pagac.jenifer
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Paolo Sorrentino (Nápoles, 54 años) acudió al último Festival Internacional de Cine de San Sebastián para presentar su nueva película, Parthenope, que se estrena en cines el 25 de diciembre y narra la historia de una mujer que lleva el nombre de su ciudad, Nápoles, y que, como esta, no aprovecha su propia belleza.
Está recién duchado —todavía tiene el pelo mojado—, pero su cara delata cansancio. Pide permiso para dibujar mientras responde. Es un decir, lo hace cuando ya tiene media cara dibujada. En poco más de una hora terminará el rostro de un hombre con bigote y ojeras. Le pregunto si siempre hace retratos. Contesta que siempre, pero nunca de quien tiene delante. Luego, en cierto momento de la entrevista se detiene. Alza la vista, como si acabara de reparar en algo: “No vayas a pensar que no estoy escuchando con atención. Dibujo para centrarme”.
“Dios se empleó a fondo inventando la infancia feliz. Luego se distrajo”.
La infancia puede ser el lugar de la perfección. Después, la conciencia y la responsabilidad nos hacen ser más problemáticos. Como si crecer fuera dejar de ser feliz.
Sus películas insinúan que lo real es surrealista.
Pienso que lo que hago siempre es muy realista.
¿Una jirafa en las termas de Caracalla?
¡Pero eso sucede! Evidentemente la gente no sale por ahí lo suficiente y por eso piensa que lo que cuento es inventado.
Parthenope, la protagonista de su última película, duerme en una carroza que llega por mar desde Versalles. Lo habitual.
Me lo he inventado. En el cine a veces hay que inventar.
Ella es antropóloga. ¿Qué es la antropología?
La antropología es ver.
“Ver es lo último que se aprende”. ¿Cuándo empezó a ver?
Tengo 54 años y empiezo a ver que, con el tiempo, ciertos aspectos de la vida se reducen: la capacidad de sorprenderse, algunas pasiones, el deseo… La vida empieza a repetirse. Ver es de las pocas actividades que pueden hacerte avanzar. Los ancianos ven mucho: van al cine, a los museos, están en la calle.
¿Ver es una penitencia o un premio?
Es de lo mejor que se puede hacer en la vida. Yo soy un voyeur, dedico tiempo a mirar.
Pero solamente está tranquilo cuando escribe.
Cuando escribes estás solo. No tienes que hablar con nadie, puedes escuchar música y entrar en lo que la poeta italiana Alda Merini llamaba “el segundo mundo”, un lugar que no tiene nada que ver con lo que sucede en este. Fellini decía que el cine no sirve para nada, pero distrae de la realidad. Porque la realidad es pobre, de mala calidad.
¿Está cansado de que le busquen referencias fellinianas?
Ni cansado ni feliz.
¿Fellini es intocable en Italia?
Bastante. Para mí es lo máximo: dijo lo más bonito sobre la vida y sobre el cine. Tenía un tipo de inteligencia que me gustaría tener, animalesca, instintiva, sabía dónde ir. Lo decía Visconti: es un animal cinematográfico. Igual no vio las películas necesarias, no conoció a las personas indicadas, pero, como los animales, sobrevivía. Era una fuerza.
¿Usted es un solitario?
Me quedé solo y aprendí a estarlo. Por fortuna, en cierto momento me casé, tuve hijos y estoy mucho con ellos.
Dedicó Il divo a su esposa, la periodista Daniela D’Antonio, porque le había salvado de sí mismo.
De pequeño me tocó ser muy responsable. Huérfano con 16 años, no hice todo lo que hacen los niños: abandonarse a las tonterías, a la ingenuidad… Pensaba: si me dejo llevar y me equivoco, no habrá quien venga a salvarme. Y mi mujer siempre me ha dejado espacio. Dado que no soy muy inteligente, y que ella —que sí lo es— se dio cuenta, me dejó perderme y vino al rescate.
¿De qué le salvó?
Puede que de vicios potenciales.
