josephine73
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Uno de mis placeres durante el periodo navideño es ir al teatro y este año he disfrutado de dos obras muy distintas, una en Londres y otra en Madrid. En lugar de ver a los magníficos actores David Tennant y Cush Jumbo en mi televisión, en series como Broadchurch, Desde Dentro, The Good Wife o The Good Fight, he ido al Harold Pinter Theatre en Londres para encontrarme con ambos como la pareja de Macbeth.
Jumbo, como muchos británicos, estudió la famosa obra de Shakespeare en el instituto, pero confesó hace poco que la odiaba. "Me aburría… las obras de teatro de Shakespeare no son para ser leídas, sino interpretadas en escena", contó Jumbo en una entrevista en The Guardian sobre su papel de Lady Macbeth.
Eso no le ha impedido llegar a ser una de las grandes actrices shakesperianas, ganando premios por sus interpretaciones igual que Tennant. Esta versión de Macbeth, dirigida por Max Webster, es Shakespeare para la época Netflix. Supimos que la pareja iba a aniquilar a todos en su camino hacia el poder, pero aun así me resultó un auténtico thriller con palabras contemporáneas a pesar de llevar más de 30 años estudiando y viendo sus obras.
Parte del éxito de esta versión tiene que ver con su dinamismo: menos de dos horas sin intervalo, con el público escuchando un audio de brujas y música celta a través de unos cascos. Tuvimos la suerte de poder vivirlo intensamente porque hubo dos noches en las que se tuvo que suspender la función durante unos minutos: una vez porque uno de los actores se quedó sin voz y la segunda por un rifirrafe que se montó entre el público cuando un hombre se fue al servicio e insistió en volver en mitad de la acción, a pesar de la prohibición de entrar de nuevo.
"El incidente ha puesto de manifiesto la preocupación por el deterioro de los estándares de conducta en los teatros británicos", escribió The Times, "desde que los teatros reabrieron tras la pandemia de Covid, se han producido varios incidentes en el país".
Unos espectadores cantaron tan alto durante el musical The Bodyguard en Manchester, en el norte de Inglaterra, que nadie pudo escuchar a la actriz Melody Thornton durante las canciones de Whitney Houston. El mismo teatro ha llamado dos veces a la policía. Actores y trabajadores de los teatros británicos se quejan de mujeres borrachas, personas grabando las obras con sus teléfonos, mandando correos electrónicos y comiendo y bebiendo de forma ruidosa.
La segunda obra que vi, en Madrid, fue The Little Mermaid (La Sirenita), de The Madrid Players, un grupo de teatro amateur angloparlante, y nadie quiso ahogar a las canciones de la talentosa Claire Shea como Ariel, pero sí nos animaban a ser ruidosos en algunos momentos, porque era un tipo de obra típicamente británica y navideña, que se llama pantomime.
Es un género que deja perplejo a algunos extranjeros como ciertos reporteros de The New York Times, basado en cuentos de hadas con héroes y malos, disfraces coloridos, hombres vestidos de mujeres y viceversa, insinuaciones sexuales idealmente no entendibles para los más pequeños, bromas e incluso referencias a la actualidad del año.
En The Little Mermaid, la Reina Barbra de Babelia contó al público su serie de amantes, incluido su último novio conocido en un supermercado, Puigdemont: "Se llamaba ‘Car-less’ (sin coche) ¡Le dije que cogiera el tren!". Como en todos los pantomimes, todos terminaron felices (y comieron perdices), incluso la malvada Reina, interpretada por el alto Kevin Beer llevando una peluca naranja y un vestido flamenco naranja con flores moradas, que pidió a su amante catalán: "¡Prométeme que no vas a desaparecer de nuevo!".
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