donavon35
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“¿Ves? Son solo la mitad de las notas”, le explica Álvaro Urbano a este periodista tras entregarle un pececillo de aluminio e indicarle cómo manipular la cajita de música que lleva dentro. “Para que suene la melodía entera se necesita a otra persona que toque el pez que contiene las notas restantes, pero que se sincronicen es muy complicado”. Se refiere a Ay, mi pescadito, la canción con la que Spencer Tracy consolaba al niño náufrago de Capitanes intrépidos (“¡Ay, mi pescadito, deja de llorar! ¡Ay, mi pescadito, no llores más!”). A él se la cantaba su abuela y de ahí ha germinado Ensamble lunar para mares en alza, su primera exposición conjunta con su marido, el también artista Petrit Halilaj, que se podrá ver hasta el 12 de enero en el MACBA de Barcelona.
Auspiciada por Audemars Piguet Contemporary y TBA21-Academy, la instalación reúne un bestiario de cuarenta criaturas marinas bajo el enorme huevo blanco que pende en el atrio del museo, y que, como explica Urbano en la inauguración, al ser visto desde abajo se convierte en la luna que rige las mareas de este océano fantástico. Las esculturas son también instrumentos musicales, de manera que, juntas, generan el eco submarino de la nana con la que este artista aprendió a sacar fuerzas de flaqueza cuando era pequeño. “¡Ay, mi pescadito, no llores más, porque una ballena un día serás!”, sigue la canción, en la que luego se habla de una escuela en el fondo del mar en la que los pececillos aprenden a no ser capturados.
La instalación fue encargada originariamente para el Ocean Space de Venecia y parte del objetivo de sensibilizar acerca del cuidado de los océanos que persigue esta institución. Sin embargo, para sus creadores la performance que llevan a cabo los músicos encargados de tocar las medusas-gong, los esturiones-flauta y las rayas-cascabel admite otras lecturas como la queer o incluso la diplomática. “Estoy casado con un hombre de un país que no reconoce la existencia del mío”, afirma Halilaj, nacido en Kosovo y casado con Urbano, que es español. Y señala que, en definitiva, este ecosistema surgido del huevo que han creado dos hombres es la expresión de un deseo: el de un mundo con más armonía entre seres diferentes.
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Auspiciada por Audemars Piguet Contemporary y TBA21-Academy, la instalación reúne un bestiario de cuarenta criaturas marinas bajo el enorme huevo blanco que pende en el atrio del museo, y que, como explica Urbano en la inauguración, al ser visto desde abajo se convierte en la luna que rige las mareas de este océano fantástico. Las esculturas son también instrumentos musicales, de manera que, juntas, generan el eco submarino de la nana con la que este artista aprendió a sacar fuerzas de flaqueza cuando era pequeño. “¡Ay, mi pescadito, no llores más, porque una ballena un día serás!”, sigue la canción, en la que luego se habla de una escuela en el fondo del mar en la que los pececillos aprenden a no ser capturados.
La instalación fue encargada originariamente para el Ocean Space de Venecia y parte del objetivo de sensibilizar acerca del cuidado de los océanos que persigue esta institución. Sin embargo, para sus creadores la performance que llevan a cabo los músicos encargados de tocar las medusas-gong, los esturiones-flauta y las rayas-cascabel admite otras lecturas como la queer o incluso la diplomática. “Estoy casado con un hombre de un país que no reconoce la existencia del mío”, afirma Halilaj, nacido en Kosovo y casado con Urbano, que es español. Y señala que, en definitiva, este ecosistema surgido del huevo que han creado dos hombres es la expresión de un deseo: el de un mundo con más armonía entre seres diferentes.
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