bernier.shayne
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El local de Plantea Estudio está en el centro de Madrid, entre las glorietas de San Bernardo y Bilbao, a pie de calle. “Queríamos que fuera una planta baja, hay que abrir los estudios de arquitectura a la gente, que pasen por delante y vean que es un trabajo accesible”, explica Luis Gil Guinea (Madrid, 50 años), que lo fundó en 2012 junto a su hermano Lorenzo, un año menor que él. En la última década, su firma ha dado un nuevo aire —con un punto nórdico y una buscada imperfección— a locales de diferentes barrios de Madrid: de la tienda de zapatillas de Veja, el bar de vinos naturales Gota o Acid Café en la zona de Justicia al espacio de cine Sala Equis en Tirso de Molina, el nuevo local-obrador de Alma Nomad en el barrio de Quintana o Yeite, la coctelería de moda en Conde Duque. Recalcan que “no hay obra pequeña”, su mantra es la atención al detalle. Porque Plantea surgió tras la crisis de 2008, que afectó de lleno a su oficio; después de unos años de grandes proyectos las obras cayeron en picado, el sector se tambaleó.
“Veníamos de estudios grandes, donde se hacían cosas relevantes de ese boom de la arquitectura de finales de los noventa, de los 2000, donde el que no estaba haciendo un palacio de congresos estaba haciendo un polideportivo o un ayuntamiento, todo el mundo con obras y múltiples concursos. Nosotros estábamos en Frechilla & López-Peláez y cuando tuvieron que limitar sus recursos por el efecto de la crisis decidimos abrir Plantea. Como el que salta de un barco grande, con una barquita, al temporal”, explica Lorenzo. Se lanzaron a lo que iba surgiendo, reformas para algún familiar, una actualización del restaurante al que solían ir en Malasaña. Los detalles. Lo pequeño. “En las escuelas de arquitectura no te enseñan tanto lo que hoy se llama interiorismo como grandes gestos o edificios de programas completos. Parece que todo el mundo va a salir y hacer bibliotecas y hospitales, pero antes los arquitectos diseñaban hasta la cubertería y las vajillas, el interior era una prolongación del exterior. El objetivo era construir un ambiente global en el que vivir. Hasta entonces no nos habíamos detenido en lo pequeño ni en los materiales”, reflexiona Luis.
Plantea se adentró en el mundo de la hostelería que hoy es su especialidad sin experiencia previa, con el primer establecimiento de la cadena Tierra Burrito, el de Guzmán el Bueno, en el barrio estudiantil de Argüelles. Un local popular que, recuerdan con una sonrisa, la revista especializada en diseño AD describió como si un anticuario sueco hubiera montado un restaurante mexicano. Iban todos los días a la obra. “Dimos esos primeros pasos siempre juntos, con la inseguridad de quien está casi volviendo a empezar, aunque teníamos una edad. Fue una experiencia de aprendizaje”, rememora Lorenzo. Aunque la formación ya les venía de casa. De niños no se veían controlando obras: Luis quería ser periodista deportivo y Lorenzo, médico. Pero siguieron los pasos de su padre, arquitecto, y se matricularon en la Etsam de la Universidad Politécnica de Madrid.
Comenzaron a trabajar como Plantea en la buhardilla de la vivienda familiar, en el barrio de Salamanca, hasta que en 2016 abrieron su oficina a pie de calle, en lo que era el almacén de una ferretería que hoy es un Carrefour. Los vecinos del barrio se asomaban para averiguar qué hacían, cuentan que algún proyecto surgió así, al entrar a preguntar si era un coworking o una sala de exposiciones. “Queríamos crear un lugar donde se producía el contacto con gente, hacemos eventos y exposiciones, vienen alumnos de las escuelas de arquitectura... Es un punto de encuentro”, apunta Luis.
Su objetivo, desde el nombre: plantear. Ideas, soluciones. Huyeron de personalismos al bautizar su firma. “Durante un tiempo se perdió la idea de que la arquitectura tiene que ser un esfuerzo común, la gente se lo guardaba todo, sus proveedores, las soluciones, los materiales... Y nosotros tomamos la dirección contraria. Esto es abierto”, explica Lorenzo, “por eso quisimos quitar la persona, al autor, y dejar el pensamiento”. Esa filosofía atrajo a Carla Morán (Morcín, Asturias, 32 años), que tras estudiar Arquitectura y finalizar un máster de Diseño de Interiores del IED empezó a trabajar en Plantea en 2017. “Los conocí por una guardería que habían hecho, Casa de Fieras, yo estaba buscando un estudio para trabajar y me pareció interesante su trabajo, centrado, realista”, asegura, “siempre me ha gustado más esa escala pequeña, por el cuidado por el detalle, me interesan mucho los materiales, el mobiliario, lo recogido, lo controlable”.
