hettinger.alexie
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Pedro G. Romero (Aracena, Huelva, 60 años) es el ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas 2024, según ha anunciado este viernes el Ministerio de Cultura, un galardón dotado con 30.000 euros. El jurado ha destacado al artista pluridisciplinar y colaborador de heterodoxos como el bailaor y coreógrafo Israel Galván o Rosalía “por una trayectoria consolidada cuya obra artística, intelectual y material abarca múltiples campos de sentido y formatos aparentemente opuestos (escultura, cine, producciones archivísticas, performances...), integrando las prácticas curatoriales y de investigación en su quehacer artístico”.
En algún momento de finales de 2018, justo después de que Rosalía lanzara el disco El mal querer, a Pedro G. Romero le llamaban hasta las revistas del corazón para que explicara qué idea del amor encerraba una novela occitana del siglo XIII llamada Flamenca, que le regaló a la artista catalana y según ella misma contó se había convertido en inspiración de su disco. “Por lo menos, sirvió para que mi hija pensara que por fin mi trabajo tiene sentido”, recordaba en una entrevista en Babelia en 2021, cuando el Museo Reina Sofía de Madrid le dedicó una antológica llamada Máquinas de trovar, con ecos del Juan de Mairena de Antonio Machado. Una muestra que recorría el amplio y variado universo de alguien cuya obra ha podido verse en los eventos artísticos más influyentes del mundo —de la Documenta de Kassel a la Bienal de Venecia—.
Tras unos inicios en los que más de una vez ha contado que se benefició de la atención procurada a los jóvenes artistas andaluces en torno a 1992 —”no había galería en Madrid sin su sevillano”—, Pedro G. Romero suele decir que no es que tenga su estudio en Sevilla, sino que Sevilla es su estudio. Más adelante fue seleccionado para dos de las colectivas que impulsaron la hegemonía del arte conceptual en España: Antes y después del entusiasmo (Ámsterdam, 1989) y El sueño imperativo (Madrid, 1991).
En 1999 creo Archivo FX, un fondo documental en el que la destrucción de imágenes y edificios religiosos en España entre 1845 y 1945 dialogaba con textos y manifiestos de las vanguardias artísticas. Meses antes había lanzado el proyecto Máquina PH, una forma impersonal de bautizar tanto sus colaboraciones con cantaores y bailaores como sus investigaciones sobre el flamenco como arte popular moderno.
Ajeno a todo purismo, Pedro G. Romero considera que el flamenco es una red social anterior a las redes sociales. “Se dice que Twitter no hace más que amplificar una conversación de bar y convertirla en pública. Pero es que el flamenco siempre ha sido una conversación de bar”, decía en la entrevista en Babelia.
Este artista ha sido siempre fiel a lo que ha denominado “castigar la obra” para que esta “no se convierta inmediatamente en dinero”. El trabajo de Romero, por lo tanto, se ha volcado en dos campos ligados a sus obsesiones, pero difícilmente comercializables en una galería: la iconoclastia y el flamenco. Siempre enmarcadas en la cultura popular. Por eso, el jurado del premio ha señalado que “logra atender, rescatar y reinsertar en nuestra esfera pública la cultura popular en sus expresiones más ingobernables, investigando de manera genealógica las manifestaciones estéticas y simbólicas de aquellas comunidades a las que se les hurtó o no se les reconoció un espacio de representación”. “Sus metodologías han abierto nuevos campos en las prácticas artísticas más allá de la crítica institucional”.
Su nombre ha estado igualmente ligado a Israel Galván, para cuyos espectáculos ejerce de “director artístico” desde que en 1998 montaron juntos Los zapatos rojos. Tras Galván vendrían las colaboraciones con Rosalía, en un espectáculo sobre el pintor Julio Romero de Torres cuando ella era solo “una cantaora de Barcelona” obsesionada con la Niña de los Peines, con Rocío Márquez o con Niño de Elche (solo o con Los Planetas como Fuerza Nueva), que todavía no había grabado un disco.
El jurado ha expresado asimismo que Pedro G. Romero “trabaja transformando estructuras de conocimiento, formas de presencia y acción en el mundo, en la comunidad, con los otros, con muchos otros, generalmente excluidos de la forma social hegemónica”, y que “ha incorporado una sensibilidad feminista desde un pensamiento de lo popular y lo invisibilizado”.
