pfeffer.rubie
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Recuerda, hombre, que le debes más a tu urólogo que a la Revolución Francesa . Los grandes acontecimientos de la humanidad y los grandes personajes me inspiran un entusiasmo muy moderado. Sus caminos suelen estar sembrados de cadáveres, y eso hace que mi admiración hacia ellos esté llena de condiciones. Mi querido Manuel Alcántara me enseñó a distinguir entre admiración y embobamiento. A medida que envejezco, prefiero la vida a la obra. Soy un hombre corriente, y únicamente me siento cómodo entre quienes considero mis semejantes. Gente sin pretensiones, que me ayuda a vivir con esperanza. Ellos no tienen conciencia de sus cualidades terapéuticas, y no me piden nada a cambio de otorgármelas. Ni siquiera necesito que sean mis amigos, si es que esa palabra tan manoseada significa algo todavía. Me basta con que me acepten y me acojan, que es una manera de abrazar que no exige antigüedad en el escalafón de los afectos. Me reconforta creer que la vida eterna consistirá en sobrenaturalizar el encanto de lo cotidiano, proscribiendo la jerarquización de gilipollas, como es costumbre en esta sociedad de partidos políticos.Noticia Relacionada opinion Si Asco José Javier Amorós Somos buena gente gobernada por mala gente Estuve con ellos el viernes pasado. Comimos y bebimos y charlamos, mientras la tarde se deslizaba amablemente por el fondo de nuestras copas. Nadie habló de sí mismo, de sus obras, de sus méritos, de su gloria. Lo más importante que teníamos que decirnos es que nos alegraba estar vivos y estar juntos, y que eso era motivo suficiente para repetir la reunión. Voy a ellos con menos frecuencia de la que necesita mi alma atormentada, pero ellos insisten. Cuando llego, me reciben sin reproches y sin preguntas, y me hacen sentir como si en vez de ser yo un tonto normal, fuera un tonto importante. Todos conservan en su carácter la mayor cantidad posible del niño que fueron, y eso se nota hasta en su manera de hacer la digestión. Por eso salgo mejorado de su compañía, aunque tenga que tomar antiácidos. Fue el gran José María Castilla quien me introdujo en ese grupo de antidepresivos de sobremesa. Él es un hombre nacido para dirigir y hacer agradable la vida de su prójimo, a pesar de que ejerce con prestigio la abogacía. A esa virtuosa comunidad de sanadores pertenece también Javier Tafur , antiguo colaborador de este periódico, y uno de los mejores escritores que conozco. Enriquecen la asamblea la serena inteligencia jurídica del Registrador Manolo Fuentes, tres resistentes empresarios a quienes el éxito ha sorprendido trabajando: Félix Almagro, Miguel Díaz Matito y Marcos Cremades; la pura bondad de Antonio Cordón, de quien la banca no ha aprendido nada; el estanquero economista José Manuel Fernández, un ingenioso verso suelto , que venía de hacer el camino de Santiago con Pepe Paniagua, respetable Inspector de Hacienda , en absoluto peligroso no obstante su oficio; y el revoltoso Pablito Luque, un ingenuo que sigue creyendo en la Universidad, y acumula títulos para darle nivel a la retórica de los licores. Es gracias a cordobeses como ellos que Córdoba se ha ido metiendo en mi corazón.
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