¿Los vicios que aparecen en sus películas?
Algunos. Otros son inefables. Una película es un lugar donde afrontar lo que nadie quiere escucharse a sí mismo. Las que golpean hablan de cosas que evitamos en la vida. La gente prefiere dar una imagen mejor de lo que es.
¿Es su caso?
La mayoría de las películas tratan de no molestar. Yo no.
Sus actores son más guapos que la gente real.
Cierto. Proust tenía una frase muy bonita: los vigilantes de la playa son muchas veces prudentes porque con frecuencia no saben nadar. Si viviera hoy, creo que lo diría de los directores de cine: son prudentes porque muchas veces no saben hacer películas.
Su esposa es una gran cocinera.
Grandísima. Y yo adoro comer bien.
¿Cómo la conoció?
Trabajaba en el mismo edificio que yo. Escribía sobre política para La Repubblica en el piso de arriba, y yo, en el de abajo, intentaba hacer películas.
¿Coincidieron en el ascensor?
Nos presentó un amigo.
¿Sus hijos a qué se dedican?
Anna trabaja en una empresa de publicidad. No entiendo muy bien qué hace. Y Carlo estudia guion en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma. Es mucho mejor que yo. Siempre me han tomado el pelo. Y los he amado. Creo que es una buena señal que no me hayan tomado en serio.
¿La seria es su mujer?
También es irónica, pero sí. Es la parte más seria de la familia.
Usted sufrió la falta de padres y sus hijos podrían vivir la sombra del padre…
En realidad, la sombra está siempre. Incluso si tus padres no están, su sombra queda.
“Nadie puede escapar de sus fracasos. Pero el amor salva siempre”. ¿Ha sido su caso?
Sé que es una frase banal de cancioncita, pero es así: el amor modifica la marcha de las cosas. Te permite cambiar incluso el funcionamiento del tiempo. Enamorado tienes una percepción distinta.
Sintió desde niño amor por el cine.
Mucho. Ahora me interesa menos, debo decir.
¿Y qué va a hacer?
Si pudiera vivir de vender mis dibujos, dejaría el cine.
Decidió dedicarse al cine tras ver una película de Tornatore y darse cuenta de que no hacía falta hacerlo perfecto…
El cine es, por definición, imperfecto desde el momento en que es un reflejo de la vida y la vida es imperfecta. Todas las películas son imperfectas. Las americanas tienen una capacidad técnica perfecta, pero resultan falsas porque la perfección las ahoga. Incluso Ocho y medio, de Fellini, que es la película más bonita que he visto, es imperfecta. En cierto punto se vuelve cansina porque la vida cansa. Pero esto el espectador no lo entiende. El espectador es como un niño: quiere ir al cine y quiere respuestas y que todo funcione. Pero si una película habla de la vida, en la vida no hay respuestas y no todo funciona.
Quería ser músico…
Me faltaba paciencia para ensayar. No soy bueno aprendiendo. Lo aprendo todo tarde.
Como el protagonista de Fue la mano de Dios, ¿está siempre escuchando música?
Siempre [en ese momento Sorrentino saca unos airpods del bolsillo]. Escucho de todo menos jazz. No consigue darme una emoción que me sirva.
¿Para qué?
Para hacer ver que la vida es más bonita de lo que es.
¿El ritmo es lo más importante de sus películas?
Sí. El secreto de la seducción es el ritmo. Hablo de seducir a una persona o haciendo una película. Importa incluso más que lo que se dice. Y la música ayuda a conseguir el ritmo.
Quedó huérfano con 16 años. ¿Qué pasó después?
Nada. No. No se puede decir.
Fue la mano de Dios termina cuando se va de Nápoles para tratar de hacer cine en Roma.
No soy bueno hablando de mí. No sé… Me convertí en alguien muy irascible cuando murieron mis padres. Era destructivo. Estaba enfadado con el mundo.
¿Le da más miedo hablar de Berlusconi o de sí mismo?
De Berlusconi.
Le hizo una película.