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En algún momento de finales de 2018, justo después de que Rosalía lanzara el disco El mal querer, a Pedro G. Romero le llamaban hasta las revistas del corazón para que explicara qué idea del amor encerraba una novela occitana del siglo XIII llamada Flamenca, que le regaló a la artista catalana y según ella misma contó se había convertido en inspiración de su disco. “Por lo menos, sirvió para que mi hija pensara que por fin mi trabajo tiene sentido”, recordaba en una entrevista en Babelia en 2021, cuando el Museo Reina Sofía de Madrid le dedicó una antológica llamada Máquinas de trovar, con ecos del Juan de Mairena de Antonio Machado. Una muestra que recorría el amplio y variado universo de alguien cuya obra ha podido verse en los eventos artísticos más influyentes del mundo —de la Documenta de Kassel a la Bienal de Venecia—.
Tras unos inicios en los que más de una vez ha contado que se benefició de la atención procurada a los jóvenes artistas andaluces en torno a 1992 —”no había galería en Madrid sin su sevillano”—, Pedro G. Romero suele decir que no es que tenga su estudio en Sevilla, sino que Sevilla es su estudio. Más adelante fue seleccionado para dos de las colectivas que impulsaron la hegemonía del arte conceptual en España: Antes y después del entusiasmo (Ámsterdam, 1989) y El sueño imperativo (Madrid, 1991).
En 1999 creo Archivo FX, un fondo documental en el que la destrucción de imágenes y edificios religiosos en España entre 1845 y 1945 dialogaba con textos y manifiestos de las vanguardias artísticas. Meses antes había lanzado el proyecto Máquina PH, una forma impersonal de bautizar tanto sus colaboraciones con cantaores y bailaores como sus investigaciones sobre el flamenco como arte popular moderno.
Ajeno a todo purismo, Pedro G. Romero considera que el flamenco es una red social anterior a las redes sociales. “Se dice que Twitter no hace más que amplificar una conversación de bar y convertirla en pública. Pero es que el flamenco siempre ha sido una conversación de bar”, decía en la entrevista en Babelia.
Este artista ha sido siempre fiel a lo que ha denominado “castigar la obra” para que esta “no se convierta inmediatamente en dinero”. El trabajo de Romero, por lo tanto, se ha volcado en dos campos ligados a sus obsesiones, pero difícilmente comercializables en una galería: la iconoclastia y el flamenco. Siempre enmarcadas en la cultura popular. Por eso, el jurado del premio ha señalado que “logra atender, rescatar y reinsertar en nuestra esfera pública la cultura popular en sus expresiones más ingobernables, investigando de manera genealógica las manifestaciones estéticas y simbólicas de aquellas comunidades a las que se les hurtó o no se les reconoció un espacio de representación”. “Sus metodologías han abierto nuevos campos en las prácticas artísticas más allá de la crítica institucional”.
Su nombre ha estado igualmente ligado a Israel Galván, para cuyos espectáculos ejerce de “director artístico” desde que en 1998 montaron juntos Los zapatos rojos. Tras Galván vendrían las colaboraciones con Rosalía, en un espectáculo sobre el pintor Julio Romero de Torres cuando ella era solo “una cantaora de Barcelona” obsesionada con la Niña de los Peines, con Rocío Márquez o con Niño de Elche (solo o con Los Planetas como Fuerza Nueva), que todavía no había grabado un disco.
El jurado ha expresado asimismo que Pedro G. Romero “trabaja transformando estructuras de conocimiento, formas de presencia y acción en el mundo, en la comunidad, con los otros, con muchos otros, generalmente excluidos de la forma social hegemónica”, y que “ha incorporado una sensibilidad feminista desde un pensamiento de lo popular y lo invisibilizado”.
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Premio Nacional de Artes Plásticas para Pedro G. Romero por una “obra de formatos opuestos”
El artista pluridisciplinar, colaborador de Rosalía e Israel Galván, es galardonado por “atender, rescatar y reinsertar en la esfera pública la cultura popular en sus expresiones más ingobernables”, destaca el jurado
elpais.com