Poniendo luz en la oscuridad

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27 Sep 2024
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Mi padre era un hombre de una valentía excepcional. Muchos lectores saben que fue torero de profesión; también saben que yo detesto la mal llamada fiesta nacional, hoy en día un residuo obsoleto tan solo apoyado por una minoría. Pero a lo que voy es que, eso sí, para ser torero por lo general has de ser valiente. Mi padre, en cualquier caso, tenía un temple extraordinario; su muerte fue un ejemplo de serenidad y de coraje. Pero a ese hombre bravo le aterrorizaba algo. Me lo confesó un par de veces: “Lo que más miedo me da es la locura”. Tras haber sufrido yo ataques de pánico, y dado que muchas veces hay una predisposición genética a estos trastornos, se me ocurre que quizá también él pasara por algo semejante. Ahora lamento que no lo hayamos comentado, mientras vivía. Madres y padres siempre se llevan a la tumba demasiada información esencial. Secretos que debieron ser nombrados. Si tienes la suerte de tenerlos vivos, no dejes de hablar con ellos. Porque luego las palabras no dichas borran el mundo.

Pero todo esto viene a cuento del miedo a la locura. A ver, que levanten la mano aquellos que me estén leyendo y que alguna vez hayan temido perder la cabeza. Yo alzo la mía. Mi intuición es que somos muchísimos. Ya se sabe que los trastornos psíquicos han aumentado desde la pandemia. Por ejemplo, las bajas laborales por este motivo se han disparado. Si en 2016 hubo, redondeando, 284.000, en 2023 ascendieron a 604.000 y en los primeros nueve meses de 2024 se han registrado ya 469.000. Poco antes de la covid, la OMS afirmó que un 25% de los seres humanos iban a experimentar en algún momento de su vida un trastorno mental. Se diría que es una cifra muy abultada (la próxima vez que vayas a un partido de fútbol o a una playa llena de gente mira alrededor y ponte a contar a uno de cada cuatro), pero a mí siempre me pareció muy conservadora, y la realidad me está dando la razón. Según el informe del Sistema Nacional de Salud de 2022, más de un tercio de la población española tiene algún problema psíquico, siendo la ansiedad, los trastornos de sueño y la depresión los males más comunes. Y añadiré que el sector profesional más afectado es el sanitario. Aquellos que nos cuidan necesitan cuidados (datos sacados de un artículo de José A. González en Abc).

También es sabido que España es el país del mundo con mayor consumo de benzodiacepinas, es decir, de ansiolíticos, y yo interpreto este inquietante récord por el cruce de dos circunstancias: una, que, aunque la derecha lleva décadas intentando desmontar la salud pública y ha conseguido destrozarla bastante, nuestro sistema sanitario sigue siendo bueno, de manera que todos pueden acceder a un médico de familia. Y dos, que, en cambio, andamos cortos en el apartado de salud mental: solo hay 6 psicólogos y 9 psiquiatras por 100.000 habitantes, frente a los 18 y 19, respectivamente, de la media europea. Lo que quiere decir que, si en España te sientes psíquicamente mal, acudes a tu médico de la Seguridad Social. Y éste, que no puede derivarte a un especialista (las listas son de meses y meses), te atiza un ansiolítico.

Ahora bien, la alerta que estamos viviendo sobre el aumento de las enfermedades mentales tiene su parte positiva, porque por fin estamos hablando de algo que fue tabú hasta ayer. Por eso puede que la pandemia haya empeorado nuestros desequilibrios, sí, pero tampoco tanto. Lo que pasa es que antes los que nos sentíamos psíquicamente mal nos escondíamos, disimulábamos. No pedíamos la baja, para entendernos. En los casos más graves, algunos incluso se veían forzados a abandonar la lucha y a rendirse (dejaban el trabajo y se salían de la vida, por ejemplo). Hoy, en cambio, estamos sacando el tema de los tenebrosos sótanos del estigma y normalizándolo, porque algo que afecta a más de un tercio de la población no es una rareza. Y otro síntoma alentador es que parece que hay médicos que nos acompañan en el viaje. Se acaban de publicar dos preciosos libros de dos psiquiatras que hablan de la enfermedad mental desde otro lugar: Felices los normales, de Mercedes Navío Acosta, y Las palabras de la bestia hermosa, de Guillermo Lahera, que lleva el revelador subtítulo de ‘Breve manual de psiquiatría con alma’. Eso es, con alma, con luz y con taquígrafos. Abramos los oscuros calabozos del prejuicio y liberemos a los atemorizados presos que llevamos dentro.

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