El piso en el que viven Carla y Luis es la anterior casa de Lorenzo, uno de los primeros proyectos domésticos que realizaron los hermanos. No está lejos del estudio, como la actual vivienda de Lorenzo. “Es una casa en la que no hay situaciones convencionales, no hay tanto un comedor o un salón, sino reuniones provisionales de objetos que sirven para una función”, dice Lorenzo. Sillas vintage de Alvar Aalto y Arne Jacobsen desparejadas, una lámpara de Isamu Noguchi y un aplique de Miguel Milá se mezclan con fotografías en blanco y negro realizadas por Carla, piedras recogidas en viajes (una playa de Dinamarca, un bosque sueco), sencillas piezas de cerámica, un montoncito de piñas, un cuadro de Luis Martínez Barreiro (que tiene un gemelo en casa de Lorenzo)... “Nos rodeamos del tipo de objetos que nos animan a hacer nuestro trabajo”, precisa Luis, y su hermano añade: “Uno construye su casa con ladrillo y tabiques, pero fundamentalmente lo hace con los objetos que va acumulando, que te recuerdan lo que quieres hacer, como dice Luis. Ahora veo esta casa como un espacio muy calmado, que viene de la disposición que han hecho de los muebles, todo desde una cota para abajo, nada supera la altura de la cocina”.
Porque, recalcan, al planificar para ellos es crucial hacer sentir bien dentro de sus interiores. “Hay más conciencia con la comida que con la arquitectura; no se entiende que vivir en una determinada casa te puede sentar mal. Deberíamos cuidar la casa en la que vivimos, lo que no quiere decir tener dinero, sino cuidar lo que tienes alrededor como si fuera tu propio cuerpo”, argumenta Lorenzo. “Nunca tienen miedo a replantearse las cosas, darle la vuelta a un proyecto para lograr que esté mejor”, destaca Carla. Investigan, buscando referencias atemporales, quieren que el espacio revele su historia y su futuro.
En Sala Equis quitaron capas para encontrar elementos originales; en el restaurante Her establecieron un diálogo con el edificio, de Luis Gutiérrez Soto, uno de los referentes del racionalismo en España; en El Café de la March recuperaron un lucernario que había estado en el proyecto original de José Luis Picardo en los setenta. El objetivo no es un resultado pulido, ni pretende serlo, esgrime Luis: “Mira esta mesa, está rota, y no pasa nada. Muestra cualidades que tienen que ver con el tiempo. Nosotros tratamos de huir de las cosas absolutamente perfectas, porque el que entra ahí se siente un poco expulsado por la perfección de esos espacios”.
Los dos hermanos dan clase en la Escuela de Arquitectura de Toledo. “A mis alumnos les insisto en que estén atentos a los lugares en los que se encuentran bien. Y que traten de verbalizar, apuntar, guardar en su mente y su memoria el porqué. Cuando uno proyecta lo que hace es recuperar esos recuerdos y llevarlos a un momento determinado”. Es la clave de su profesión para Lorenzo. La tesis de Luis versó sobre la filosofía del umbral, que aplica en su trabajo diario: “Siempre buscamos el equilibrio entre opuestos. Vivimos entre dualidades; si estamos en un interior nos gustaría estar en una terraza, si estuviéramos fuera nos gustaría guarecernos, si estamos tristes queremos estar contentos y si estamos contentos demasiado tiempo buscamos una preocupación. Y como la arquitectura tiene que recoger a la persona, el espacio tiene que considerar esos opuestos”.
Esas son las premisas que marcan su camino en un momento de expansión internacional: este año han diseñado el Acid Café de Berlín, situado en el barrio de Mitte de la capital alemana (“El reto fue llevar un poco del Mediterráneo allí sin perder la pertenencia al lugar, porque no queremos hacer un decorado”, explica Carla), y ultiman un hotel para el grupo mexicano Habita en Puerto Escondido, en la costa de Oaxaca. “Nos estamos acostumbrando a trabajar lejos, no habíamos salido casi del barrio”, comenta Lorenzo. En el futuro, aspiran a plasmar su visión de la arquitectura construyendo una comunidad pequeña, de 6, 8 o 10 casas con elementos colectivos como jardines o terrazas, inspirada por la vivienda para cuatro familias que su padre proyectó en Collado Mediano, en la sierra de Guadarrama, donde pasaban los veranos de su infancia con sus primos. Una vuelta a lo pequeño, a la memoria.