Pero con miedo. Buscar dentro de mí, más que fuera, lo he hecho toda la vida. Al final, hagas lo que hagas, partes de ti. Cuentas lo que eres o lo que quieres ser.
Un detalle es siempre el origen de una película.
Me fijé en que Giulio Andreotti hablaba siempre cerrando los ojos e hice Il divo.
¿Parthenope es una diva?
Lo es de niña: cómo se mueve, cómo es deseada… Luego…, dado que la vida ofrece siempre lo contrario de todas las cosas, lo paga.
¿Italia es un país de divos?
De vanidosos. Los divos son vanidosos y la vanidad es una cosa que te hace cometer muchos errores y te deja vacío. Hoy la política está guiada por la vanidad. Antes lo estaba por ideales, por la creencia en el bien común. Cuando el poder se ejercita desde la vanidad, es el principio del fin.
Hizo películas que retrataban a Berlusconi y a Andreotti cuando ambos políticos vivían. ¿Hubo consecuencias?
Muchas. Pero no me apetece hablar de eso porque no soy una persona que busque lamentarse. Cuando se hace una película sobre una persona viva, esta se alarma porque sabe que llegará a mucha gente fuera de Italia. Eso les preocupa. Cuando las personas se preocupan, reaccionan sin decoro. Viví eso. Pero no quiero contarlo. Entiendo que forma parte del juego. Pero no lo haré más porque pasas a vivir en una prisión. Desde joven he sido combativo. Asumo el coste del riesgo, pero no quiero vivir bajo presión.
No hará película sobre Giorgia Meloni…
Ni sobre ningún otro político vivo. A su manera, Giulio Andreotti y Silvio Berlusconi, con sus defectos, tenían carisma, aunque representen la idea opuesta a la que yo tengo de cómo estar en el mundo. Era bonito contar toda esa potencia en una película. Hoy todos los políticos carecen de esa fuerza. Y no solo de los de derechas.
¿Trump?
No lo conozco bien. Vi una película en Cannes sobre él que estaba bien [The Apprentice, del director iraní nacionalizado danés Ali Abbasi].
¿Sería posible contar a Berlusconi evitando la vulgaridad estética?
No es ni siquiera vulgaridad. Es una cultura-espectáculo: cómo pensaba que debía relacionarse con las mujeres o comunicarse. Igual debería definirse como subcultura, pero tenía principios a los que era muy fiel.
Tiene una cosa en común con Silvio Berlusconi: “En Italia, si hay uno que se ha hecho a sí mismo, ese soy yo”.
Lo dice, pero no es verdad. Nunca es verdad, pero en Berlusconi menos. Tuvo mucha ayuda. Como todos, yo soy el resultado del modo en que he crecido, de lo que me ha fascinado. Y luego, me topé con un montón de personas que me han ayudado. Sin mi productor no habría hecho nada.
Es un defensor del cine europeo…
Defiendo las películas bonitas. Y pienso que las más bonitas son europeas. Aquí hay más libertad cultural. Italia es un país bastante libre con respecto a lo que se puede contar.
Hizo dos películas en inglés.
Pero nunca con dinero norteamericano. Ponen demasiadas condiciones. En Europa se confía, en América se controla. El director es menos importante en Estados Unidos. Lo que cuenta es el dinero. Así que, si puedo evitar entrar en ese mecanismo, lo evito.
Para quien quiso hacer cine desde niño…, ¿trabajar con Michael Caine era un sueño?
Tengo una foto que me hizo una novia en Londres junto a la estatua de cera de Michael Caine. Años después dirigirlo fue extraño. Para mi generación eran un mito él, Frances McDormand, Sean Penn…
Se considera mejor escritor que director. ¿Por qué no se dedica a ello?
Por el dinero, que es una de mis grandes pasiones. Me gusta la aritmética, contar dinero. Pero no es solo por eso. Hay una desproporción entre el esfuerzo de escribir un libro y el resultado. Si tienes suerte, lo leen 20.000 personas. Una película, muchas más.
