El mantra apocalíptico en 2020 señalaba que jamás nada sería igual tras la pandemia. Cuatro años después, podría decirse que, en realidad, casi nada ha cambiado, especialmente todo lo que hubiera sido saludable transformar. El filósofo Pascal Bruckner (París, 74 años), sin embargo, cree que el confinamiento de la población mundial ha alumbrado a una nueva generación de perezosos, hombres y mujeres con miedo a salir de casa, a amar, a exponerse a la vida. Más allá de no aprender determinadas lecciones, hemos salido peores, confinados en nosotros mismos y en nuestros temores, cuenta el pensador en Vivir en zapatillas (Siruela), que se publica ahora en España. A finales de mes, participa en el ciclo Pensamiento y Debate del Centro de Cultura Contemporánea Condeduque, en Madrid.
Bruckner, miembro del movimiento de los Nuevos Filósofos junto a otros autores como André Glucksmann, Alain Finkielkraut o Bernard-Henri Lévy, autor de fabulosas obras como La tentación de la inocencia, encarna también hoy una rebeldía común en cierta clase de pensadores franceses contra el neofeminismo, el wokismo o la supuesta condescendencia con el islamismo de algunas corrientes políticas que buscarían caladeros electorales en los suburbios de los migrantes. Todos esos movimientos, explica el pensador en su casa del Marais de París, quintaesencia del pijerío moderno de la capital francesa, no hacen más que separarnos. “Al final, mantendremos relaciones en presencia de un abogado”, anuncia en ese tono entre provocador y pícaro marca de la casa.
Pregunta. No se lo creerá, pero de camino me he cruzado con dos tipos que paseaban por la calle en zapatillas y pijama.
Respuesta. Es curioso, los domingos también veo a gente haciendo compras en zapatillas.
P. Usted no las usa ni en su casa. ¿Cómo vivió la pandemia?
R. Muy bien. Me quedé aquí, separado de todos. Mi pareja vive en Bélgica, hablábamos tres veces al día. También con mis hijos, pero pude trabajar bien. El primer confinamiento, el segundo fue una repetición horrible, aunque logré escaparme e ir a esquiar con un amigo, así que buen recuerdo.
P. Parecía que la pandemia iba a marcar nuestros recuerdos y a cambiar nuestros hábitos, la frontera entre dos vidas distintas. Ahora parece que ni existió.
R. El olvido es el arma más eficaz de la sociedad. Borramos y luego construimos un recuerdo. Para mi generación no fue para tanto, teníamos amigos, carreras hechas. Para los jóvenes y quienes comenzaban la vida, fue terrible. Hay enfermedades mentales derivadas de aquello. Fue también la prueba del genio humano para hacerle frente.
P. Su libro parece más bien una crítica a una generación más que a una sociedad.
R. En Francia la gente adoró el primer confinamiento. Les pagaban por quedarse en casa, ves los vídeos y era como un paréntesis.
P. La idea de vivir sin trabajar perdura. En los movimientos sociales y filosóficos. Hasta el propio Elon Musk predice un futuro donde la IA trabajará por nosotros y cobraremos un subsidio universal.
R. La covid-19 ha revelado una alergia al trabajo del mundo occidental. En EE UU un poco menos, quizá por la ética protestante. Pero aquí las generaciones más consentidas ya no quieren trabajar. La contrapartida es la inmigración. Como los franceses no quieren trabajos difíciles, los hacen ellos.
P. Muchos se fueron al campo. ¿Lo idealizaron?
R. Claro, la vida allí es dura. Tenían la visión de Rousseau. Pero la vida del campesino era terrible, eran esclavos de la sociedad. Y en el siglo XIX muchos parisienses quisieron huir de polución y brutalidad, y terminaron muriendo de aburrimiento en la Provenza. Es la diferencia entre utopía y realidad.
P. En todo caso, es un movimiento liderado por gente con un nivel adquisitivo medio o alto que, generalmente, tenía segundas residencias o trabajos que permitían desarrollarse a distancia: diseñadores, arquitectos…
R. Había relatos de gente chic que decían lo maravilloso que era estar cerca del Loira, el buen tiempo… Pero claro, estaban en sus segundas residencias.
P. Cunde la idea de que el trabajo es algo indigno que nos priva de nuestra vida real.
R. Sí, y con este movimiento la gente gana menos y las sociedades se empobrecen. El estadounidense medio gana lo mismo que el francés rico. Europa se adentra en un empobrecimiento provocado por las malas decisiones políticas, y por esta idea de trabajar menos de los jóvenes, pero tener las mismas ventajas sociales que proporciona el Estado. Francia va camino de ser Grecia. Mire la prima de riesgo. Somos los reyes del Club Med.
