«Por un río vivo, no a las luces»

zschowalter

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El río es el Manzanares, pero bien podría ser el Turia, y las luces son las que quiere poner Almeida , el de la mascletá y aquel pato muerto que luego resultó que llevaba varios días a la 'faisandée', pero podrían ser las de la Ilustración, luminarias del XVIII contra los rigores de una religión que antes era cristiana y hoy es climática. El eslogan lanzado por las asociaciones vecinales ribereñas, por Teresa, que desde hace días se movilizan contra el alcalde de Madrid –«Por un río vivo, no a las luces»– resume de forma involuntaria y exacta, lo han bordado en su pancarta, el estado de las cosas que nos han llevado hasta el lodo medioambiental que sale de la máquina del fango ecologista. Se puede decir más alto, pero no más claro: «Por un río vivo». Las luces, para el que las tenga.Por los escritos de Plinio el Viejo (23-79 d.C.) conocemos lo que quizá fueron las primeras manifestaciones ecologistas de la historia, organizadas en el Bierzo contra el proyecto de explotación aurífera de unas Médulas que los romanos dejaron como un solar y contra las obras de canalización del agua necesaria para horadar la piedra, ejecutadas sin la inexcusable evaluación de impacto medioambiental. Ahora sabemos que el alcalde estaba untado, como su concejal de Urbanismo. Los de ViridiPace también se colgaron del acueducto de Segovia cuando aún estaba cubierto por andamios y lonas publicitarias. Lo contaba de oídas Amiano en unas 'Res gestæ' cuyas páginas dedicadas a esta obra hidráulica se perdieron en una de las inundaciones de la Biblioteca Nacional. El agua, siempre el agua.El 'río vivo' que reclaman las teresianas ribereñas –«no a la luces», gritan desde la oscuridad de su románico– es el que asegura, dicen, los ciclos vitales de la fauna y la fotosíntesis de la flora. Si el alumbrao de la feria de Sevilla tiene como antesala el pescaíto, el encendido feriante de Almeida tiene como prólogo un muslo de aquel ánade en cuya memoria democrática se ofició en las redes un magno funeral de Estado, amenizado por el coro de voces blancas de las teresianas de Belorado. De aquello patos, estos lodos.La mano del hombre ha domado las aguas vivas desde la antigüedad para utilizarlas a conveniencia y ponerse a salvo de su dinámica, versión húmeda de la actividad conocida como ponerle puertas al campo. Los canales persas, las inundaciones controladas del Nilo, los diques chinos contra las riadas, las playas artificiales de Canarias, los muros del puerto del Pireo, las cubiertas de uralita y otros ingenios surcan la historia de una humanidad cuyo progreso ha estado determinado por el agua y, más aún, su capacidad para contenerla y aprovecharla. No es casual que el ecologismo que hoy demanda un 'río vivo' y sin luces en Madrid –«Fui sobre agua edificada»– sea el mismo que clama por la libertad del lobo, tótem de un animalismo hispano que a lo tonto desemboca en una riada que deja doscientos muertos. El bienestar animal, ya codificado en una tabla de derechos, es el bienestar de los ríos en los que nadan patos empoderados por el BOE . No es casual que mientras el fango cubre Valencia en Madrid se convoquen manifestaciones por la libertad de un caz.

 

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