Pino Sagliocco, promotor musical: “He estado muchas veces a punto de leer mi necrológica”

torphy.jarret

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Cita en su oficina, la sede de Live Nation en Madrid, un espacio blanquísimo y diáfano en un ático de la Gran Vía, entre enormes carteles de giras de bandas míticas, de Freddie Mercury a Coldplay, pasando por Rosalía, y empleadas absortas en sus pantallas abrevando buchitos de agua de la cantimplora de aluminio corporativa. Todo muy cuqui, moderno y sostenible. En tal ambiente, resalta por contraste la estampa de Sagliocco: alto, grandón, perfil de mascarón de proa, sombrero, fular y chupa de viejo rockero que ha alternado con los más grandes; de Mick Jagger a Paul McCartney o Michael Jackson pasando por Madonna y Camarón de la Isla. Es imponente, y lo sabe. Aún así, pide consejo, coqueto, sobre cómo posar con “rollo” en la foto, como si no fuera perfectamente consciente de que el rollo lo lleva puesto. Más conchas que un galápago y más tablas que un tablao, tiene el jefe. Y, sin embargo, mira a los ojos y, al fondo, se ven nubes y claros, como en los de todo bicho viviente. Tampoco los oculta.

¿Qué es un ‘olé’ en un tablao?

En el flamenco, un olé es una exclamación del alma, un duende que sale de dentro, te traspasa el corazón y dice: qué bienestar, qué maravilla, qué emoción: olé

¿Y un ‘oh yeah’ en un concierto de blues?

Pues es que es casi lo mismo. El flamenco es ritmo, como el blues, y el cante jondo, como el blues, te llega a las entrañas porque sale de ellas. Por eso, tú ves a una bailaora como Belén López, y oyes a una cantaora como Estrella Morente y una cantante como Chanel Haynes y se te saltan las lágrimas, se te ponen los pelos de punta y ellas, aunque no saben ni decirse ni hola porque unas no hablan inglés y la otra no habla español, se entienden de maravilla porque hablan el mismo idioma, el lenguaje universal de la música y el arte.

¿Es rentable el flamenco? ¿Por qué se mete a producirlo a estas alturas?

Por dinero ya te digo yo que no. Nunca, ni en mi época más esplendorosa con Camarón gané pasta con el flamenco, porque lo que apostaba en él, lo volvía a meter en lo mismo. La máxima expresión del flamenco más profundo la tienen los gitanos, y los gitanos tienen un gran arranque, pero han olvidado que es una carrera de fondo, que hay que mantenerse en el tiempo y tener disciplina, cosa que sí entendieron payos como Paco de Lucía, Antonio Gades, Antonio el Bailarín o Sara Baras.

Eso es pelín políticamente incorrecto.

En absoluto. Ellos tienen duende, un arte único e irrepetible. Ese arrancarse y romperlo todo que te envenena. Decías por qué me meto en esto. Muchas veces yo también me pregunto por qué me meto tanto que me cuesta la salud, pero creo que el flamenco se lo merece. Pensé que no volvería a producirlo, pero aquí estoy otra vez. El flamenco es mi veneno y mi responsabilidad. No puede ser que en el mundo entero aún se desconozca un arte tan grande, porque también ha habido tópicos equivocados.

Y tiene que venir un italiano a decírnoslo.

Bueno, soy españolizado. Yo no soy aquí el Mesías que va abriendo caminos. Pero muchas veces en casa no se aprecia lo que uno tiene hasta que te lo dicen fuera. Eso pasa en las mejores familias. Muchas veces, el padre ve en un hijo a una oveja negra y, al final, el hijo se convierte en la oveja más blanca de la familia.

Parece que habla de usted mismo.

Bueno, yo de pequeño era un marciano en mi pueblo, Carinaro, al sur de Italia. Hijo de un agricultor, en una familia pobre, pobre, pobre. Nadie entendía de dónde había salido. Todos en mi familia habían sido agricultores y lo más alto a lo que se podía llegar era a ser albañil en Milán, o en Alemania, no había otra. Y yo tenía otra cosa en la cabeza.

¿Qué?

Pájaros. Lo vas a entender rápido. Tengo una fotografía [la busca y muestra en el móvil una foto en blanco y negro de familia de padre, madre y cuatro niños muy formales, donde destaca él, un crío de unos 12 años, despatarrado, con camisa abierta y gafas de sol]. Mi padre no lo entendía: era como un padre patrón, quien me protegía era mi abuelo. Yo tenía claro que no pertenecía a aquello. Me peleé con mi padre y me fui pronto de casa. Fui albañil, barman, camarero. Estuve trabajando de todo, por la comida, en los mercados. Quería demostrarle a mi padre y a todo el pueblo que yo no era como él me veía y que podía estar orgulloso de mí. En demostrar que el respeto se gana con hechos, no con palabras. En la vida no hay que hablar tanto y hacer más.

¿Cómo cambió su suerte?

Viajé por toda Europa y llegué a Barcelona en 1978. Era una España en blanco y negro, pero Barcelona era el tecnicolor. Monté la cooperativa musical La Pulga y empecé a organizar eventos. Vi que había un hueco en la escena musical, le puse mucha pasión, mucho empeño, empecé a traer a artistas y a contribuir con mi granito de arena a lo que es hoy en día la música en España.

El resto está en la hemeroteca, pero ¿su padre llegó a ver su éxito?

Sí, y mi madre. Cuidé de todos ellos con mucho orgullo, los traía a temporadas a mi casa de Ibiza y a él se le caía la baba conmigo, y a mí con ellos. Y en mi pueblo me convertí en héroe nacional.

