Por las generaciones futuras

Randi_Mante

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Mi ideología, si se le puede llamar así, es simple, y tiene como uno de sus puntos centrales la 'igualdad de oportunidades', así como de 'derechos y deberes»' Igualdades que implican el acceso a buenos sistemas públicos de educación y sanidad , así como que no existan privilegios en posibles responsabilidades penales, sea cual sea el estatus de la persona en cuestión. Muy importante es, asimismo, proteger a infantes, ancianos y a quienes, por algún motivo, se encuentren desprotegidos. (Religión no tengo: «Polvo de estrellas soy, y polvo cósmico seré».)Hasta aquí, poco de original hay, pero quiero resaltar un aspecto que no suele figurar en los sistemas legales vigentes, o si lo hace es de forma vaga, y es que no limito la 'igualdad de oportunidades' a las generaciones actuales, sino que incluyo a las futuras, a las de, por decirlo de alguna manera, las de los nietos de nuestros nietos y más allá. Y no habrá igualdad de oportunidades para ellas si continuamos devastando el único patrimonio real que poseemos como especie: el planeta Tierra. En un libro entrañable, 'La nación de las plantas', el neurobiólogo de plantas italiano, Stefano Mancuso , nos ha caracterizado bien: «La Tierra, el hogar de la vida, el único lugar del Universo que conocemos capaz de acogerla, es considerado por los humanos como nada más ni menos que un simple recurso; para ser comido, consumido. Algo similar a lo que es una gacela a los ojos de un siempre hambriento león». Pero las tierras, ríos, mares, el aire que respiramos, el espacio que los envuelve, la vida vegetal y animal, producto de los lentos y azarosos caminos de la evolución biológica, muchas de cuyas especies son indispensables para mantener en equilibro el sistema ecológico del que somos deudores, no nos pertenece a las generaciones vivas, es patrimonio también de los que vendrán después.Ahora bien, ¿cómo asegurar el mantenimiento de semejante herencia? En la era de la globalización, cuando en numerosos apartados las fronteras nacionales se disuelven, debería existir algo parecido a una constitución compartida por todos. El jurista italiano Luigi Ferrajoli avanzó una propuesta en este sentido en un libro titulado 'Por una Constitución de la Tierra'. Su idea es «promover un proceso constituyente» de una «Federación de la Tierra, abierto a la adhesión de todos los pueblos y todos los Estados existentes». «La Tierra –se dice en el Artículo 1 de esa soñada Constitución– es un planeta vivo. Pertenece, como casa común, a todos los seres vivientes: a los humanos, los animales y las plantas. Pertenece también a las generaciones futuras, a las que la nuestra tiene el deber de garantizar, con la continuación de la historia, que ellas vengan al mundo y puedan sobrevivir en él». Para cumplir con esto sería necesario «garantizar la vida presente y futura de nuestro planeta en todas sus formas y, con este fin, acabar con las emisiones de gases de efecto invernadero y con el calentamiento climático, las contaminaciones del aire, el agua y el suelo, las desforestaciones, las agresiones a la biodiversidad y los sufrimientos crueles infligidos a los animales»; también «mantener la paz y la seguridad internacional», «promover relaciones amigables de solidaridad y cooperación entre los pueblos» y «realizar la igualdad de todos los seres humanos en los derechos fundamentales».Desgraciadamente, en un mundo como el actual, el de, por ejemplo, Ucrania y Gaza, o el de los cada vez más frecuentes populistas como Donald Trump , acuerdos de este tipo parecen sueños irrealizables. Sin embargo, existen otras posibilidades, más modestas. Como la que imaginó el escritor Kim Stanley Robinson en su novela 'El ministerio del futuro': ministerios nacionales que se ocupen de defender los intereses de las generaciones futuras. Pero al llegar a ese punto, surge inmediatamente la cuestión de la confianza en las instituciones y gobernantes, en el valor de sus promesas. Y no puedo evitar pensar en mi país, España. ¿Qué valor se puede adjudicar a la palabra del presidente Pedro Sánchez que antes de las últimas elecciones manifestó públicamente que estaba en contra de conceder la amnistía que luego ha promovido ? En alguno de los raros momentos en que él ha ofrecido explicaciones y no descalificaciones, ha dicho que no había mentido, sino «cambiado de opinión». Es lícito, por supuesto, cambiar de opinión, pero en asuntos de tanta transcendencia si se cambia de opinión se convocan elecciones. Hacer otra cosa es engañar, desbaratar un soporte básico para una democracia.Produce vergüenza ajena la desfachatez –no encuentro, ay, otra palabra– con la que no sólo el presidente, sino miembros del Gobierno y del Partido Socialista, ignoran lo que hace no mucho dijeron. Y la facilidad con que al que opina diferente es incluido en un imaginado grupo: 'el facherío'. No defiendo a la oposición, aunque comparta algunas de sus reclamaciones («igualdad de derechos para todos»), pero el que yo, una persona como tantas, opine también, por ejemplo, que se debe reconocer como Estado a Palestina, tener derecho a elegir libremente una muerte digna, o cuidar especialmente los derechos de las mujeres, desgraciadamente más necesitadas de ello, no implica que no repudie la actuación del Gobierno de este PSOE. Un gobierno siempre tiene más responsabilidades, siempre debe dar más ejemplo, siempre debe responder a las preguntas que se le hagan en sede parlamentaria –¿cuántas veces ha ocurrido esto?–, y con cortesía (la imagen del presidente Sánchez riéndose del líder de la oposición en la propia tribuna de las Cortes perseguirá durante mucho tiempo a nuestra democracia). Un gobernante nunca debe hablar de «levantar muros», ni minusvalorar el hogar de la voluntad popular que es el Parlamento. No hay, no debe haber 'dos Españas'. Ya las hubo y pagamos mucho por ello.Vuelvo al principio. Somos pasajeros temporales en una nave en la que viajarán otros después. Tenemos el deber de conservarla en las mejores condiciones posibles. Por mucho que se empeñen los Elon Musk de turno, paradigma de un capitalismo que no conoce ni límites ni compasión, no hay futuro fuera de nuestro planeta, si acaso, colonias artificiales, muchísimo más difíciles de mantener que la Tierra, y que, intereses científicos aparte, únicamente servirán para reproducir viejos abusos coloniales (minería, en este caso 'espacial'). Semejante deber de conservación implica restringir nuestros apetitos por 'disfrutar de la vida', por 'consumir', sí, pero difícilmente este será posible sin que exista un ambiente político de respeto, diálogo, y en el que las palabras dadas tengan valor. Si no cumplimos con esto, ¿qué legado, qué ejemplo, dejaremos a nuestros descendientes?SOBRE EL AUTOR José Manuel Sánchez Ron es miembro de la Real Academia Española y catedrático emérito de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid

 

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