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“Veníamos de estudios grandes, donde se hacían cosas relevantes de ese boom de la arquitectura de finales de los noventa, de los 2000, donde el que no estaba haciendo un palacio de congresos estaba haciendo un polideportivo o un ayuntamiento, todo el mundo con obras y múltiples concursos. Nosotros estábamos en Frechilla & López-Peláez y cuando tuvieron que limitar sus recursos por el efecto de la crisis decidimos abrir Plantea. Como el que salta de un barco grande, con una barquita, al temporal”, explica Lorenzo. Se lanzaron a lo que iba surgiendo, reformas para algún familiar, una actualización del restaurante al que solían ir en Malasaña. Los detalles. Lo pequeño. “En las escuelas de arquitectura no te enseñan tanto lo que hoy se llama interiorismo como grandes gestos o edificios de programas completos. Parece que todo el mundo va a salir y hacer bibliotecas y hospitales, pero antes los arquitectos diseñaban hasta la cubertería y las vajillas, el interior era una prolongación del exterior. El objetivo era construir un ambiente global en el que vivir. Hasta entonces no nos habíamos detenido en lo pequeño ni en los materiales”, reflexiona Luis.
Plantea se adentró en el mundo de la hostelería que hoy es su especialidad sin experiencia previa, con el primer establecimiento de la cadena Tierra Burrito, el de Guzmán el Bueno, en el barrio estudiantil de Argüelles. Un local popular que, recuerdan con una sonrisa, la revista especializada en diseño AD describió como si un anticuario sueco hubiera montado un restaurante mexicano. Iban todos los días a la obra. “Dimos esos primeros pasos siempre juntos, con la inseguridad de quien está casi volviendo a empezar, aunque teníamos una edad. Fue una experiencia de aprendizaje”, rememora Lorenzo. Aunque la formación ya les venía de casa. De niños no se veían controlando obras: Luis quería ser periodista deportivo y Lorenzo, médico. Pero siguieron los pasos de su padre, arquitecto, y se matricularon en la Etsam de la Universidad Politécnica de Madrid.
Comenzaron a trabajar como Plantea en la buhardilla de la vivienda familiar, en el barrio de Salamanca, hasta que en 2016 abrieron su oficina a pie de calle, en lo que era el almacén de una ferretería que hoy es un Carrefour. Los vecinos del barrio se asomaban para averiguar qué hacían, cuentan que algún proyecto surgió así, al entrar a preguntar si era un coworking o una sala de exposiciones. “Queríamos crear un lugar donde se producía el contacto con gente, hacemos eventos y exposiciones, vienen alumnos de las escuelas de arquitectura... Es un punto de encuentro”, apunta Luis.
Su objetivo, desde el nombre: plantear. Ideas, soluciones. Huyeron de personalismos al bautizar su firma. “Durante un tiempo se perdió la idea de que la arquitectura tiene que ser un esfuerzo común, la gente se lo guardaba todo, sus proveedores, las soluciones, los materiales... Y nosotros tomamos la dirección contraria. Esto es abierto”, explica Lorenzo, “por eso quisimos quitar la persona, al autor, y dejar el pensamiento”. Esa filosofía atrajo a Carla Morán (Morcín, Asturias, 32 años), que tras estudiar Arquitectura y finalizar un máster de Diseño de Interiores del IED empezó a trabajar en Plantea en 2017. “Los conocí por una guardería que habían hecho, Casa de Fieras, yo estaba buscando un estudio para trabajar y me pareció interesante su trabajo, centrado, realista”, asegura, “siempre me ha gustado más esa escala pequeña, por el cuidado por el detalle, me interesan mucho los materiales, el mobiliario, lo recogido, lo controlable”.
