Populismo catalanista en la Segunda República

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ray44

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En la historiografía sobre la España contemporánea, La Cataluña populista ha sido un libro de culto. Este ensayo de historia política, que se publicó en 1982, ni se había reeditado ni se había traducido al español. En el proemio a la nueva edición escrito tras la resaca del Procés, el profesor Enric Ucelay Da-Cal afirma que en su día el presidente Jordi Pujol “lo puso en la lista de las obras malditas”. Lo que debía disgustar a Pujol no era la hipótesis sobre cuál había sido la cultura política dominante durante el período republicano (un populismo interclasista), sino el espejo del pasado que Ucelay colocaba al final para interpretar la situación catalana en los inicios de la segunda Restauración. “La excepcionalidad económica catalana de los años treinta no existe hoy en día: ni es Cataluña la única parte del Estado que está socialmente industrializada, ni es hoy Barcelona la gran capital europea de España, que con rapidez parecía sobrepasar a Madrid como mayor ciudad metropolitana”.

La Cataluña del arranque del pujolismo, y así nos va, estaba perdiendo la singularidad que había tenido en España desde 1870. Y era la dinámica política de esa Cataluña singular la que Ucelay había convertido en su objeto de estudio, desde que llegó a España en 1972 procedente del exilio norteamericano y hasta El fascio de las Ramblas, que publicó ahora hace un año con Xavier Casals y que situaba el origen del fascismo español en la convulsa Barcelona reprimida por generales provenientes de Cuba.

La Cataluña populista era una evolución de la tesis de Ucelay sobre el nacionalismo radical catalán. El núcleo del libro era desbrozar, más allá de los tópicos establecidos y las estáticas visiones ideologizadas, cómo se había resuelto la tensión social en la autodenominada “Fábrica de España” durante la Segunda República. Porque si a escala nacional el que se percibió como problema fundamental para la consolidación del nuevo régimen había sido la cuestión agraria, el reto en Cataluña había sido otro: “ordenar política y socialmente una sociedad industrial” después de un período convulso y la Dictadura.

El punto de partida de Ucelay, que siempre ha analizado Cataluña con la oxigenante óptica comparatista, era evidenciar un doble espejismo. De acuerdo que se trataba de una sociedad industrial y netamente burguesa, pero su industria era pequeña y aún principalmente textil, lo que la estancaba con respecto a las zonas industriales de veras potentes que además contaban con un pulmón financiero y otro estatal. De acuerdo que esa industria imantó trabajadores de las comarcas catalanas (aceleradores de la radicalización catalanista) y del Levante español, pero tampoco tuvo la masa crítica suficiente para fundar una cultura proletaria propia y singular.

Establecida esta desmitificación paralela (más talleres que fábricas, más ateneos que casas del pueblo), podía solidificar su hipótesis: lo que de veras operó, liderado por la Esquerra Republicana de l’Avi Francesc Macià, fue un populismo interclasista que trató de imponer la pequeña burguesía y las izquierdas.

Para establecer su noción de populismo, Ucelay no usaba los teóricos de la cultura de masas sino pensadores argentinos. Ese populismo catalán, que debía resolver la tensión entre capital y trabajo a través de una síntesis progresista, Ucelay lo bautizó como “noucentisme de masses”. Si a principios del siglo XX el proyecto de cultura nacional del Noucentisme conservador había mezclado política reaccionaria con la búsqueda de una belleza neoclásica, en el período republicano ese proyecto se reformuló como una amalgama que revalorizó a la mujer y a la juventud y tuvo la potencialidad de integrar contenido social.

Sería la fórmula de la casa y el huerto de Macià como ideal cívico. El éxito de la fórmula, que capitalizó ERC y de entrada no problematizó la CNT, fue sensacional en el campo y en la ciudad, entre burgueses, menestrales y obreros. La capilarización social del catalanismo fue acelerada. Pero los sucesivos shocks evidenciarían las limitaciones efectivas de ese proyecto para neutralizar las contradicciones desde la Generalitat. Ocurrió en 1934, cuando fracasó el golpe populista. Y por supuesto ocurrió con el estallido de la Guerra Civil y el colapso social que el anarquismo quiso decantar hacia la revolución. Entonces, imparable, empezó la desintegración de ERC.

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