Brotaba la primavera, pero el paisaje madrileño era de lo más sombrío. Es abril de 2022, no han pasado ni dos meses desde que el primer soldado ruso cruzase la frontera con Ucrania, iniciando así la primera guerra en suelo europeo en tres décadas. Los mercados energéticos están literalmente en llamas y, tras una pugna a cara de perro, España acaba de arrancar el visto bueno de sus socios europeos para alumbrar la muy heterodoxa excepción ibérica. Desde una sala anexa a su despacho, Teresa Ribera (Madrid, 55 años) interrumpe una larga entrevista con EL PAÍS para tratar de explicar lo —por aquel entonces— inexplicable. “Si me dais un papel y un boli…”. Mueve a un lado una jarra de agua, le da la vuelta al posavasos y, en cuatro trazos, explica el resultado de meses de durísimas negociaciones con la ortodoxia de Bruselas y Berlín para sacar adelante una solución temporal que un tiempo después bajaría la presión sobre la factura de la luz.
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Perfil | Teresa Ribera, un contrapeso progresista para una Comisión conservadora
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