Fern_Nicolas
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Falta media hora para que dé inicio el festival Silvergen cuando Francisco Javier Rodríguez Valero (55 años, Marbach am Nekar, Luisburgo, Alemania), más conocido como Paco Pil, cruza en chándal las puertas del Eurostars Diana Palace, en Palencia. Viene de hacer la prueba de sonido a contrarreloj, por el retraso del tren, y llega quejándose de que su compañero de trayecto, Chimo Bayo, no ha dejado de hablar. “Tiene tanta energía y cosas que contar que no puede parar”, dice de su colega, gloria de la Ruta del Bakalao con quien, desde la pasada década, mantiene amistad y alianza comercial, con muchas actuaciones conjuntas. “Necesita un programa de ocho horas, como el Chávez”.
El municipio castellanoleonés es, ese sábado 7 de septiembre, punto de encuentro de un puñado de leyendas discotequeras de los noventa, nacionales e internacionales. Además de él y Chimo, que parecen los más esperados por una parte de los casi 3.000 espectadores reunidos en el Parque del Sotillo, el cartel lo encabezan Daisy Dee (de Technotronic), Snap!, Kate Ryan y Whigfield, la cantante de Saturday Night, con quien Paco Pil tuvo un romance en aquellos tiempos. A ambos les toca compartir camerino y Pil, carcajeándose, enseña un wasap que le ha mandado la danesa con el mensaje “Te voy a dejar un peo enorme” (junto a un emoji de una caca sonriente), que captura y comparte en Instagram. “Nos llevamos bien, ya ves. Me llevo bien con las mujeres que han sido novias y con las que me he acostado, porque tengo muy buena energía aunque sea bastante golfo”.
El tema de las energías ocupa bastantes minutos en la entrevista con el disc jockey y también en Me debes una fiesta: La loca historia de Paco Pil (Applehead Team), su biografía, escrita junto a Santiago Alonso, que integra la expedición a Palencia. Es la primera vez que se ven: el libro, cuyo grueso abarcó cinco meses, fue el resultado de decenas de horas de charla telefónica. “Es como conocerlo de toda la vida”, cuenta Alonso, que destaca la singularidad de Paco Pil en el contexto nacional: “Sus rasgos no existían en España, aquí no había un DJ cantante, un dance con canciones propias que no fueran sampleados. Les comparan, pero Chimo Bayo es más ritual y electrónico, fraseos. Son conceptos diferentes”. El biógrafo recuerda que al iniciar el proyecto el artista insistió en que el libro hablara, sobre todo, de música.
La entrevista con Pil, cuya actuación está programada para las doce y media de la noche, empieza salpimentada de referencias en ese sentido. Su infancia en Alemania, donde sus padres residían por trabajo, es indisociable de Grauzone, Nena, Kraftwerk y el “frikismo electrónico” que vio allí. En las jugendhaus, las casas de la juventud, había una discoteca bajo llave. “Era donde me encerraban mis hermanas para enrollarse con sus novios y no tener que cuidarme. Me dejaban encendido un tocadiscos y la mesa de mezclas. Ahí escuché a Marvin Gaye, James Brown, Alan Parsons, Supertramp, Supermax, Peter Gabriel, The Nice…”.
El primer tramo de Me debes una fiesta se centra en los prolegómenos del bakalao, expresión que nace, según él, de los DJ acudiendo a “pescar” vinilos de importación cuando llegaban a las tiendas underground de Valencia, como en una lonja: “¿Dónde está el bacalao fresco?”. Pil integró lo que se acabó llamando Ruta del Bakalao, discotecas del área metropolitana de Valencia donde se pinchaba esa mezcla de industrial, technohouse, acid y new beat que marcó el ocio nocturno juvenil de los noventa en España. Aunque su libro no escatima en detalles escabrosos, Pil no cree que la romantización moderna de la Ruta sea exagerada ni irreal. “Aunque parezca mentira, ir a un sitio lleno de putas, traficantes, gente colocada, rara… tenía su magia. Cuanto peor era el ambiente, más orgulloso estabas de sobrevivir. No es romanticismo, es que echamos de menos lo auténtico”.
