No, no, si ya se murió, pobrecita; ya querría yo que hubiera sido Rocío Dúrcal. Ojalá.—A ver si lo has soñado, ¿no?—¿Cómo?—A ver si lo has soñado. Como dices que no duermes...—Pero por los dispa... ¡Por los golpes! ¡Que al final me vuelves majareta! Vamos a cambiar de tema.—¿Le preguntamos al señor?—¿A qué señor?—Al señor que está hablando, que se le ve preparado. ¿Le preguntamos que en qué países se dispara en las bodas?—¿Sabes qué? Yo creo que esta noche voy a dormir muchísimo mejor.
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