gennaro33
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Pasión y emoción son dos sustantivos que suelen casar con lo que definimos como fútbol. Al menos con la visión romántica (y utópica) que habitualmente se tiene en mente. Suele ser considerado como lo ideal que los rectores de un club de fútbol estén vinculados 'emocionalmente' con la institución cuyas riendas llevan y que sientan -y hayan sentido- de forma 'pasional' los colores que representan. No tengo duda alguna de que aquellos que ahora dirigen al Sevilla quieren que los resultados sean los mejores posibles. Más allá de lo sevillistas que aseguren ser, tienen mucho en juego. Resulta en cualquier caso evidente que cuando las bases puestas parecían ser del hormigón más resistente posible, no han sido capaces de apuntalar estos cimientos en el momento en el que se han encadenado una serie de malas rachas de viento. No debe de ser nada fácil tener que manejar con tu trabajo la pasión y emoción de miles y miles de aficionados y, seguramente, si de muchos dependiera se desprenderían sin dudarlo de este peso y responsabilidad . Es evidente que un club de fútbol tiene notables diferencias por todo lo comentado y por la dependencia de los resultados deportivos con las habituales empresas y, mientras un gran éxito se vive como una alegría compartida y con mayor eco, la frustración cuando las cosas no van según lo esperado, igualmente tiene mayor repercusión de la deseada. Y la frustración acaba llevando en muchas ocasiones a la impotencia .Impotente al ver que todo el trabajo realizado se iba al traste estuvo toda la plantilla y el cuerpo técnico del Sevilla el pasado domingo en el Metropolitano. A cualquiera le pasaría tras semejante varapalo. Kike Salas, con sus lágrimas, fue el símbolo del derrumbe sevillista ante el Atlético de Madrid tras cuajar un notabilísimo partido. Antes ya había llorado Isaac Romero al ver portería por vez primera esta temporada. ¿Cuántos dudaron de ambos futbolistas durante este curso? El primero, que se hizo indiscutible en la mejoría sevillista del pasado curso con Quique Sánchez Flores ya no tenía nivel para la devaluada plantilla este curso y el lebrijano tampoco valía por su falta de efectividad. Había menos motivos que falta de paciencia. Este histérico Sevilla, acostumbrado a vivir rodeado de tensión e impotencia hace llorar a cualquiera. A los que vemos, y a los que no. Mucho de lo que intenta no le sale porque no le da y muchas veces no le da porque no puede darle con lo que tiene. Derramaron lágrimas Isaac y Kike Salas el domingo, pero también en los últimos tiempos Jesús Navas ha cambiado el llanto por conquistar un título al lagrimeo que provoca la incertidumbre de su futuro y del porvenir de un club al que ya no podrá defender sobre el terreno de juego. No es demagogia: llorar se ha llorado siempre en el Sevilla. Es lo que tiene este deporte que tanto remueve en quien lo disfruta y lo siente. El foco está puesto en el por qué y en el quién. De la alegría desmedida por un gol histórico, un título conquistado o una clasificación sufrida se ha pasado en un pispás al exclusivo llanto de impotencia y alivio de los que con más orgullo lucen el escudo en su pecho y que, curiosamente, suelen estar bajo la lupa . Y eso, como tantas otras cosas en este indomable Sevilla, es muy injusto.
Nacho Pérez: Para llorar
El constante quiero y no puedo en el que está instalado el Sevilla hace que la impotencia se desborde
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