P. Usted ha tenido problemas con cierta izquierda. También otros intelectuales vinculados a la socialdemocracia.
R. La izquierda ha perdido a la clase intelectual. Solo aceptan su propia ideología. No tienen contacto con el pensamiento vivo.
P. Un perfil en Le Monde le definió como reaccionario, macho, blanco y occidental.
R. Esta izquierda muere de dogmatismo. Le Monde vive entre dos generaciones, la vieja, que es una izquierda universalista y abierta, y una nueva que es hija del MeToo, racialista y que repite todos los lugares comunes del wokismo. Hasta Kamala Harris lo ha repudiado oficialmente, y nosotros estamos todavía glosándolo.
P. ¿No le gustó el MeToo?
R. Fue útil, hubo progresos. Pero corre el riesgo de ser destruido por sus propios extremistas. Se acusa sin fundamento, y quienes son inocentes permanecen culpables. Pienso en Woody Allen o Ibrahim Maalouf, acusado por la hija de unos amigos que luego dijo que mintió.
P. Bueno, son algunos pocos casos contra un sistema de años.
R. Son muchos casos, el MeToo no procede de la legalidad, sino de la venganza. Muchos de sus abogados son violentos de palabra, y no acusan a los violadores o agresores, sino al hombre en general. Al hombre blanco. Y si todos los hombres son culpables, no habrá posibilidad de relación entre hombres y mujeres. Es una forma de sexismo o de racismo de género. No es un progreso. La violación está prohibida, y no es verdad que esté inscrita en el sistema cultural y democrático. ¡Es falso!
P. ¿Usted no cree que haya habido un sistema patriarcal que dominó las relaciones?
R. Sí, lo creo. Pero el patriarcado está agonizando en nuestros países, y las feministas no lo denuncian donde existe en su máxima expresión: en los países musulmanes o africanos. Me choca mucho el silencio de las feministas oficiales sobre Irán o Afganistán. Pero solo hay un culpable, el hombre blanco occidental. Los otros son exculpados porque son racializados, colonizados…
P. ¿Ha seguido el caso Pelicot?
R. Monstruoso, el marqués de Sade en la era de internet. Una violación de masas con gente ordinaria, la banalidad del mal. Y ella, muy valiente por pedir un juicio público.
P. Por esa normalidad de la que habla, muchos lo ven como un proceso al hombre.
R. 50 hombres no son la mitad de la humanidad. Y si empezamos a culpar a todo el mundo a partir de los crímenes de unos pocos, no es justicia, es totalitarismo insensible. ¿Si algunos inmigrantes africanos le roban el coche, todos son ladrones? Es verdad que el hombre es más violento que la mujer, pero son generalizaciones fáciles y gratuitas que instauran la sospecha entre los dos sexos. No estamos ante un momento de reequilibrio de las fuerzas entre sexos, sino de una venganza contra el sexo masculino. Y eso nos separará.
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Bruckner, miembro del movimiento de los Nuevos Filósofos junto a otros autores como André Glucksmann, Alain Finkielkraut o Bernard-Henri Lévy, autor de fabulosas obras como La tentación de la inocencia, encarna también hoy una rebeldía común en cierta clase de pensadores franceses contra el neofeminismo, el wokismo o la supuesta condescendencia con el islamismo de algunas corrientes políticas que buscarían caladeros electorales en los suburbios de los migrantes. Todos esos movimientos, explica el pensador en su casa del Marais de París, quintaesencia del pijerío moderno de la capital francesa, no hacen más que separarnos. “Al final, mantendremos relaciones en presencia de un abogado”, anuncia en ese tono entre provocador y pícaro marca de la casa.
Pregunta. No se lo creerá, pero de camino me he cruzado con dos tipos que paseaban por la calle en zapatillas y pijama.
Respuesta. Es curioso, los domingos también veo a gente haciendo compras en zapatillas.
P. Usted no las usa ni en su casa. ¿Cómo vivió la pandemia?
R. Muy bien. Me quedé aquí, separado de todos. Mi pareja vive en Bélgica, hablábamos tres veces al día. También con mis hijos, pero pude trabajar bien. El primer confinamiento, el segundo fue una repetición horrible, aunque logré escaparme e ir a esquiar con un amigo, así que buen recuerdo.
P. Parecía que la pandemia iba a marcar nuestros recuerdos y a cambiar nuestros hábitos, la frontera entre dos vidas distintas. Ahora parece que ni existió.
R. El olvido es el arma más eficaz de la sociedad. Borramos y luego construimos un recuerdo. Para mi generación no fue para tanto, teníamos amigos, carreras hechas. Para los jóvenes y quienes comenzaban la vida, fue terrible. Hay enfermedades mentales derivadas de aquello. Fue también la prueba del genio humano para hacerle frente.
P. Su libro parece más bien una crítica a una generación más que a una sociedad.
R. En Francia la gente adoró el primer confinamiento. Les pagaban por quedarse en casa, ves los vídeos y era como un paréntesis.
