mellie03
New member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 45
Con frases como “Nomás la puntita”, cajas musicales hechas con armas decomisadas y un piano destrozado con un hacha después de un concierto, la galería LABOR abre sus puertas para celebrar sus 15 años de historia con la exposición Bread & Roses, y desafiar una vez más las convenciones del arte contemporáneo con dos conceptos claros: la destrucción como poder transformador y la persecución de la utopía.
Su fundadora, la historiadora del arte mexicana originaria de Chile, Pamela Echeverría, recuerda los inicios de la galería con una claridad que borra la distancia de más de una década. “Trabajé en la Galería OMR por mucho tiempo, pero llegó un momento en el que tuve que decidir si quedarme o empezar algo propio. ‘Si regreso a los museos tengo que conseguir dinero para mis exposiciones, le tengo que caer bien al jefe y al patronato. Mejor yo decido qué hacer con el dinero y escojo a los artistas con quienes trabajar’”.
Así nació LABOR, como un espacio donde Echeverría podía explorar libremente las fronteras entre el arte y el activismo, sin las ataduras de la burocracia institucional, y proponer exposiciones que incursionaran en nuevas técnicas de producción, materiales y soportes en las que los artistas manifestaran sus visiones e inquietudes políticas y sociales.
Sus primeras etapas se caracterizaban por su enfoque en obras que confrontaban la realidad con una crudeza que podía resultar incómoda, como las exposiciones presentadas por Santiago Sierra o Teresa Margolles, conocidos por su capacidad para exponer las aristas más oscuras de la sociedad.
Sin embargo, la pandemia trajo consigo una transformación en su enfoque. “De repente, ya no podía con tanta dureza. Quería ver algo bonito, que le diera vida al alma”. Fue un giro hacia lo que ella describe como “el derecho a vivir bonito”, pero sin abandonar la sustancia de investigación que ha sostenido su trabajo.
Este cambio se refleja en la exposición que celebra sus tres lustros, cuyo título hace referencia al discurso que la sufragista estadounidense Rose Schneiderman pronunció en 1912 en una campaña a favor del voto femenino, en el que afirmaba su derecho de ir más allá del trabajo, a vivir y disfrutar de ello, Bread & Roses.
En la muestra, las obras de artistas como Raphael Montañez Ortiz y Jorge Satorre exploran temas de destrucción y transformación, reflejando la dualidad entre el caos y la creación. Montañez Ortiz, conocido por sus acciones destructivas, presenta un piano destrozado, una escultura que libera al objeto de su forma original para darle un nuevo significado. Por otro lado, Satorre aborda la historia de la propia galería y la casa que la alberga, utilizando el jardín como molde para esculturas de concreto que evocan a los Atlantes de Tula.
“En México somos un poco outsiders”, dice Echeverría, y recuerda con orgullo cómo Cuauhtémoc Medina, curador en jefe del Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM, dijo que en Ciudad de México existía la galería de los fresas, que era la OMR, la de los cool, Kurimanzutto, y la de los nerds, que era LABOR, un comentario que abraza como un reconocimiento de su proyecto. Y es que, para entender lo que sucede en sus colecciones, uno debe estar dispuesto a sumergirse en un mar de referencias que van desde la política hasta la tecnología, pasando por la historia y la ciencia.
A lo largo de una década y media, LABOR ha sido escenario de proyectos que han dejado una marca indeleble en la memoria colectiva del arte contemporáneo en México, pero Echeverría recuerda con especial entusiasmo la exposición de Jill Magid en 2013, que desencadenó la obsesión de la artista estadounidense con el legado de Luis Barragán y que culminó con la polémica creación de un diamante a partir de las cenizas del arquitecto mexicano. “En 100 años va a seguir en los libros de historia del arte, porque nada llegó a cuestionar más las tripas de la burocracia latinoamericana y el capitalismo rampante de una corporación como Vitra y la manera de actuar de sus dueños, de ir de shopping al tercer mundo”, sentencia.
En cuanto al futuro, Echeverría expresa su entusiasmo por los artistas más jóvenes que forman parte de LABOR, quienes han aportado una nueva visión a la galería. “Estoy muy contenta de que los más jóvenes dijeran: ‘Queremos hacer un show que muestre lo que significa para nosotros esta galería para nuestra generación’”, dice emocionada.
Por último, reflexiona sobre la situación política actual de México y se muestra esperanzada en la próxima presidenta, Claudia Sheinbaum. “Me encanta que sea mujer, me encanta que sea científica, me encanta que baile ballet, me encanta que sea judía. Creo que va a ser una extraordinaria presidenta”, concluye.
Sin fecha definida para el fin de esta exposición, la galería LABOR, ubicada en la histórica calle Francisco Ramírez 5 y enmarcada en una fachada azul turquesa, abre sus puertas de lunes a jueves de 11.00 a 18.00 horas y los viernes y sábados de 11.00 a 15.00 horas.
Apúntese gratis a la newsletter de EL PAÍS México y al canal de WhatsApp y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país.