Se queda pensativo. “Se ha vuelto todo muy artificial. Hemos pasado de comer del huerto a ir al Mercadona. Algunos DJ cobran una pasta y llevan las sesiones pregrabadas. Es inadmisible”, lamenta. “No hay esfuerzo. Cada semana te comprabas dos discos o tres, seis si la discoteca te daba dinero, y te apañabas. Ahora traen maletas de 32 gigas”.
El artista, que vive un buen momento gracias a la fiebre de los remembers (fiestas que evocan los noventa), reconoce, sin embargo, estar cansado del estatismo nostálgico: “Hay 40 canciones que ponen todos, Get It Up, Flying Free, el Cherokee, ¿sabes? Llega un momento en que aburre. Intento escapar del remember de siempre y probar otras cosas. Si buscas y te preocupas, se sigue haciendo música que está muy bien”. ¿Por ejemplo? “Bruno Mars es de otro mundo. Hasta el reguetón se puede aprovechar. En Miami hay un reguetón mezclado con salsa, instrumentaciones que flipas y gente cantando bien, no niños con autotune. Bad Bunny es una bazofia, ha nacido para apoyar la Agenda 2030 y que los tíos que iban de malos se pinten las uñas”. En un giro inesperado, agrega: “Pero me parece bien, el machismo del reguetón era ya una cosa insoportable”.
El DJ se define como alguien espiritual, que nota “las energías”, lo que no deja de tener sentido para haberse consagrado con un disco titulado Energía positiva (1993). “Soy un místico al desuso, no estoy con el Dios cristiano, ni musulmán, ni ninguno. Los respeto a todos, pero tengo mi propia teoría y he comprobado que hay un Arquitecto”. Se refiere a cuando, durante su etapa en Miami, donde pasó parte de la primera década del milenio, una plegaria a Jesucristo precedió la oportunidad de trabajo que le salvó. “Por desesperación, porque solo tenía 200 dólares, abrí una Biblia. Dicen que ahí está la respuesta y, no sé por qué, me dio por llamar Chechu a Jesús. Le dije ‘Chechu, esto es un bodrio, a mí si me lo resumes y me haces la Biblia para dummies le echo un vistazo’. Al tercer día, me llamaron para ser la voz de Jesús en un resumen de la Biblia”.
La oferta, materializada en el audiolibro 12 valores clave: Guía práctica para la familia de hoy inspirada en las enseñanzas de Jesús (2008), vino de una editorial que le había escuchado en un banco de voces. “Estoy en misión positiva y Dios me ha puesto en el camino las herramientas. Me porto bien y me da suerte. Cuando alguien se porta mal conmigo, lo fulmina. De Gran Velvet [macrodiscoteca de Badalona de los noventa] me fui y se fue a la mierda. Del programa Leña al mono, igual. Soy pasivo, no le pego a nadie para que caiga por el precipicio, porque sé que Chechu lo va a hacer”. No fue pasivo con Miguel Degà, el cofundador de Max Music, al que le dio un tortazo por negarse a sacarle un segundo disco y decir que los beneficios del primero se los había gastado “en putas y puros”. Degà ingresó en prisión en 1998 por planear el secuestro y asesinato de su exsocio, Ricardo Campoy. Se fugó en 2005 y sigue en paradero desconocido. Toda esa historia ha sido contada en el exitoso documental Megamix Brutal.
“Era un mafioso, dormía con una pistola bajo la almohada. Nos cachondeamos cuando le metieron en la cárcel, le mandamos un CD con aquella canción de ‘Qué le estará pasando al probe Miguel, que hace mucho tiempo que no sale’ y un jamón”, confiesa. De mafias, Pil tuvo ración en los noventa, primero, cuando se acostó con la esposa de “uno de los narcos más buscados del mundo”, y luego, cuando una banda le suplantó, vació sus cuentas y provocó que escapara de Barcelona, donde vivía.