P. La idea de vivir sin trabajar perdura. En los movimientos sociales y filosóficos. Hasta el propio Elon Musk predice un futuro donde la IA trabajará por nosotros y cobraremos un subsidio universal.
R. La covid-19 ha revelado una alergia al trabajo del mundo occidental. En EE UU un poco menos, quizá por la ética protestante. Pero aquí las generaciones más consentidas ya no quieren trabajar. La contrapartida es la inmigración. Como los franceses no quieren trabajos difíciles, los hacen ellos.
P. Muchos se fueron al campo. ¿Lo idealizaron?
R. Claro, la vida allí es dura. Tenían la visión de Rousseau. Pero la vida del campesino era terrible, eran esclavos de la sociedad. Y en el siglo XIX muchos parisienses quisieron huir de polución y brutalidad, y terminaron muriendo de aburrimiento en la Provenza. Es la diferencia entre utopía y realidad.
P. En todo caso, es un movimiento liderado por gente con un nivel adquisitivo medio o alto que, generalmente, tenía segundas residencias o trabajos que permitían desarrollarse a distancia: diseñadores, arquitectos…
R. Había relatos de gente chic que decían lo maravilloso que era estar cerca del Loira, el buen tiempo… Pero claro, estaban en sus segundas residencias.
P. Cunde la idea de que el trabajo es algo indigno que nos priva de nuestra vida real.
R. Sí, y con este movimiento la gente gana menos y las sociedades se empobrecen. El estadounidense medio gana lo mismo que el francés rico. Europa se adentra en un empobrecimiento provocado por las malas decisiones políticas, y por esta idea de trabajar menos de los jóvenes, pero tener las mismas ventajas sociales que proporciona el Estado. Francia va camino de ser Grecia. Mire la prima de riesgo. Somos los reyes del Club Med.
P. Usted ha tenido problemas con cierta izquierda. También otros intelectuales vinculados a la socialdemocracia.
R. La izquierda ha perdido a la clase intelectual. Solo aceptan su propia ideología. No tienen contacto con el pensamiento vivo.
P. Un perfil en Le Monde le definió como reaccionario, macho, blanco y occidental.
R. Esta izquierda muere de dogmatismo. Le Monde vive entre dos generaciones, la vieja, que es una izquierda universalista y abierta, y una nueva que es hija del MeToo, racialista y que repite todos los lugares comunes del wokismo. Hasta Kamala Harris lo ha repudiado oficialmente, y nosotros estamos todavía glosándolo.
P. ¿No le gustó el MeToo?
R. Fue útil, hubo progresos. Pero corre el riesgo de ser destruido por sus propios extremistas. Se acusa sin fundamento, y quienes son inocentes permanecen culpables. Pienso en Woody Allen o Ibrahim Maalouf, acusado por la hija de unos amigos que luego dijo que mintió.
P. Bueno, son algunos pocos casos contra un sistema de años.
R. Son muchos casos, el MeToo no procede de la legalidad, sino de la venganza. Muchos de sus abogados son violentos de palabra, y no acusan a los violadores o agresores, sino al hombre en general. Al hombre blanco. Y si todos los hombres son culpables, no habrá posibilidad de relación entre hombres y mujeres. Es una forma de sexismo o de racismo de género. No es un progreso. La violación está prohibida, y no es verdad que esté inscrita en el sistema cultural y democrático. ¡Es falso!
P. ¿Usted no cree que haya habido un sistema patriarcal que dominó las relaciones?
R. Sí, lo creo. Pero el patriarcado está agonizando en nuestros países, y las feministas no lo denuncian donde existe en su máxima expresión: en los países musulmanes o africanos. Me choca mucho el silencio de las feministas oficiales sobre Irán o Afganistán. Pero solo hay un culpable, el hombre blanco occidental. Los otros son exculpados porque son racializados, colonizados…
P. ¿Ha seguido el caso Pelicot?
R. Monstruoso, el marqués de Sade en la era de internet. Una violación de masas con gente ordinaria, la banalidad del mal. Y ella, muy valiente por pedir un juicio público.
P. Por esa normalidad de la que habla, muchos lo ven como un proceso al hombre.
R. 50 hombres no son la mitad de la humanidad. Y si empezamos a culpar a todo el mundo a partir de los crímenes de unos pocos, no es justicia, es totalitarismo insensible. ¿Si algunos inmigrantes africanos le roban el coche, todos son ladrones? Es verdad que el hombre es más violento que la mujer, pero son generalizaciones fáciles y gratuitas que instauran la sospecha entre los dos sexos. No estamos ante un momento de reequilibrio de las fuerzas entre sexos, sino de una venganza contra el sexo masculino. Y eso nos separará.
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