“Si sabes robar no necesitas una educación”, le hace decir a Gary Oldman haciendo de John Cheever.
Si lo dice Cheever es verdad. Creo que la falta de una educación cinematográfica ha sido mi suerte. Mejor salir por ahí a buscar cosas que ahogarte en una educación académica que te resta libertad. La educación forma y deforma. He sido siempre un outsider. No he rendido cuentas a nadie ni he tenido maestros.
“He hecho todo lo que he podido para no convertirme en un intelectual. Y he triunfado”, decía Michael Caine en La juventud.
Hablo yo ahí, claro. Me gusta más el aspecto sensorial de la vida, las emociones, las caricias, los besos, las miradas…, mucho más que los discursos. Me gusta la seducción intelectual a partir de la vida vivida.
¿Por qué hay tantos intelectuales reticentes a hablar de emociones?
Se debe hablar solo de eso. Las relaciones con las personas son siempre de seducción. Yo estoy intentando impresionarla con mis respuestas y usted con sus preguntas. Es un juego sutil, maravilloso, que hacemos para intentar comprender cualquier cosa.
“Cuando lo sabes todo, mueres, casi siempre, solo”.
Es un lugar común bastante verdadero: los estúpidos viven más. Son felices y pueden vivir hasta 140 años.
Habla de la Italia que le gusta: vitalista, católica, degenerada, tierna y que no sirve para nada…
Pero es divertida.
¿Estúpidos e inútiles?
Cualquier cosa tiene una cara y un reverso. Nuestro metro no funciona: obvio, porque estábamos divirtiéndonos. Pero como enfoque vital es bonito.
¿Parthenope es como su ciudad, Nápoles, una mujer bella que no aprovecha su belleza?
Una guapa que no va de guapa. Nápoles sabe que es bella pero vive descuidada. Es como las mujeres guapísimas que ni van a la peluquería porque se lo pueden permitir.
“No se puede ser feliz en la ciudad más bonita del mundo”.
Es una frase efectista. En realidad, es difícil ser feliz en una ciudad bonita y en una fea.
No es religioso.
Me interesa mucho dónde buscamos el equilibrio, la tranquilidad. Millones de personas lo hacen en la religión. Luego, claro, la católica tiene una dimensión espectacular que para mí que hago espectáculo…
Parthenope es una mujer que piensa. Y está sola.
Está sola porque crece en un momento en el que elegir ser libre siendo mujer podía comportar como consecuencia la soledad. Hoy tengo la sensación de que los hombres, en diversas escalas y sin llegar a quienes cometen feminicidio, temen la libertad de las mujeres.
¿Le sucede a usted?
Me fascina. Pero es evidente que cualquier persona muy libre te crea problemas.
¿Por qué da miedo la libertad de las mujeres y no la de los hombres?
Durante siglos los hombres han tenido el control y perderlo espanta. Como todo lo adquirido: si pierdes la casa que has tenido siempre, te mueres. Por eso los hombres atraviesan un momento difícil. Algunos no saben cómo relacionarse y matan, pegan, abusan. Otros, más cívicos y sensibles, están aprendiendo a relacionarse. No deja de ser una dificultad. Pero es un gran momento. Eso sí, decidir qué es lo que quieres hacer y perseguirlo tiene para cualquiera la consecuencia de que te puedes quedar solo.
Es la primera vez que el personaje principal de una película suya es una mujer.
Escribí un guion sobre dos mujeres que no me dejaron hacer. Para mí hacer una película es medirme con un personaje con el que tengo una dialéctica amorosa. El amor nace cuando alguien te lleva a otro mundo. De la misma manera que no conocía a Andreotti, creo que no conozco a las mujeres, por eso quería enamorarme de un personaje femenino de la misma manera que me enamoré del personaje de Andreotti. Hablar de las diferencias entre hombre y mujer me despierta poco interés. Me interesa lo que tenemos en común: sufrimientos, placeres. Las películas son mi segundo mundo, el lugar donde puedo exprimir la locura, la valentía. Hago películas valientes porque en la vida no lo soy. Aunque… tengo que decir que, ahora que voy envejeciendo, estoy empezando a arriesgar más.