“Acostarme con esa mujer fue uno de los fallos más gordos de mi vida. Me lo pasé muy bien, por cierto. Se notaba que ese señor controlaba”, reflexiona. Pil descubrió su identidad, aunque prefiere no revelarla, cuando al día siguiente los porteros de la discoteca Fibra Óptica le dieron una “medio paliza” y le dijeron quién era. La otra mafia que le persiguió estaba vinculada, dice, a “una banda de motoristas”. Tras su huida, vivió anónimamente en Tarifa, donde se dio a la vida hippie, y en Miami, los lugares donde afirma haber sido más feliz. En Estados Unidos adoptó nombres como Audioklash, bajo el que trabajó con Duran Duran (firmó un remix de Skin Divers), o Frank Gaudí.
“Miami me enseñó a hacerme valorar. Madonna me encargó la remezcla de un tema, mandé a su equipo un contrato de 3.000 dólares con porcentaje y me dijeron ‘Oye, que es Madonna’. Yo les respondí ‘Pues decidle a Madonna que soy Paco Pil’. Si mi trabajo no tenía ese valor, yo no quería que acabase en sus manos”, asegura.
La media de edad en Silvergen oscila entre 40 y 50 años. Un grupo corea “¡Chimo! ¡Chimo!” esperando que la voz de Así me gusta a mí salga, mientras dos amigos discuten qué canciones son suyas y cuáles de Paco Pil. “No, Paco Pil es el de Pi-pi-pi-pi-pipi-pí”, corrige uno, tarareando Viva la fiesta. Ligeramente más tarde de lo previsto, Pil aparece sobre el escenario y canta Dimensión divertida, Viva la fiesta y Johnny Techno Ska. Aunque algunos protestan por la brevedad de la actuación, la suya es de las más celebradas y enciende al público. En el camerino, charla con dos fans treintañeras que han ganado una entrada por sorteo. Hablan de los anunnakis, deidades mesopotámicas, o de cuando Paco, que se siente “un poco Nostradamus”, desarrolló un videoclip a principios de 2020 donde el malo llevaba una máscara china, que no publicó por considerarlo una predicción de la covid-19. Como si hubiera escuchado esa conversación demasiadas veces, Brisa, su expareja, ahora colaboradora y tour manager, se sienta a mirar el móvil.
“Hay algo de vampirismo en lo que hacemos los artistas. Yo soy un transformador energético. Absorbo la energía del público y la devuelvo positiva”, explica. En conversación, los cambios de energía a mejor dependen del asunto que se aborde, como vemos cuando citamos la canción Vota P.D.R. (Partido de la Ruta), donde El Coleta proponía nombrar a Paco Pil ministro de Cultura, y se nos ocurre preguntarle por sus medidas. “Lo País no lo va a decir, pero hay un par de cosas que quiero que la gente sepa…”, empieza. Tras un airado monólogo de media hora sobre todas las cuestiones imaginables, es Pil quien decide censurarse: “No te doy permiso para que pongas lo que he dicho de política ni economía”.
Hablamos de drogas. “Solo fumo hachís, aunque si un día quiero pasármelo bien, no me corto un pelo. Las drogas nunca me han dominado. Es la gente débil la que acaba perdida. De todas formas, en su día no me ponía tanto”. Su principal adicción, ahora y antes, es el público. “Se crea una dependencia muy bonita. Hay veces que no puedes dormir después de un bolo, tienes tal cúmulo de energía que te quedas dando vueltas, te fumas mil porros, te masturbas. Cuando era joven y estaba tan cargado de energía, me asomaba a la ventana del hotel imaginándome que pasaba una supermodelo, me veía, subía y me hacía el amor”. ¿Atendió la providencia también esa petición? Se resigna. “No”.
Pil sigue componiendo, aunque sin buscar “un pelotazo”, porque su prioridad es mantener lo que tiene. “Yo estoy en la memoria del 70% de la gente. Eso no tiene precio. No hablamos de ser famoso un momento, como el de la canción del dónut. ¿Dónde están Rosalía y Bad Bunny? Ellos le han pegado, pero de aquí a 10 años Rosalía y Bad Bunny no van a ser Paco Pil”.