Le habrán puesto una calle.

No la he querido. No quiero homenajes, porque cuando te empiezan a hacer homenajes es porque te estás muriendo. Y los homenajes, mejor en vida.

Usted también se habrá dado los suyos. Homenajes, digo.

El homenaje más grande de mi vida es haber podido disfrutarla a tope, en el éxito y en el fracaso, que es el que te ayuda a mantener la visión de la realidad y te permite limpiar a tu alrededor: en él éxito todos son aplausos, pero en el fracaso es donde te das cuenta de quienes son realmente tus compañeros de viaje.

Willyam Payne ha sido la penúltima ‘víctima’ del mantra “sexo, drogas, rock and roll” llevado al extremo. ¿Cree que hay algo común en ellas?

Sí: la desestructuración familiar. Las drogas son la consecuencia, una manera de buscar una forma de protegerte. El camino final, a veces a ninguna parte. El éxito puede ser un veneno suicida si no consigues arroparte de verdaderos compañeros que te ayuden a respetarte, a quererte, a guiarte para no perder el rumbo y que se te vaya la olla. Es muy difícil tener cada noche un público que te dice que eres Dios y en tu alcoba estar solo y sin una estructura sólida.

¿Ha visto algún caso de autodestrucción en directo?

Sí, yo he trabajado con Amy Winehouse y he visto esa tristeza, esa desestructuración, ese tormento en su mirada. Cuando murió su abuela, yo creo que perdió el último referente que tenía y que la guiaba y la protegía de las malas compañías, la familia desestructurada y el amor tóxico que la metió en el mundo de la droga y que acabó con ella.

Sagliocco, autoproducido para la foto, en la terraza de Live Nation en Madrid, con vistas a los tejados de Gran Vía.

Parece tener rayos X en los ojos.

Sí, creo que tengo esa capacidad, ese don de ver el abismo del otro. Y lo he visto tantas veces que creo que para mí sí he sabido entender dónde hay una línea roja que no hay que traspasar, porque, cuando la traspasas, difícilmente puedes volver atrás, porque estás hundido y te has metido en la miseria más absoluta.

¿Ha frecuentado esa línea?

Mucho. He estado en esa línea roja muchísimo tiempo, muchísimos años, porque mi pasión también me llevaba a un nivel de vivir las necesidades de la creación, de pertenecer a la comunidad, de estar dentro. Pero siempre he mantenido esa cordura de una buena estructura familiar que me mantenía siempre a punto de decir: ‘hasta aquí hemos llegado, para atrás, tranquilo’. Y frenar a tiempo.

¿Por miedo?

No, por miedo, no. Por conciencia. Las consecuencias me llevarían a un desenlace que anulaba lo que yo he hecho con mi vida, hubiera sido una gran decepción con mi familia, con mi pueblo, con mis principios. He podido leer muchas veces mi necrológica, pero cuando ha pasado, por la noche, le he dicho a Dios, si salgo de esta, te juro que cambiaré. Mi mujer y mis hijos, ahora, no están muy contentos con verme con tanto estrés, me puede dar un infarto mañana, pero no porque haya cruzado esa línea roja.

¿Es creyente?

No creo en Dios en el sentido católico del término, aunque mi madre no se perdió la misa ni un solo día de su vida, pero creo en la conexión espiritual contigo mismo, creer en algo más allá. Necesitamos engancharnos a algo más para sobrevivir.

Usted, que conoce a tantos, ¿qué tienen en común los genios de la música?

El tormento. Siempre, todos, tienen un tormento interior que los lleva a la búsqueda de la perla de su creación. Y su poder es el de emocionar, el de provocar tormentas en los otros. El artista más grande se mete en un camino tan profundo de creación que la belleza de su obra traspasa cualquier barrera de cualquier corazón a la emoción.

Imagino que le harán la pelota a base de bien, pero ¿qué hace falta para sacarle una entrada a un concierto?

Una sonrisa. Nunca, jamás, he hecho ostentación de mi poder. Si he podido ayudar a alguien dándole una entrada porque no tiene posibilidad de comprarla, lo he hecho. Y muchas veces, estando fuera del auditorio, he visto a algún fan desesperado, le he hecho entrar con mi seguridad y le ha buscado un hueco para ver el show, porque sé que ese tío se va a ir a casa con una felicidad brutal y eso me llena el corazón de ternura. Las cosas bellas que te quedan en el alma son las que te sobrecogen y dan sentido a la vida.

¿Qué es el lujo para usted?

Estar en mi casa de Ibiza, que es un refugio donde disfruto de la vida. Tomarme unos espaguetis con un vaso de vino tinto y estar todo el día libre, caminar, nadar en el mar y ver a mis hijos crecer como están creciendo, sanos y felices. Me siento un hombre tremendamente rico en experiencia, pero nunca, jamás he trabajado ni peleado por dinero en mi vida. El dinero es la consecuencia de hacer las cosas bien. El dinero corrompe a todo el mundo, es el mayor corruptor del planeta. He visto a muchos corruptos forrados a costa de otros y al final solo es miseria humana. El dinero no da ninguna felicidad. He visto a gente extremadamente rica que son los más pobres del planeta, y viceversa.

Una frase preciosa, pero para eso hace falta un mínimo.

Por supuesto. Todo el mundo debería tener derecho a comer y a tener un techo donde vivir. Lo contrario es una vejación y una injusticia que no se tendría que permitir ni en Ibiza ni en ningún sitio del planeta.

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