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Está recién duchado —todavía tiene el pelo mojado—, pero su cara delata cansancio. Pide permiso para dibujar mientras responde. Es un decir, lo hace cuando ya tiene media cara dibujada. En poco más de una hora terminará el rostro de un hombre con bigote y ojeras. Le pregunto si siempre hace retratos. Contesta que siempre, pero nunca de quien tiene delante. Luego, en cierto momento de la entrevista se detiene. Alza la vista, como si acabara de reparar en algo: “No vayas a pensar que no estoy escuchando con atención. Dibujo para centrarme”.
“Dios se empleó a fondo inventando la infancia feliz. Luego se distrajo”.
La infancia puede ser el lugar de la perfección. Después, la conciencia y la responsabilidad nos hacen ser más problemáticos. Como si crecer fuera dejar de ser feliz.
Sus películas insinúan que lo real es surrealista.
Pienso que lo que hago siempre es muy realista.
¿Una jirafa en las termas de Caracalla?
¡Pero eso sucede! Evidentemente la gente no sale por ahí lo suficiente y por eso piensa que lo que cuento es inventado.
Parthenope, la protagonista de su última película, duerme en una carroza que llega por mar desde Versalles. Lo habitual.
Me lo he inventado. En el cine a veces hay que inventar.
Ella es antropóloga. ¿Qué es la antropología?
La antropología es ver.
“Ver es lo último que se aprende”. ¿Cuándo empezó a ver?
Tengo 54 años y empiezo a ver que, con el tiempo, ciertos aspectos de la vida se reducen: la capacidad de sorprenderse, algunas pasiones, el deseo… La vida empieza a repetirse. Ver es de las pocas actividades que pueden hacerte avanzar. Los ancianos ven mucho: van al cine, a los museos, están en la calle.
¿Ver es una penitencia o un premio?
Es de lo mejor que se puede hacer en la vida. Yo soy un voyeur, dedico tiempo a mirar.
Pero solamente está tranquilo cuando escribe.
Cuando escribes estás solo. No tienes que hablar con nadie, puedes escuchar música y entrar en lo que la poeta italiana Alda Merini llamaba “el segundo mundo”, un lugar que no tiene nada que ver con lo que sucede en este. Fellini decía que el cine no sirve para nada, pero distrae de la realidad. Porque la realidad es pobre, de mala calidad.
¿Está cansado de que le busquen referencias fellinianas?
Ni cansado ni feliz.
¿Fellini es intocable en Italia?
Bastante. Para mí es lo máximo: dijo lo más bonito sobre la vida y sobre el cine. Tenía un tipo de inteligencia que me gustaría tener, animalesca, instintiva, sabía dónde ir. Lo decía Visconti: es un animal cinematográfico. Igual no vio las películas necesarias, no conoció a las personas indicadas, pero, como los animales, sobrevivía. Era una fuerza.
¿Usted es un solitario?
Me quedé solo y aprendí a estarlo. Por fortuna, en cierto momento me casé, tuve hijos y estoy mucho con ellos.
Dedicó Il divo a su esposa, la periodista Daniela D’Antonio, porque le había salvado de sí mismo.
De pequeño me tocó ser muy responsable. Huérfano con 16 años, no hice todo lo que hacen los niños: abandonarse a las tonterías, a la ingenuidad… Pensaba: si me dejo llevar y me equivoco, no habrá quien venga a salvarme. Y mi mujer siempre me ha dejado espacio. Dado que no soy muy inteligente, y que ella —que sí lo es— se dio cuenta, me dejó perderme y vino al rescate.
¿De qué le salvó?
Puede que de vicios potenciales.
¿Los vicios que aparecen en sus películas?
Algunos. Otros son inefables. Una película es un lugar donde afrontar lo que nadie quiere escucharse a sí mismo. Las que golpean hablan de cosas que evitamos en la vida. La gente prefiere dar una imagen mejor de lo que es.