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El municipio castellanoleonés es, ese sábado 7 de septiembre, punto de encuentro de un puñado de leyendas discotequeras de los noventa, nacionales e internacionales. Además de él y Chimo, que parecen los más esperados por una parte de los casi 3.000 espectadores reunidos en el Parque del Sotillo, el cartel lo encabezan Daisy Dee (de Technotronic), Snap!, Kate Ryan y Whigfield, la cantante de Saturday Night, con quien Paco Pil tuvo un romance en aquellos tiempos. A ambos les toca compartir camerino y Pil, carcajeándose, enseña un wasap que le ha mandado la danesa con el mensaje “Te voy a dejar un peo enorme” (junto a un emoji de una caca sonriente), que captura y comparte en Instagram. “Nos llevamos bien, ya ves. Me llevo bien con las mujeres que han sido novias y con las que me he acostado, porque tengo muy buena energía aunque sea bastante golfo”.
El tema de las energías ocupa bastantes minutos en la entrevista con el disc jockey y también en Me debes una fiesta: La loca historia de Paco Pil (Applehead Team), su biografía, escrita junto a Santiago Alonso, que integra la expedición a Palencia. Es la primera vez que se ven: el libro, cuyo grueso abarcó cinco meses, fue el resultado de decenas de horas de charla telefónica. “Es como conocerlo de toda la vida”, cuenta Alonso, que destaca la singularidad de Paco Pil en el contexto nacional: “Sus rasgos no existían en España, aquí no había un DJ cantante, un dance con canciones propias que no fueran sampleados. Les comparan, pero Chimo Bayo es más ritual y electrónico, fraseos. Son conceptos diferentes”. El biógrafo recuerda que al iniciar el proyecto el artista insistió en que el libro hablara, sobre todo, de música.
La entrevista con Pil, cuya actuación está programada para las doce y media de la noche, empieza salpimentada de referencias en ese sentido. Su infancia en Alemania, donde sus padres residían por trabajo, es indisociable de Grauzone, Nena, Kraftwerk y el “frikismo electrónico” que vio allí. En las jugendhaus, las casas de la juventud, había una discoteca bajo llave. “Era donde me encerraban mis hermanas para enrollarse con sus novios y no tener que cuidarme. Me dejaban encendido un tocadiscos y la mesa de mezclas. Ahí escuché a Marvin Gaye, James Brown, Alan Parsons, Supertramp, Supermax, Peter Gabriel, The Nice…”.
El primer tramo de Me debes una fiesta se centra en los prolegómenos del bakalao, expresión que nace, según él, de los DJ acudiendo a “pescar” vinilos de importación cuando llegaban a las tiendas underground de Valencia, como en una lonja: “¿Dónde está el bacalao fresco?”. Pil integró lo que se acabó llamando Ruta del Bakalao, discotecas del área metropolitana de Valencia donde se pinchaba esa mezcla de industrial, technohouse, acid y new beat que marcó el ocio nocturno juvenil de los noventa en España. Aunque su libro no escatima en detalles escabrosos, Pil no cree que la romantización moderna de la Ruta sea exagerada ni irreal. “Aunque parezca mentira, ir a un sitio lleno de putas, traficantes, gente colocada, rara… tenía su magia. Cuanto peor era el ambiente, más orgulloso estabas de sobrevivir. No es romanticismo, es que echamos de menos lo auténtico”.
Se queda pensativo. “Se ha vuelto todo muy artificial. Hemos pasado de comer del huerto a ir al Mercadona. Algunos DJ cobran una pasta y llevan las sesiones pregrabadas. Es inadmisible”, lamenta. “No hay esfuerzo. Cada semana te comprabas dos discos o tres, seis si la discoteca te daba dinero, y te apañabas. Ahora traen maletas de 32 gigas”.