El piso en el que viven Carla y Luis es la anterior casa de Lorenzo, uno de los primeros proyectos domésticos que realizaron los hermanos. No está lejos del estudio, como la actual vivienda de Lorenzo. “Es una casa en la que no hay situaciones convencionales, no hay tanto un comedor o un salón, sino reuniones provisionales de objetos que sirven para una función”, dice Lorenzo. Sillas vintage de Alvar Aalto y Arne Jacobsen desparejadas, una lámpara de Isamu Noguchi y un aplique de Miguel Milá se mezclan con fotografías en blanco y negro realizadas por Carla, piedras recogidas en viajes (una playa de Dinamarca, un bosque sueco), sencillas piezas de cerámica, un montoncito de piñas, un cuadro de Luis Martínez Barreiro (que tiene un gemelo en casa de Lorenzo)... “Nos rodeamos del tipo de objetos que nos animan a hacer nuestro trabajo”, precisa Luis, y su hermano añade: “Uno construye su casa con ladrillo y tabiques, pero fundamentalmente lo hace con los objetos que va acumulando, que te recuerdan lo que quieres hacer, como dice Luis. Ahora veo esta casa como un espacio muy calmado, que viene de la disposición que han hecho de los muebles, todo desde una cota para abajo, nada supera la altura de la cocina”.
Porque, recalcan, al planificar para ellos es crucial hacer sentir bien dentro de sus interiores. “Hay más conciencia con la comida que con la arquitectura; no se entiende que vivir en una determinada casa te puede sentar mal. Deberíamos cuidar la casa en la que vivimos, lo que no quiere decir tener dinero, sino cuidar lo que tienes alrededor como si fuera tu propio cuerpo”, argumenta Lorenzo. “Nunca tienen miedo a replantearse las cosas, darle la vuelta a un proyecto para lograr que esté mejor”, destaca Carla. Investigan, buscando referencias atemporales, quieren que el espacio revele su historia y su futuro.
En Sala Equis quitaron capas para encontrar elementos originales; en el restaurante Her establecieron un diálogo con el edificio, de Luis Gutiérrez Soto, uno de los referentes del racionalismo en España; en El Café de la March recuperaron un lucernario que había estado en el proyecto original de José Luis Picardo en los setenta. El objetivo no es un resultado pulido, ni pretende serlo, esgrime Luis: “Mira esta mesa, está rota, y no pasa nada. Muestra cualidades que tienen que ver con el tiempo. Nosotros tratamos de huir de las cosas absolutamente perfectas, porque el que entra ahí se siente un poco expulsado por la perfección de esos espacios”.
Los dos hermanos dan clase en la Escuela de Arquitectura de Toledo. “A mis alumnos les insisto en que estén atentos a los lugares en los que se encuentran bien. Y que traten de verbalizar, apuntar, guardar en su mente y su memoria el porqué. Cuando uno proyecta lo que hace es recuperar esos recuerdos y llevarlos a un momento determinado”. Es la clave de su profesión para Lorenzo. La tesis de Luis versó sobre la filosofía del umbral, que aplica en su trabajo diario: “Siempre buscamos el equilibrio entre opuestos. Vivimos entre dualidades; si estamos en un interior nos gustaría estar en una terraza, si estuviéramos fuera nos gustaría guarecernos, si estamos tristes queremos estar contentos y si estamos contentos demasiado tiempo buscamos una preocupación. Y como la arquitectura tiene que recoger a la persona, el espacio tiene que considerar esos opuestos”.
Esas son las premisas que marcan su camino en un momento de expansión internacional: este año han diseñado el Acid Café de Berlín, situado en el barrio de Mitte de la capital alemana (“El reto fue llevar un poco del Mediterráneo allí sin perder la pertenencia al lugar, porque no queremos hacer un decorado”, explica Carla), y ultiman un hotel para el grupo mexicano Habita en Puerto Escondido, en la costa de Oaxaca. “Nos estamos acostumbrando a trabajar lejos, no habíamos salido casi del barrio”, comenta Lorenzo. En el futuro, aspiran a plasmar su visión de la arquitectura construyendo una comunidad pequeña, de 6, 8 o 10 casas con elementos colectivos como jardines o terrazas, inspirada por la vivienda para cuatro familias que su padre proyectó en Collado Mediano, en la sierra de Guadarrama, donde pasaban los veranos de su infancia con sus primos. Una vuelta a lo pequeño, a la memoria.
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Plantea Estudio, la firma que pone su sello en los locales de moda de Madrid
En Plantea Estudio, la firma de arquitectura creada en 2012 por los hermanos Luis y Lorenzo Gil Guinea, todo parte de la intuición. Su sello se palpa en los locales de moda de Madrid y acaban de dar el salto internacional a Berlín y Puerto Escondido (México)
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