Puerta grande para Emilio de Justo

lwisozk

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Emilio de Justo cortó merecidamente las dos orejas del gran toro quinto en la muleta de Victoriano del Río y salió a hombros por la Puerta Grande. Hubiera sido un delito no cuajar a ese ejemplar, que derrochó casta, clase, nobleza y codicia, al igual que hizo en banderillas, aunque su paso por el caballo fue desigual, de modo que empujó en el primer puyazo y cabeceó y se repuchó en el otro.

De Justo lo recibió a la verónica y por chicuelinas, El Algabeño protagonizó un buen tercio de banderillas y el matador inició la faena de muleta por bajo, con su habitual elegancia, y supo acoplarse a la embestida profunda y repetidora de su oponente. En principio, destacaron los largos pases de pecho, y la faena alcanzó su esplendor en una tanda de hondos y largos naturales, abrochados con una trincherilla templadísima; a continuación, otra buena tanda con la misma mano y unos ayudados finales antes de cobrar una buena estocada y pasear los dos trofeos.

Pero solo una parte del público aplaudió al toro en el arrastre cuando mereció más altos honores por su forma de humillar, su fijeza, su ritmo, prontitud y acometividad.

No fue el único toro de triunfo. Hubo, al menos, tres más: el primero, el segundo y el tercero. Solo este último cumplió en varas, pero todos ellos repitieron en la muleta con movilidad, nobleza y calidad a pesar de que sus lidiadores pasaran desapercibidos.

No hay que olvidar que el muy ruidoso ambiente de la plaza de Pamplona, donde la mayoría de los espectadores come, bebe, baila y lo mismo canta un villancico que La chica yeyé en el curso de la lidia, no es el mejor escenario para modelar una faena redonda. La inspiración artística exige condiciones propias del torero, pero también una actitud, una atención y comunión con los tendidos que aquí no es posible.

Dicho lo cual, ni Castella ni De Justo estuvieron a la altura de la calidad de sus dos primeros toros. Para empezar, carecieron, como le sucede hoy a todo el escalafón de matadores y novilleros con caballos y sin ellos, del sentido de la medida. Castella no solo estuvo frío, con pocas ideas y mal con la espada en su noble primero, sino pesado, muy pesado en una labor tan interminable como baladí. Tampoco mostró mando alguno al menos lucido cuarto que lo volteó sin consecuencias y dio un mitin con la espada, de modo que no escuchó los tres avisos de puro milagro.

Y tampoco entusiasmó Emilio de Justo ante el segundo de la tarde, manso en varas, que se dio un volteretón cuando el torero lo recibió con el capote y llegó al tercio final con el cuerpo encajado, con humillación, fijeza y recorrido. De Justo destacó en los pases de pecho, y solo al final entendió la condición del toro en una buena tanda con la mano derecha. Tras una estocada desprendida, permitió una larga e incomprensible agonía del toro y emborronó lo poco que había conseguido.

Unas bernadinas ceñidas al final de la faena y una buena estocada al tercero le pusieron en bandeja la primera oreja de la tarde a un fino Ginés Marín, que dibujó el toreo a la verónica en los lances de recibo. Comenzó muleta en mano de rodillas, como es preceptivo en esta feria, con pases por alto, pero después, asentada la planta, toreó con gusto y hondura en dos tandas de naturales y otra más con la mano derecha, la más redonda, antes de las bernadinas que captaron la atención del público bailongo. No pudo redondear su tarde ante el sexto, el toro más deslucido del festejo, con el que se justificó sobradamente.

Emilio de Justo salió a hombros, pero que no se olvide el juego sobresaliente de cuatro toros de Victoriano del Río que merecieron mejor suerte.

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