¿Es su caso?
La mayoría de las películas tratan de no molestar. Yo no.
Sus actores son más guapos que la gente real.
Cierto. Proust tenía una frase muy bonita: los vigilantes de la playa son muchas veces prudentes porque con frecuencia no saben nadar. Si viviera hoy, creo que lo diría de los directores de cine: son prudentes porque muchas veces no saben hacer películas.
Su esposa es una gran cocinera.
Grandísima. Y yo adoro comer bien.
¿Cómo la conoció?
Trabajaba en el mismo edificio que yo. Escribía sobre política para La Repubblica en el piso de arriba, y yo, en el de abajo, intentaba hacer películas.
¿Coincidieron en el ascensor?
Nos presentó un amigo.
¿Sus hijos a qué se dedican?
Anna trabaja en una empresa de publicidad. No entiendo muy bien qué hace. Y Carlo estudia guion en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma. Es mucho mejor que yo. Siempre me han tomado el pelo. Y los he amado. Creo que es una buena señal que no me hayan tomado en serio.
¿La seria es su mujer?
También es irónica, pero sí. Es la parte más seria de la familia.
Usted sufrió la falta de padres y sus hijos podrían vivir la sombra del padre…
En realidad, la sombra está siempre. Incluso si tus padres no están, su sombra queda.
“Nadie puede escapar de sus fracasos. Pero el amor salva siempre”. ¿Ha sido su caso?
Sé que es una frase banal de cancioncita, pero es así: el amor modifica la marcha de las cosas. Te permite cambiar incluso el funcionamiento del tiempo. Enamorado tienes una percepción distinta.
Sintió desde niño amor por el cine.
Mucho. Ahora me interesa menos, debo decir.
¿Y qué va a hacer?
Si pudiera vivir de vender mis dibujos, dejaría el cine.
Decidió dedicarse al cine tras ver una película de Tornatore y darse cuenta de que no hacía falta hacerlo perfecto…
El cine es, por definición, imperfecto desde el momento en que es un reflejo de la vida y la vida es imperfecta. Todas las películas son imperfectas. Las americanas tienen una capacidad técnica perfecta, pero resultan falsas porque la perfección las ahoga. Incluso Ocho y medio, de Fellini, que es la película más bonita que he visto, es imperfecta. En cierto punto se vuelve cansina porque la vida cansa. Pero esto el espectador no lo entiende. El espectador es como un niño: quiere ir al cine y quiere respuestas y que todo funcione. Pero si una película habla de la vida, en la vida no hay respuestas y no todo funciona.
Quería ser músico…
Me faltaba paciencia para ensayar. No soy bueno aprendiendo. Lo aprendo todo tarde.
Como el protagonista de Fue la mano de Dios, ¿está siempre escuchando música?
Siempre [en ese momento Sorrentino saca unos airpods del bolsillo]. Escucho de todo menos jazz. No consigue darme una emoción que me sirva.
¿Para qué?
Para hacer ver que la vida es más bonita de lo que es.
¿El ritmo es lo más importante de sus películas?
Sí. El secreto de la seducción es el ritmo. Hablo de seducir a una persona o haciendo una película. Importa incluso más que lo que se dice. Y la música ayuda a conseguir el ritmo.
Quedó huérfano con 16 años. ¿Qué pasó después?
Nada. No. No se puede decir.
Fue la mano de Dios termina cuando se va de Nápoles para tratar de hacer cine en Roma.
No soy bueno hablando de mí. No sé… Me convertí en alguien muy irascible cuando murieron mis padres. Era destructivo. Estaba enfadado con el mundo.
¿Le da más miedo hablar de Berlusconi o de sí mismo?
De Berlusconi.
Le hizo una película.
Pero con miedo. Buscar dentro de mí, más que fuera, lo he hecho toda la vida. Al final, hagas lo que hagas, partes de ti. Cuentas lo que eres o lo que quieres ser.
