bwunsch
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En la gris isla de Arousa de 1971 Jaione Camborda ha hecho una película marrón. Del color de la tierra, de la aflicción y del desastre; del color de lo más crudo de la naturaleza; de los animales, y de los seres humanos que no se desviven por figurar y sí por pasar desapercibidos. Todos visten en tonos marrones. Y la fisicidad se fusiona con lo atávico. O corno, con dos partos como principio y final, es una nana amarga en un tiempo atroz, sobre todo para las mujeres.
Tiempo de mariscadores, de contrabandistas, de peligros. La tierra, el agua y el fuego dominan un relato dividido en dos mitades bien diferenciadas, que en el segundo trecho se va tornando road movie con nocturnidad y alevosía, a través de caminos sin asfaltar por los que solo circulan los clandestinos, los que huyen y los que vigilan. Es el camino del infierno, sin que nadie haya hecho carrera para andar por allí.
No es una película fácil de ver O corno, ni tiene por qué serlo. El largo prólogo, un doloroso parto en el hogar, a la antigua usanza, en el que la matrona está interpretada por una bailarina profesional (Janet Novás) para dar aún más corporeidad trágica y hasta lírica a lo que es un suplicio, pone las cartas sobre la mesa. La embarazada sufre el desgaste de su naturaleza. Y cada mujer padece el desgaste de una opresora sociedad machista que la esquina, que la obliga a fornicar y a parir, a trabajar y a doblegarse, cuando no a ser violada, tanto metafórica como físicamente. Es O corno una película sobre la maternidad entendida como la encargada de su especie mamífera de otorgar finalmente la vida. Y también sobre su contrario: sobre el derecho a decidir acerca de esa obligación natural. El aborto, por tanto, tiene una importancia primordial en la base de la historia.
En su segundo trabajo como guionista y directora, Camborda ha apostado por un estilo más crudo y directo, menos abstracto que su ópera prima, la notable Arima (2019): la historia de cuatro mujeres y una niña que se relacionaban entre sí en voz baja, a base de secretos. Ahora bien, en ambas la soledad femenina se dibuja como una losa de la que es necesario desembarazarse, aunque con un matiz de esperanza en ese reducto gris que ella pinta de color marrón en el vestuario y en el tono fotográfico. De hecho, y no por casualidad, el único personaje que viste un jersey de un color vivo, un precioso azul que reluce entre las sombras, es una prostituta.
Poco o nada se le puede reprochar a Camborda sobre su obra, ganadora de la Concha de oro en el festival de San Sebastián. Sus continuas rimas —entre madres e hijas, por medio de las cicatrices de las mujeres y por sus pechos; entre personas, y entre elementos naturales— nunca huelen a ripios fáciles. El instinto animal y el primitivismo reinante están bien trazados. El tratamiento de las elipsis y del fuera de campo, lo que queda a un lado del relato y de las imágenes, es elegante. También su bello final. Si acaso, el único problema que puede tener O corno entre los espectadores (y aquí se incluye este crítico) es que, vista en estos días fuera de la órbita del festival, desgajada de su sección oficial a concurso, pueda quedar como una galardonada un tanto menor.
Pero, sin haber visto al resto de competidoras, la sensación no deja de ser muy injusta. De modo que quedémonos con su valía, que la tiene, y no la carguemos con una mochila de premiada en un gran festival y con su particular exigencia. Algo que, de por sí, no le concierne como obra cinematográfica independiente, y que, sin embargo, sí le puede ayudar a algo importante: a encontrar muchos espectadores que no habría tenido sin el preciado galardón.
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Tiempo de mariscadores, de contrabandistas, de peligros. La tierra, el agua y el fuego dominan un relato dividido en dos mitades bien diferenciadas, que en el segundo trecho se va tornando road movie con nocturnidad y alevosía, a través de caminos sin asfaltar por los que solo circulan los clandestinos, los que huyen y los que vigilan. Es el camino del infierno, sin que nadie haya hecho carrera para andar por allí.
No es una película fácil de ver O corno, ni tiene por qué serlo. El largo prólogo, un doloroso parto en el hogar, a la antigua usanza, en el que la matrona está interpretada por una bailarina profesional (Janet Novás) para dar aún más corporeidad trágica y hasta lírica a lo que es un suplicio, pone las cartas sobre la mesa. La embarazada sufre el desgaste de su naturaleza. Y cada mujer padece el desgaste de una opresora sociedad machista que la esquina, que la obliga a fornicar y a parir, a trabajar y a doblegarse, cuando no a ser violada, tanto metafórica como físicamente. Es O corno una película sobre la maternidad entendida como la encargada de su especie mamífera de otorgar finalmente la vida. Y también sobre su contrario: sobre el derecho a decidir acerca de esa obligación natural. El aborto, por tanto, tiene una importancia primordial en la base de la historia.
En su segundo trabajo como guionista y directora, Camborda ha apostado por un estilo más crudo y directo, menos abstracto que su ópera prima, la notable Arima (2019): la historia de cuatro mujeres y una niña que se relacionaban entre sí en voz baja, a base de secretos. Ahora bien, en ambas la soledad femenina se dibuja como una losa de la que es necesario desembarazarse, aunque con un matiz de esperanza en ese reducto gris que ella pinta de color marrón en el vestuario y en el tono fotográfico. De hecho, y no por casualidad, el único personaje que viste un jersey de un color vivo, un precioso azul que reluce entre las sombras, es una prostituta.
Poco o nada se le puede reprochar a Camborda sobre su obra, ganadora de la Concha de oro en el festival de San Sebastián. Sus continuas rimas —entre madres e hijas, por medio de las cicatrices de las mujeres y por sus pechos; entre personas, y entre elementos naturales— nunca huelen a ripios fáciles. El instinto animal y el primitivismo reinante están bien trazados. El tratamiento de las elipsis y del fuera de campo, lo que queda a un lado del relato y de las imágenes, es elegante. También su bello final. Si acaso, el único problema que puede tener O corno entre los espectadores (y aquí se incluye este crítico) es que, vista en estos días fuera de la órbita del festival, desgajada de su sección oficial a concurso, pueda quedar como una galardonada un tanto menor.
Pero, sin haber visto al resto de competidoras, la sensación no deja de ser muy injusta. De modo que quedémonos con su valía, que la tiene, y no la carguemos con una mochila de premiada en un gran festival y con su particular exigencia. Algo que, de por sí, no le concierne como obra cinematográfica independiente, y que, sin embargo, sí le puede ayudar a algo importante: a encontrar muchos espectadores que no habría tenido sin el preciado galardón.
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