sydni.sanford
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El peatón cavila en un banco de madera en la vetusta grada del Velódromo Jacques Anquetil entre los árboles del bosque de Vincennes. Únicamente están él y un ciclista que obsesivamente da vueltas a la pista de cemento.
Estas gradas y esta pista tienen historia. Aquí se celebró en 1900 la ceremonia inaugural del Concurso Internacional de Ejercicios Físicos y de Deporte: así se llamaron oficialmente aquellos Juegos. En 1924 París volvió a ser sede de los JJ OO, y de nuevo el velódromo municipal de Vincennes fue instalación olímpica.
“Es mítico”, comenta el ciclista, que se llama Jean-Pierre Guinebert, tiene 66 años y dice ser capaz de alcanzar los 74 kilómetros por hora. “A veces, cuando me siento a descansar unos minutos, me imagino cómo era esto. No cabía un alfiler.”
En busca de los restos de los antiguos Juegos de París, el peatón ha pasado hoy cinco horas recorriendo arriba y abajo la ciudad y sus alrededores. De oeste a este y de norte a sur. En metro, en tren de cercanías, en autobús, en tranvía, a pie. El resultado es magro. No es fácil encontrar restos. Y hay un motivo. Ni en 1900 ni en 1924 la ciudad de París era reacia a acoger los JJ OO y los expulsó a su extrarradio. A lugares como el velódromo de Vincennes, al este de la capital. O, en 1924, en el estadio de Colombes, al oeste.
“Aquellos Juegos no dejaron demasiado rastro, porque París estaba en contra de los Juegos”, cuenta el historiador Éric Monnin, vicepresidente de la Universidad de Franco-Condado y director del Centro para los Estudios y la Investigación Olímpica. ¿Y los de ahora? “Muy poco”, responde. “En cambio, hay una herencia inmaterial, una herencia que hace evolucionar a la sociedad.”
Primera etapa del tour entre las ruinas de 1900 y 1924: Colombes, el estadio olímpico de 1924. Aquí jugarían décadas después Pelé y Yashine, y el Monstruo de Colombes, que así apodaron al barcelonista Estanislau Basora después de una actuación estelar en amistoso Francia-España en los años cincuenta. Hoy el estadio Yves du Manoir acoge la competición de hockey sobre hierba y este jueves colgaba el cartel de todo vendido. El fervor olímpico llega hasta esta banlieue.
Segunda etapa: la piscina Georges Vallerey. Aquí triunfó, en 1924, un tal Johnny Weissmuller, hijo de una familia de inmigrantes del Banat austro-húngaro, nadador superdotado y futuro Tarzán. En esta piscina, que en 2024 es sede de entrenamiento, se impuso a su rival y amigo, el hawaiano Duke Kahanamoku.
Entre carrera y carrera, este “tocaba su ukelele”, explica el escritor David O. Stewart en un texto que reconstruye aquella rivalidad. Weissmuller participaba en un show acuático con comediantes. “Encarnaba”, según Stewart, “a una nueva generación que irradiaba la energía, la despreocupación y el poder de los rugientes años veinte.”
La felicidad no iba a durar. La última etapa es un vacío, el que ocupaba el Velódromo de Invierno. Este sí, en el centro de París, junto a la Torre Eiffel. Explica Monnin que en 1924 acogió la esgrima, la lucha grecorromana, la lucha libre, los pesos y la halterofilia. Los felices veinte…
En julio de 1942, la policía francesa en el París ocupado detuvo a miles de judíos y los encerró en el Velódromo de Invierno antes de deportarlos y asesinarlos en Auschwitz. El lugar y el nombre quedaron para siempre asociados a la barbarie de los nazis y sus colaboradores franceses.
Del velódromo no queda nada. En su lugar hay edificios modernos. Y, estos días, miles de turistas olímpicos. La placa conmemorativa pasa desapercibida para los miles de turistas olímpicos que transitan día y noche por estas calles. El mensaje en la placa exhorta a quien lo lee: “Paseante, acuérdate”.