Un detalle es siempre el origen de una película.
Me fijé en que Giulio Andreotti hablaba siempre cerrando los ojos e hice Il divo.
¿Parthenope es una diva?
Lo es de niña: cómo se mueve, cómo es deseada… Luego…, dado que la vida ofrece siempre lo contrario de todas las cosas, lo paga.
¿Italia es un país de divos?
De vanidosos. Los divos son vanidosos y la vanidad es una cosa que te hace cometer muchos errores y te deja vacío. Hoy la política está guiada por la vanidad. Antes lo estaba por ideales, por la creencia en el bien común. Cuando el poder se ejercita desde la vanidad, es el principio del fin.
Hizo películas que retrataban a Berlusconi y a Andreotti cuando ambos políticos vivían. ¿Hubo consecuencias?
Muchas. Pero no me apetece hablar de eso porque no soy una persona que busque lamentarse. Cuando se hace una película sobre una persona viva, esta se alarma porque sabe que llegará a mucha gente fuera de Italia. Eso les preocupa. Cuando las personas se preocupan, reaccionan sin decoro. Viví eso. Pero no quiero contarlo. Entiendo que forma parte del juego. Pero no lo haré más porque pasas a vivir en una prisión. Desde joven he sido combativo. Asumo el coste del riesgo, pero no quiero vivir bajo presión.
No hará película sobre Giorgia Meloni…
Ni sobre ningún otro político vivo. A su manera, Giulio Andreotti y Silvio Berlusconi, con sus defectos, tenían carisma, aunque representen la idea opuesta a la que yo tengo de cómo estar en el mundo. Era bonito contar toda esa potencia en una película. Hoy todos los políticos carecen de esa fuerza. Y no solo de los de derechas.
¿Trump?
No lo conozco bien. Vi una película en Cannes sobre él que estaba bien [The Apprentice, del director iraní nacionalizado danés Ali Abbasi].
¿Sería posible contar a Berlusconi evitando la vulgaridad estética?
No es ni siquiera vulgaridad. Es una cultura-espectáculo: cómo pensaba que debía relacionarse con las mujeres o comunicarse. Igual debería definirse como subcultura, pero tenía principios a los que era muy fiel.
Tiene una cosa en común con Silvio Berlusconi: “En Italia, si hay uno que se ha hecho a sí mismo, ese soy yo”.
Lo dice, pero no es verdad. Nunca es verdad, pero en Berlusconi menos. Tuvo mucha ayuda. Como todos, yo soy el resultado del modo en que he crecido, de lo que me ha fascinado. Y luego, me topé con un montón de personas que me han ayudado. Sin mi productor no habría hecho nada.
Es un defensor del cine europeo…
Defiendo las películas bonitas. Y pienso que las más bonitas son europeas. Aquí hay más libertad cultural. Italia es un país bastante libre con respecto a lo que se puede contar.
Hizo dos películas en inglés.
Pero nunca con dinero norteamericano. Ponen demasiadas condiciones. En Europa se confía, en América se controla. El director es menos importante en Estados Unidos. Lo que cuenta es el dinero. Así que, si puedo evitar entrar en ese mecanismo, lo evito.
Para quien quiso hacer cine desde niño…, ¿trabajar con Michael Caine era un sueño?
Tengo una foto que me hizo una novia en Londres junto a la estatua de cera de Michael Caine. Años después dirigirlo fue extraño. Para mi generación eran un mito él, Frances McDormand, Sean Penn…
Se considera mejor escritor que director. ¿Por qué no se dedica a ello?
Por el dinero, que es una de mis grandes pasiones. Me gusta la aritmética, contar dinero. Pero no es solo por eso. Hay una desproporción entre el esfuerzo de escribir un libro y el resultado. Si tienes suerte, lo leen 20.000 personas. Una película, muchas más.
“Si sabes robar no necesitas una educación”, le hace decir a Gary Oldman haciendo de John Cheever.
