Oración en Notre Dame

Arvid_Schulist

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Pocas veces el lugar y la hora de la verdad coincidieron ante mis ojos con tanta claridad como la tarde en que, un par de días después de los atentados de París , en el funeral por las víctimas de la masacre que se celebraba en Notre Dame se corrió la voz de que los terroristas iban a volver a atacar entre los fieles. París era una ciudad apaleada, aterrada, sembrada de casquillos, mesas derribadas y charcos de sangre. Unas horas antes, los primeros vecinos habían salido de sus escondites y caminaban como niños asustados por los bulevares en los que el Estado Islámico mató a 137 personas. Frente a Bataclan, una bicicleta abandonada se fue cubriendo de flores como un monumento a la ausencia.Las campanas de Notre Dame de París tocaron a muerto durante quince exactos minutos en una tragedia sonora profunda y sin embargo dulce. Los fieles congregados frente a la fachada seguían la ceremonia en sus teléfonos. De pronto, alguien leyó un mensaje en Twitter que informaba de que la Policía sospechaba que los terroristas iban a volver a atentar allí mismo, entre nosotros. Pronto, los rumores fueron creciendo. La gente perdió el hilo del funeral, los gendarmes comenzaron a caminar entre los vecinos con las armas empuñadas y los ojos como platos, mirando las caras en busca de los sospechosos. Los que estaban a mi alrededor se juntaron, se agarraron unos a otros. Aquella hermandad sorprendía entre los parisinos, de normal tan distantes. Entonaron la oración del ángelus: «Je vous salue, Marie, comblée de grâce. Le Seigneur est avec vous. Vous êtes bénie entre toutes les femmes, et Jésus, votre enfant, est béni». En adelante, esa oración vendría a mis labios cada vez que estuvieran a punto de vencerme el miedo y la desesperación.Un helicóptero comenzó a sobrevolar la zona y el ruido de sus motores, los cánticos y la luz de los focos conferían a la escena un aire como de concierto de Moby. Por momentos, alumbraban el pórtico central de la catedral en el que se representa el Juicio Final: los ángeles que despiertan a los muertos con sus trompetas, el arcángel San Miguel pesando las almas con la balanza que los demonios siempre intentan inclinar, la Virgen y San Juan Bautista intercediendo ante la humanidad y Dios-Cristo en lo alto. A un lado, los diablos se llevan a los condenados camino del infierno y, de esta parte, los bienaventurados miran al cielo, como mirábamos nosotros en busca del amparo de nuestra fe. Podríamos haber salido corriendo, pero no sucedió. Yo comprendí en ese momento que el hombre, si es sincero, reconoce a Dios en la zozobra de los días y cree o no cree en ese momento, imaginando los cuchillos bajo los abrigos y los pulgares listos sobre los detonadores. Pues se tiene o no se tiene fe en el quicio de lo eterno, y no en una conferencia en Madrid a las siete de la tarde. Recuerdo aquella oración en Norte Dame ahora que nos la venden reconstruida como una obra maestra de la artesanía , una victoria de los obreros, de la sociedad francesa y, qué se yo, cualquier cosa que se esgrime con tal de que no tenga que ver con Dios.

 

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