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Estas gradas y esta pista tienen historia. Aquí se celebró en 1900 la ceremonia inaugural del Concurso Internacional de Ejercicios Físicos y de Deporte: así se llamaron oficialmente aquellos Juegos. En 1924 París volvió a ser sede de los JJ OO, y de nuevo el velódromo municipal de Vincennes fue instalación olímpica.
“Es mítico”, comenta el ciclista, que se llama Jean-Pierre Guinebert, tiene 66 años y dice ser capaz de alcanzar los 74 kilómetros por hora. “A veces, cuando me siento a descansar unos minutos, me imagino cómo era esto. No cabía un alfiler.”
En busca de los restos de los antiguos Juegos de París, el peatón ha pasado hoy cinco horas recorriendo arriba y abajo la ciudad y sus alrededores. De oeste a este y de norte a sur. En metro, en tren de cercanías, en autobús, en tranvía, a pie. El resultado es magro. No es fácil encontrar restos. Y hay un motivo. Ni en 1900 ni en 1924 la ciudad de París era reacia a acoger los JJ OO y los expulsó a su extrarradio. A lugares como el velódromo de Vincennes, al este de la capital. O, en 1924, en el estadio de Colombes, al oeste.
“Aquellos Juegos no dejaron demasiado rastro, porque París estaba en contra de los Juegos”, cuenta el historiador Éric Monnin, vicepresidente de la Universidad de Franco-Condado y director del Centro para los Estudios y la Investigación Olímpica. ¿Y los de ahora? “Muy poco”, responde. “En cambio, hay una herencia inmaterial, una herencia que hace evolucionar a la sociedad.”
Primera etapa del tour entre las ruinas de 1900 y 1924: Colombes, el estadio olímpico de 1924. Aquí jugarían décadas después Pelé y Yashine, y el Monstruo de Colombes, que así apodaron al barcelonista Estanislau Basora después de una actuación estelar en amistoso Francia-España en los años cincuenta. Hoy el estadio Yves du Manoir acoge la competición de hockey sobre hierba y este jueves colgaba el cartel de todo vendido. El fervor olímpico llega hasta esta banlieue.
Segunda etapa: la piscina Georges Vallerey. Aquí triunfó, en 1924, un tal Johnny Weissmuller, hijo de una familia de inmigrantes del Banat austro-húngaro, nadador superdotado y futuro Tarzán. En esta piscina, que en 2024 es sede de entrenamiento, se impuso a su rival y amigo, el hawaiano Duke Kahanamoku.
Entre carrera y carrera, este “tocaba su ukelele”, explica el escritor David O. Stewart en un texto que reconstruye aquella rivalidad. Weissmuller participaba en un show acuático con comediantes. “Encarnaba”, según Stewart, “a una nueva generación que irradiaba la energía, la despreocupación y el poder de los rugientes años veinte.”
La felicidad no iba a durar. La última etapa es un vacío, el que ocupaba el Velódromo de Invierno. Este sí, en el centro de París, junto a la Torre Eiffel. Explica Monnin que en 1924 acogió la esgrima, la lucha grecorromana, la lucha libre, los pesos y la halterofilia. Los felices veinte…
En julio de 1942, la policía francesa en el París ocupado detuvo a miles de judíos y los encerró en el Velódromo de Invierno antes de deportarlos y asesinarlos en Auschwitz. El lugar y el nombre quedaron para siempre asociados a la barbarie de los nazis y sus colaboradores franceses.
Del velódromo no queda nada. En su lugar hay edificios modernos. Y, estos días, miles de turistas olímpicos. La placa conmemorativa pasa desapercibida para los miles de turistas olímpicos que transitan día y noche por estas calles. El mensaje en la placa exhorta a quien lo lee: “Paseante, acuérdate”.
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Paseante, acuérdate
Un paseo por los pocos restos de los Juegos Olímpicos de París en 1900 y 1924. ¿Qué nos dicen del mundo en el que se celebraron? ¿Y del futuro?
elpais.com