Si lo dice Cheever es verdad. Creo que la falta de una educación cinematográfica ha sido mi suerte. Mejor salir por ahí a buscar cosas que ahogarte en una educación académica que te resta libertad. La educación forma y deforma. He sido siempre un outsider. No he rendido cuentas a nadie ni he tenido maestros.
“He hecho todo lo que he podido para no convertirme en un intelectual. Y he triunfado”, decía Michael Caine en La juventud.
Hablo yo ahí, claro. Me gusta más el aspecto sensorial de la vida, las emociones, las caricias, los besos, las miradas…, mucho más que los discursos. Me gusta la seducción intelectual a partir de la vida vivida.
¿Por qué hay tantos intelectuales reticentes a hablar de emociones?
Se debe hablar solo de eso. Las relaciones con las personas son siempre de seducción. Yo estoy intentando impresionarla con mis respuestas y usted con sus preguntas. Es un juego sutil, maravilloso, que hacemos para intentar comprender cualquier cosa.
“Cuando lo sabes todo, mueres, casi siempre, solo”.
Es un lugar común bastante verdadero: los estúpidos viven más. Son felices y pueden vivir hasta 140 años.
Habla de la Italia que le gusta: vitalista, católica, degenerada, tierna y que no sirve para nada…
Pero es divertida.
¿Estúpidos e inútiles?
Cualquier cosa tiene una cara y un reverso. Nuestro metro no funciona: obvio, porque estábamos divirtiéndonos. Pero como enfoque vital es bonito.
¿Parthenope es como su ciudad, Nápoles, una mujer bella que no aprovecha su belleza?
Una guapa que no va de guapa. Nápoles sabe que es bella pero vive descuidada. Es como las mujeres guapísimas que ni van a la peluquería porque se lo pueden permitir.
“No se puede ser feliz en la ciudad más bonita del mundo”.
Es una frase efectista. En realidad, es difícil ser feliz en una ciudad bonita y en una fea.
No es religioso.
Me interesa mucho dónde buscamos el equilibrio, la tranquilidad. Millones de personas lo hacen en la religión. Luego, claro, la católica tiene una dimensión espectacular que para mí que hago espectáculo…
Parthenope es una mujer que piensa. Y está sola.
Está sola porque crece en un momento en el que elegir ser libre siendo mujer podía comportar como consecuencia la soledad. Hoy tengo la sensación de que los hombres, en diversas escalas y sin llegar a quienes cometen feminicidio, temen la libertad de las mujeres.
¿Le sucede a usted?
Me fascina. Pero es evidente que cualquier persona muy libre te crea problemas.
¿Por qué da miedo la libertad de las mujeres y no la de los hombres?
Durante siglos los hombres han tenido el control y perderlo espanta. Como todo lo adquirido: si pierdes la casa que has tenido siempre, te mueres. Por eso los hombres atraviesan un momento difícil. Algunos no saben cómo relacionarse y matan, pegan, abusan. Otros, más cívicos y sensibles, están aprendiendo a relacionarse. No deja de ser una dificultad. Pero es un gran momento. Eso sí, decidir qué es lo que quieres hacer y perseguirlo tiene para cualquiera la consecuencia de que te puedes quedar solo.
Es la primera vez que el personaje principal de una película suya es una mujer.
Escribí un guion sobre dos mujeres que no me dejaron hacer. Para mí hacer una película es medirme con un personaje con el que tengo una dialéctica amorosa. El amor nace cuando alguien te lleva a otro mundo. De la misma manera que no conocía a Andreotti, creo que no conozco a las mujeres, por eso quería enamorarme de un personaje femenino de la misma manera que me enamoré del personaje de Andreotti. Hablar de las diferencias entre hombre y mujer me despierta poco interés. Me interesa lo que tenemos en común: sufrimientos, placeres. Las películas son mi segundo mundo, el lugar donde puedo exprimir la locura, la valentía. Hago películas valientes porque en la vida no lo soy. Aunque… tengo que decir que, ahora que voy envejeciendo, estoy empezando a arriesgar más.
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