El artista, que vive un buen momento gracias a la fiebre de los remembers (fiestas que evocan los noventa), reconoce, sin embargo, estar cansado del estatismo nostálgico: “Hay 40 canciones que ponen todos, Get It Up, Flying Free, el Cherokee, ¿sabes? Llega un momento en que aburre. Intento escapar del remember de siempre y probar otras cosas. Si buscas y te preocupas, se sigue haciendo música que está muy bien”. ¿Por ejemplo? “Bruno Mars es de otro mundo. Hasta el reguetón se puede aprovechar. En Miami hay un reguetón mezclado con salsa, instrumentaciones que flipas y gente cantando bien, no niños con autotune. Bad Bunny es una bazofia, ha nacido para apoyar la Agenda 2030 y que los tíos que iban de malos se pinten las uñas”. En un giro inesperado, agrega: “Pero me parece bien, el machismo del reguetón era ya una cosa insoportable”.
El Evangelio según Paco Pil
El DJ se define como alguien espiritual, que nota “las energías”, lo que no deja de tener sentido para haberse consagrado con un disco titulado Energía positiva (1993). “Soy un místico al desuso, no estoy con el Dios cristiano, ni musulmán, ni ninguno. Los respeto a todos, pero tengo mi propia teoría y he comprobado que hay un Arquitecto”. Se refiere a cuando, durante su etapa en Miami, donde pasó parte de la primera década del milenio, una plegaria a Jesucristo precedió la oportunidad de trabajo que le salvó. “Por desesperación, porque solo tenía 200 dólares, abrí una Biblia. Dicen que ahí está la respuesta y, no sé por qué, me dio por llamar Chechu a Jesús. Le dije ‘Chechu, esto es un bodrio, a mí si me lo resumes y me haces la Biblia para dummies le echo un vistazo’. Al tercer día, me llamaron para ser la voz de Jesús en un resumen de la Biblia”.
La oferta, materializada en el audiolibro 12 valores clave: Guía práctica para la familia de hoy inspirada en las enseñanzas de Jesús (2008), vino de una editorial que le había escuchado en un banco de voces. “Estoy en misión positiva y Dios me ha puesto en el camino las herramientas. Me porto bien y me da suerte. Cuando alguien se porta mal conmigo, lo fulmina. De Gran Velvet [macrodiscoteca de Badalona de los noventa] me fui y se fue a la mierda. Del programa Leña al mono, igual. Soy pasivo, no le pego a nadie para que caiga por el precipicio, porque sé que Chechu lo va a hacer”. No fue pasivo con Miguel Degà, el cofundador de Max Music, al que le dio un tortazo por negarse a sacarle un segundo disco y decir que los beneficios del primero se los había gastado “en putas y puros”. Degà ingresó en prisión en 1998 por planear el secuestro y asesinato de su exsocio, Ricardo Campoy. Se fugó en 2005 y sigue en paradero desconocido. Toda esa historia ha sido contada en el exitoso documental Megamix Brutal.
“Era un mafioso, dormía con una pistola bajo la almohada. Nos cachondeamos cuando le metieron en la cárcel, le mandamos un CD con aquella canción de ‘Qué le estará pasando al probe Miguel, que hace mucho tiempo que no sale’ y un jamón”, confiesa. De mafias, Pil tuvo ración en los noventa, primero, cuando se acostó con la esposa de “uno de los narcos más buscados del mundo”, y luego, cuando una banda le suplantó, vació sus cuentas y provocó que escapara de Barcelona, donde vivía.
“Acostarme con esa mujer fue uno de los fallos más gordos de mi vida. Me lo pasé muy bien, por cierto. Se notaba que ese señor controlaba”, reflexiona. Pil descubrió su identidad, aunque prefiere no revelarla, cuando al día siguiente los porteros de la discoteca Fibra Óptica le dieron una “medio paliza” y le dijeron quién era. La otra mafia que le persiguió estaba vinculada, dice, a “una banda de motoristas”. Tras su huida, vivió anónimamente en Tarifa, donde se dio a la vida hippie, y en Miami, los lugares donde afirma haber sido más feliz. En Estados Unidos adoptó nombres como Audioklash, bajo el que trabajó con Duran Duran (firmó un remix de Skin Divers), o Frank Gaudí.
