earnestine02
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Ahora resulta que todo el mundo sabía que Íñigo Errejón tenía las manos más largas de la cuenta y despachaba a mujeres de su entorno con aires machirulos, prepotentes y lúbricos. De cara a la galería, el niño denunciaba airadamente el machismo imperante, envuelto en la bandera morada y situándose siempre a la vanguardia de las manifestaciones feministas, y de puertas hacia dentro se desenvolvía como un Harvey Weinstein de bolsillo. Conociendo algunos momentos de su biografía, como aquel episodio en que fue denunciado por un anciano al que propinó una patada en Lavapiés tras una mala noche de cierre de campaña -Errejón fue absuelto porque la supuesta agresión no pudo ser demostrada-, debo decir que la noticia no me ha causado ninguna sorpresa. Más bien he sentido fascinación por la carta con la que el exportavoz de Sumar anunciaba su dimisión y exponía los motivos que le habían llevado a dar el paso.Dijo el cineasta Jean-Luc Godard que «un travelling es cuestión de moral». Con ello pretendía subrayar la relación entre moral y estilo. El francés fue una de las piezas más significadas de la nouvelle vague, esa corriente de cineastas desprejuiciados y progresistas que nació al calor del Mayo francés. Lo más parecido que tuvimos en España a las revueltas del 68 fueron los movimientos del 15-M, de donde surgió el podemismo y, más tarde, el sumarismo, en los que Errejón ha jugado un papel clave. Si existe relación entre moral y estilo, la carta de Errejón es un tratado fascinante sobre esta vinculación: la forma es el fondo. Y forma y fondo son una absoluta diarrea.Hay párrafos impagables en la misiva, pero me quedo con uno de forma especial. Ese que dice que «en la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz» «con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados». El momento más brillante de la carta es cuando Errejón explica que esta 'emancipación' genera «una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica». El hábitat lingüístico natural del político es el eufemismo. Finalmente, parece claro que la única contribución real que nos dejará el podemismo es su portentosa capacidad para retorcer el eufemismo hasta cotas aberrantes, exprimiendo el lenguaje y degenerándolo para construir una suerte de neolengua, a la manera de la que Orwell cuajó en 1984: cuidados, empoderamiento, resiliencia, sororidad, todos todas y todes… Es, en este sentido, una suerte que, al contrario de lo habitual, Errejón no haya confiado en algún asesor la redacción de su carta de despedida: nos ha regalado involuntariamente una obra maestra. Una síntesis perfecta en fondo y forma sobre la deriva del movimiento del descontento, una pieza mayor sobre la relación entre moral y estilo.
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