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Oriol Puigdemont
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Si algo hay que destacar de Sergio Pérez, al margen de su talento y habilidad con un volante en las manos, es su capacidad de resiliencia. El mexicano se ha convertido en un artista cuando se trata de salir de las situaciones más comprometidas, que a lo largo de sus casi 14 cursos consecutivos en el Mundial de Fórmula 1 han sido muchas. Pérez irrumpió como un tiro en Sauber (2011), desde donde llamó la atención de McLaren (2013), antes de ser prácticamente repudiado de la escudería de Woking (Gran Bretaña), un ejercicio después de ficharlo. Encontró cobijo en Force India (2014), donde pasó siete años, los últimos de ellos con altibajos, a raíz de la sombra de disolución del equipo. Su primer triunfo en el certamen (2020), ya cuando la escudería corría bajo el nombre y los fondos de Racing Point, le abrió un halo de esperanza por el que Red Bull le rescató prácticamente del paro. Tras un primer año portentoso (2021), en el que fue una pieza capital para la consecución del título de Max Verstappen, el debate acerca de si el de Guadalajara es verdaderamente merecedor de conducir el monoplaza de referencia ha ido abarcando cada vez más terreno en un paddock donde se multiplican los pretendientes.
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