“Miami me enseñó a hacerme valorar. Madonna me encargó la remezcla de un tema, mandé a su equipo un contrato de 3.000 dólares con porcentaje y me dijeron ‘Oye, que es Madonna’. Yo les respondí ‘Pues decidle a Madonna que soy Paco Pil’. Si mi trabajo no tenía ese valor, yo no quería que acabase en sus manos”, asegura.
Nostradamus a los platos
La media de edad en Silvergen oscila entre 40 y 50 años. Un grupo corea “¡Chimo! ¡Chimo!” esperando que la voz de Así me gusta a mí salga, mientras dos amigos discuten qué canciones son suyas y cuáles de Paco Pil. “No, Paco Pil es el de Pi-pi-pi-pi-pipi-pí”, corrige uno, tarareando Viva la fiesta. Ligeramente más tarde de lo previsto, Pil aparece sobre el escenario y canta Dimensión divertida, Viva la fiesta y Johnny Techno Ska. Aunque algunos protestan por la brevedad de la actuación, la suya es de las más celebradas y enciende al público. En el camerino, charla con dos fans treintañeras que han ganado una entrada por sorteo. Hablan de los anunnakis, deidades mesopotámicas, o de cuando Paco, que se siente “un poco Nostradamus”, desarrolló un videoclip a principios de 2020 donde el malo llevaba una máscara china, que no publicó por considerarlo una predicción de la covid-19. Como si hubiera escuchado esa conversación demasiadas veces, Brisa, su expareja, ahora colaboradora y tour manager, se sienta a mirar el móvil.
“Hay algo de vampirismo en lo que hacemos los artistas. Yo soy un transformador energético. Absorbo la energía del público y la devuelvo positiva”, explica. En conversación, los cambios de energía a mejor dependen del asunto que se aborde, como vemos cuando citamos la canción Vota P.D.R. (Partido de la Ruta), donde El Coleta proponía nombrar a Paco Pil ministro de Cultura, y se nos ocurre preguntarle por sus medidas. “Lo País no lo va a decir, pero hay un par de cosas que quiero que la gente sepa…”, empieza. Tras un airado monólogo de media hora sobre todas las cuestiones imaginables, es Pil quien decide censurarse: “No te doy permiso para que pongas lo que he dicho de política ni economía”.
Hablamos de drogas. “Solo fumo hachís, aunque si un día quiero pasármelo bien, no me corto un pelo. Las drogas nunca me han dominado. Es la gente débil la que acaba perdida. De todas formas, en su día no me ponía tanto”. Su principal adicción, ahora y antes, es el público. “Se crea una dependencia muy bonita. Hay veces que no puedes dormir después de un bolo, tienes tal cúmulo de energía que te quedas dando vueltas, te fumas mil porros, te masturbas. Cuando era joven y estaba tan cargado de energía, me asomaba a la ventana del hotel imaginándome que pasaba una supermodelo, me veía, subía y me hacía el amor”. ¿Atendió la providencia también esa petición? Se resigna. “No”.
Pil sigue componiendo, aunque sin buscar “un pelotazo”, porque su prioridad es mantener lo que tiene. “Yo estoy en la memoria del 70% de la gente. Eso no tiene precio. No hablamos de ser famoso un momento, como el de la canción del dónut. ¿Dónde están Rosalía y Bad Bunny? Ellos le han pegado, pero de aquí a 10 años Rosalía y Bad Bunny no van a ser Paco Pil”.
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Paco Pil, el rey del bakalao: “Ir a un sitio lleno de putas, traficantes y gente colocada tenía su magia”
El ‘disc jockey’, nombre clave en la Ruta del Bakalao, continúa dando conciertos en toda España montado en la ola de los festivales nostálgicos. Acaba de publicar su autobiografía, ‘Me debes una fiesta’
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