Pues yo, sí

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El Día de la Bandera de Andalucía (4 de diciembre), apareció en una cadena de diarios que cubren la totalidad de la región el titular «Yo no hablo castellano, hablo andaluz». Aunque no es la primera vez que oigo o leo algo así, me cuesta creer que lo haya dicho A. Rojas Marcos, quien sabe de sobra que «castellano» y «español» han llegado a ser sinónimos hasta en nuestro texto constitucional, que ambos términos son utilizados como equivalentes intercambiables por los más de seiscientos millones que se expresan en español (incluidos los de las dos Castillas, y Madrid forma parte de «la Nueva»), que está habituado a entenderse sin problema con cualquiera de ellos… Como tampoco debe de ignorar que la única patria de la que no nos pueden expulsar es la lengua, no se comprende que voluntariamente desee convertirse en un «apátrida». Ni a los líderes políticos mexicanos que pretenden que los españoles de hoy pidamos perdón por lo sucedido hace cinco siglos se les ocurre decir que «no hablan castellano».El dirigente del ya casi desaparecido Partido Andalucista hizo tan sorprendente «confesión» tras la firma de un acuerdo con la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía (en presencia del Presidente de la Comunidad Autónoma, cuya sonrisa de oreja a oreja revelaba su cómplice satisfacción, y, de hecho, a él se le atribuyó la frase en algún medio), con el propósito de «favorecer, defender, proteger, fomentar el uso [sic] del andaluz en colegios, institutos, Universidades, Instituciones, espacios públicos [sic], medios de comunicación [¿incluidos los escritos?]…», para lo cual se formará un grupo de trabajo, coordinado por T. Batardín (de cuyas publicaciones e investigaciones sobre el andaluz nada sé), que «determinará las medidas de impulso del habla andaluza». En tanto no se concreten tales «medidas», sólo me cabe decir que, al igual que todos los andaluces, hablo español, y que jamás se me ocurriría autoexcluirme de la segunda comunidad idiomática del mundo, algo que, por supuesto no me resta ni un gramo de identidad.No se me oculta, claro es, que la intención de esa aberrante declaración no es otra que enarbolar otra «bandera», que se sume a la blanca y verde. Lo que pasa es que ninguna de las variedades habladas del español (con notables divergencias internas, en el caso de las andaluzas) puede convertirse en estandarte «frente a» la lengua común compartida.Los miembros del equipo al que se va a encomendar la potenciación del comportamiento lingüístico oral de los andaluces no alterarán ni uno solo de los hábitos articulatorios o preferencias léxicas o gramaticales de ellos. Son los propios usuarios los que, al margen de toda iniciativa «prescriptiva» externa, modificarán (en mayor o menor medida, según la situación de comunicación) algún rasgo fonético, y no para «acomodarse» a lo que consideran «mejor» (y que, en todo caso es igualmente «propio», no ajeno), sino porque simplemente les conviene adaptarse a lo que les resulta más eficiente.Los encargados de plasmar (no sé cómo) en «normas» o simples sugerencias la tarea de «impulsar» el andaluz, saben de sobra que su labor está condenada al más rotundo fracaso. No es que ningún andaluz vaya a acatarlas, es que ni siquiera tendrá el menor interés en conocer unas «instrucciones» que son de imposible cumplimiento por una (gran) parte de la población. Al no haber un solo rasgo fonético exclusivo de los andaluces ni compartido por todos ellos, cualquier propuesta o indicación a favor de alguno sobraría a los que ya lo practican y resultaría improcedente e inútil para los demás. Fui ceceante en mi infancia, seseé después, y terminé no igualando «sensor» y «censor», pero ningún cambio fue motivado por razones de «prestigio», sino por la comodidad y ventajas y que supone toda adaptación al medio. De ubicarse el habla en el «alma andaluza» hubiera tenido «varias».¿A qué viene, entonces, proclamar que se está orgulloso de hablar andaluz y no castellano (o español)? En parte, para camuflar la real heterogeneidad (geográfica y, sobre todo, sociocultural) con una inexistente homogeneidad simbólica. Pero no hace falta «regalar los oídos» a quienes no lo necesitan -por creer que su habla es «superior» a (las) otras. Y hacer proselitismo con dulces que a nadie amargan es estrategia que «cuela» cada vez menos. Nada se ganaría con «hablar andaluz» sin hacerlo en «español», si ello fuera posible.Así que, sí, hablo español (o castellano)-andaluz, por ese orden. Pero no añado «a mucha honra», porque nada tiene que ver el honor con el hecho de que a cada hispanohablante le haya «tocado» aprender a hablar en una de las diversas formas en que históricamente se plasma la misma lengua, una de las muchas en que, a su vez, se concreta la capacidad –específicamente humana- del lenguaje. Quien dice que habla exclusivamente andaluz ¿está dispuesto a prescindir de los incalculables beneficios de valerse del mismo idioma que castellanos, canarios, chilenos, peruanos…, todos los cuales, por razones históricas, han acabado (y seguirán haciéndolo) «moldeándolo» de maneras peculiares y distintas?SOBRE EL AUTOR Antonio Narbona Catedrático Emérito de la Universidad de Sevilla y Vicedirector de la RASBL

 

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