Seguir leyendo
Su fundadora, la historiadora del arte mexicana originaria de Chile, Pamela Echeverría, recuerda los inicios de la galería con una claridad que borra la distancia de más de una década. “Trabajé en la Galería OMR por mucho tiempo, pero llegó un momento en el que tuve que decidir si quedarme o empezar algo propio. ‘Si regreso a los museos tengo que conseguir dinero para mis exposiciones, le tengo que caer bien al jefe y al patronato. Mejor yo decido qué hacer con el dinero y escojo a los artistas con quienes trabajar’”.
Así nació LABOR, como un espacio donde Echeverría podía explorar libremente las fronteras entre el arte y el activismo, sin las ataduras de la burocracia institucional, y proponer exposiciones que incursionaran en nuevas técnicas de producción, materiales y soportes en las que los artistas manifestaran sus visiones e inquietudes políticas y sociales.
Sus primeras etapas se caracterizaban por su enfoque en obras que confrontaban la realidad con una crudeza que podía resultar incómoda, como las exposiciones presentadas por Santiago Sierra o Teresa Margolles, conocidos por su capacidad para exponer las aristas más oscuras de la sociedad.
Sin embargo, la pandemia trajo consigo una transformación en su enfoque. “De repente, ya no podía con tanta dureza. Quería ver algo bonito, que le diera vida al alma”. Fue un giro hacia lo que ella describe como “el derecho a vivir bonito”, pero sin abandonar la sustancia de investigación que ha sostenido su trabajo.
Este cambio se refleja en la exposición que celebra sus tres lustros, cuyo título hace referencia al discurso que la sufragista estadounidense Rose Schneiderman pronunció en 1912 en una campaña a favor del voto femenino, en el que afirmaba su derecho de ir más allá del trabajo, a vivir y disfrutar de ello, Bread & Roses.
En la muestra, las obras de artistas como Raphael Montañez Ortiz y Jorge Satorre exploran temas de destrucción y transformación, reflejando la dualidad entre el caos y la creación. Montañez Ortiz, conocido por sus acciones destructivas, presenta un piano destrozado, una escultura que libera al objeto de su forma original para darle un nuevo significado. Por otro lado, Satorre aborda la historia de la propia galería y la casa que la alberga, utilizando el jardín como molde para esculturas de concreto que evocan a los Atlantes de Tula.
“En México somos un poco outsiders”, dice Echeverría, y recuerda con orgullo cómo Cuauhtémoc Medina, curador en jefe del Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM, dijo que en Ciudad de México existía la galería de los fresas, que era la OMR, la de los cool, Kurimanzutto, y la de los nerds, que era LABOR, un comentario que abraza como un reconocimiento de su proyecto. Y es que, para entender lo que sucede en sus colecciones, uno debe estar dispuesto a sumergirse en un mar de referencias que van desde la política hasta la tecnología, pasando por la historia y la ciencia.
A lo largo de una década y media, LABOR ha sido escenario de proyectos que han dejado una marca indeleble en la memoria colectiva del arte contemporáneo en México, pero Echeverría recuerda con especial entusiasmo la exposición de Jill Magid en 2013, que desencadenó la obsesión de la artista estadounidense con el legado de Luis Barragán y que culminó con la polémica creación de un diamante a partir de las cenizas del arquitecto mexicano. “En 100 años va a seguir en los libros de historia del arte, porque nada llegó a cuestionar más las tripas de la burocracia latinoamericana y el capitalismo rampante de una corporación como Vitra y la manera de actuar de sus dueños, de ir de shopping al tercer mundo”, sentencia.
En cuanto al futuro, Echeverría expresa su entusiasmo por los artistas más jóvenes que forman parte de LABOR, quienes han aportado una nueva visión a la galería. “Estoy muy contenta de que los más jóvenes dijeran: ‘Queremos hacer un show que muestre lo que significa para nosotros esta galería para nuestra generación’”, dice emocionada.
Por último, reflexiona sobre la situación política actual de México y se muestra esperanzada en la próxima presidenta, Claudia Sheinbaum. “Me encanta que sea mujer, me encanta que sea científica, me encanta que baile ballet, me encanta que sea judía. Creo que va a ser una extraordinaria presidenta”, concluye.
Sin fecha definida para el fin de esta exposición, la galería LABOR, ubicada en la histórica calle Francisco Ramírez 5 y enmarcada en una fachada azul turquesa, abre sus puertas de lunes a jueves de 11.00 a 18.00 horas y los viernes y sábados de 11.00 a 15.00 horas.
Apúntese gratis a la newsletter de EL PAÍS México y al canal de WhatsApp y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país.
Seguir leyendo
Pamela Echeverría, fundadora de la Galería LABOR: “Ya no podía con tanta dureza. Quería ver algo bonito”
La historiadora del arte mexicana nacida en Chile cuenta cómo la pandemia le hizo dar un giro en el enfoque de la galería hacia lo que ella describe como “el derecho a vivir bonito”
elpais.com